
Ya dije que no soy fan de las despedidas, menos que menos cuando soy yo la que se queda acá. Igual, ¿qué es lo que pega mal de despedirse? ¿Esa idea de que algo se termina, una se despide de una idea de cómo iban a ser las cosas, de una fantasía, se despide de la ilusión de algo además de una persona que se va? Hm, me parece que sí.
La despedida con Fito fue buena, nada de Ezeiza y esas cosas pavorosas que hace la gente. Viernes a la noche en casa y apenas un llamado el domingo. Llorisqueamos un rato pero más que nada nos alegramos de habernos reencontrado tantos años después y yo me huelo que con el tiempo vamos a terminar buenos amigos aunque no por ahora.
De regalo le armé un marco con dos fotos nuestras; una en la entrada de su casa, el en su bici y yo en la mía como a los 10 y al lado una reciente que nos sacamos un fin de semana también cada uno en una bici veintipico de años más tarde. Lo miró, se rió, me abrazó y se lo llevó en su valija con quién sabe cuántas cosas más.
Ya está. Esta mañana Fito amaneció en Nueva York.
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