
Nuestro guía se llama Hisham. Hombre bajo, delgado, moreno y con un callo en la frente, lo que me indica, sin temor a equivocarme, que es musulmán practicante, ya que al cabo de unos años los musulmanes tienen en la frente un callo distintivo, "la marca de la oración".
Suena el llamado a la mezquita, entonces intuyo que deben ser las tres menos cuarto de la tarde, otra tarde maravillosa para mí, otra tarde en soledad para él.
Los llamados se producen cinco veces al día, a las 5, a las 12, a las 15, a las 17 y a las 18.30 desde los miles de minaretes por la ciudad. Los muecines (quienes los realizan) deberían hacerlo a la misma hora, pero tienen su propio reloj, y las diferencia de minutos hace que unos comiencen antes y otros después por lo tanto deviene en un bullicio de cánticos, entre melodiosos y roncos, pero no en sincronía.
Hisham es muy simpático y respetuoso, pero no puede dejar de mirarme los pechos. Su sexualidad está viva, pero él está muerto por amor. Nació en el Sur, en el Alto Egipto, con tradiciones mucho más arraigadas que en la gran ciudad. Entre visitas a templos y museos, trato de adentrarme en su cultura, tan distinta y distante a la nuestra.
Un niño de 26 años
Es casi invierno y el calor aprieta un poco. Sobre la cubierta del barco descansamos, tomando un cafecito, mientras él purifica su cuerpo para rezar en su habitación.
No lo vemos hasta que llegamos al templo de Komombo. Serán tres días de convivencia. A medida que pasan las horas adquirimos confianza. Es un niño de 26 años que habla muy bien español, salvo cuando dice palabras con p, que pronuncia como b o v. Por ejemplo, me costó entenderle "pintar" ya que decía "ventar".
Estudió Letras y literatura en la universidad. Allí apareció Raysha. "Un amigo me dijo que fuéramos a tomar un café con su enamorada (el título de novia se adquiere cuando la familia lo sabe y lo acepta), que ella iba a llevar a una amiga genial para