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Hacia el Salar de Uyuni, un viaje que da gusto

En el Altiplano del país vecino, hay un desierto de sal que condimenta un recorrido inhóspito, pero sin límites para la aventura




UYUNI, Bolivia - Hay lugares en los países limítrofes que pueden deparar experiencias únicas, un mundo desconocido pese a su cercanía, como el Altiplano boliviano, que perdido en el transcurso del tiempo y arraigado a costumbres milenarias, despiertan el interés de un turismo internacional con ansias de aventura.
En el comedor de un tren, camino al Salar de Uyuni, el más grande del mundo (12.300 km2), un grupo de jóvenes londinenses e israelíes jugaba a las cartas y tomaba cerveza, para entretenerse durante las seis horas de traqueteo por el árido e inhóspito paisaje. El polvo entraba en el coche filtrándose por las ventanas. Ese aire espeso que flotaba en el ambiente se fundía con el humo del tabaco.
Carlota, tal cual tradujo su nombre del inglés, contó que para que el grupo no perdiera el último ómnibus que salía desde La Paz en combinación con el tren que llega a Uyuni día por medio, tuvieron que perseguirlo con un taxi.
Ese ómnibus, que parte de la terminal de la ciudad más elevada del mundo, tarda tres horas y media en llegar a la estación ferroviaria de Oruro.
Para algunos, el trayecto parece más largo, porque apenas abandona la terminal se detiene en todas partes hasta completar los asientos. No obstante, muchas cholitas viajan de pie con sus mantos cargados de mercadería en la espalda.
Además, durante el trayecto, es habitual que algunas vendedoras se abran paso por el pasillo con cacerolas colmadas de pollo frito a la hora del desayuno.
En el coche-comedor continuaron los relatos de los ingleses que, con pantalones estilo safari y accesorios peruanos, estaban inquietos por sellar en sus diarios otras tantas aventuras.
A esta cronista y al fotógrafo se les indicó que debían bajar en Colchani, una estación anterior a Uyuni, donde el tren no tiene parada y el acceso es inmediato a uno de los dos hoteles que existen en el salar, construidos con sal. La intranquilidad de no encontrar esa estación residía en que no había luces en el camino, y que todo dependía de los guardas y de los reiterados avisos. Donde la oscuridad era absoluta, el tren detuvo su marcha. "¡Colchani!", gritó el guarda. En esa misma estación, una cholita llamada Modesta, que volvía de hacer sus cobranzas en Oruro por la venta de varios quintales de sal de su propia hacienda, anticipó mientras descendía: - Apuren el paso porque cuando el tren se aleje, nos quedamos a oscuras . Así fue, aunque reparamos que en el cielo, tan limpio, millones de estrellas alumbraban el camino.
Doña Modesta conocía el trayecto de memoria, hasta los pozos y fierros retorcidos de las vías, por donde nos condujo hasta el letrero de Colchani, donde se despidió. En ese momento se presentó nuestro guía, Rubén.
El pueblo dormía en el silencio de la noche. Allí no había luz y el frío de la altura se colaba entre las capas de abrigo. La zona alcanza los 3650 metros sobre el nivel del mar, factor determinante para ir con buenas camperas; sin embargo, hay que tener en cuenta que durante el día hace mucho calor.

Un hotel sabroso

En una camioneta 4x4, un tanto desvencijada, se tomó rumbo al Salar de Uyuni. Después de varios kilómetros del ingreso a la superficie salina, el Palacio de Sal esperaba. Es uno de los hoteles más originales del mundo, ya que figura en el catálogo de los 29 más exóticos.
Sus paredes de ladrillos blancos, y el suelo que lo rodea engañaban a los que sólo conocen los paisajes blanquecinos de las nevadas. Un pino tallado en sal, era cómplice del simulacro.
Allí esperaba Juan Quesada, propietario del hotel, que en broma se presentó como el Sr. Sal. Luego del indispensable té de coca para aplacar el mal de alturas, mostró las instalaciones, hechas con bloques de sal en su totalidad.
Mesas, sillas, la base de las camas, mesas de luz, cúpulas, fuentes, el piso, todo era tan blanco como el paisaje que asomaba por la ventana.
El mantenimiento del establecimiento es una tarea ardua y por eso obliga a omitir ciertas comodidades. Las habitaciones, por ejemplo, no tienen ducha, porque el vapor degrada las paredes. De todos modos, hay un baño completo en un sector apartado para el uso de los huéspedes.
Uno de los mayores problemas se desata en el período de lluvias, de noviembre a marzo, cuando el salar se inunda. Quesada dice, que al entrar, el agua tienen que reemplazar las piezas de sal. Como en todas partes, no faltaban huéspedes japoneses, que por el frío cenaban junto a las brasas, y la charla del asador, el Sr. Sal, con el plato sobre las rodillas. La cena consiste en una parrillada de cordero y carne de llama.
El que se aloje en el hotel no puede dejar de realizar un paseo nocturno por afuera, aun cuando la temperatura esté muy por debajo de cero. Sólo con caminar 200 metros se aprecia el tramado hexagonal del suelo bajo la inmensidad del luminoso cielo plateado.

Cuidado con el soroche

El que visite el Altiplano no podrá evitar preocuparse por los efectos del mal de las alturas, también conocido como soroche .
Por más que se quiera desestimar el problema, hay que tenerlo en cuenta desde el principio, ya que el aeropuerto internacional está a 4100 metros de altura. La picardía popular dice que para arribar a La Paz el avión tiene que subir.
Si se presentan continuos dolores de cabeza, debilidad, mareos o náuseas no es recomendable fumar, tomar alcohol, comer en exceso ni hacer ejercicios que requieran esfuerzo.
Poco a poco, el proceso de adaptación, que consiste en la producción de células rojas para una mayor absorción de oxígeno, comenzará a aliviar los síntomas de la altura.
Un remedio muy eficaz, que se puede conseguir en cualquier bar de la ciudad, es el mate de coca. Se prepara una infusión con saquitos o con hojas sueltas, y que también se pueden adquirir por menos de 5 pesos el kilo.
El coqueo es un hábito todavía muy arraigado en el Altiplano, y es utilizado, también, para aplacar el hambre, el frío, la sed y el cansancio.

Datos útiles

Cómo llegar: la compañía Lloyd Aéreo Boliviano vuela diariamente a La Paz, vía Santa Cruz de la Sierra. El pasaje de ida y vuelta, con impuestos incluidos, cuesta 460 dólares.
  • El impuesto aeroportuario de Bolivia, para vuelos internacionales, es de 25 dólares o su equivalente en pesos bolivianos. No aceptan cheques ni tarjeta de crédito.
Transporte: el traslado en ómnibus desde La Paz hasta Oruro sale aproximadamente un dólar y el tren que parte desde esa localidad hasta Uyuni cobra de 10 a 12 dólares la clase ejecutiva, que ofrece comodidad, servicio de cafetería, calefacción y proyección de películas. Hay que tener en cuenta que este tren sale día por medio y que es muy puntual. Los viernes parte a las 15 y tiene regresos el sábado y el lunes por la noche, por ejemplo.
Alojamiento: la noche en una habitación del Palacio de Sal, a 45 minutos de la estación Uyuni y a 10 de Colchani, cuesta alrededor de 80 dólares con desayuno. A quien desee pasar la noche en este hotel se recomienda que lleve suficiente abrigo para dormir, ya que durante la noche no hay calefacción y las temperaturas descienden bajo cero.
  • En La Paz, la oferta hotelera es cuantiosa y para todos los gustos. Se consiguen habitaciones dobles desde 70 dólares en hoteles 4 estrellas y de 160 en establecimientos de lujo.
Clima: en el Altiplano de Bolivia las temperaturas varían mucho de la mañana a la noche, registrando más de 30º C entre máximas y mínimas. Es normal que ascienda a 25º C durante la tarde y descienda de los 5 bajo cero a la medianoche.
La mejor temporada de visita al salar es durante el invierno, porque no llueve -el salar suele inundarse- y porque el cielo se mantiene siempre despejado.
Qué llevar: ropa ligera, buzos polares para la noche y campera de abrigo, guantes y gorra. No olvidar el protector solar y anteojos de sol.
Más información: embajada de Bolivia: Av. Belgrano 1670, 1er piso; 4381-0539/4171. Atiende de lunes a viernes, de 9 a 14.
En Bolivia: Magri Turismo: 00591-2-434747.
En Internet:

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por Redacción OHLALÁ!


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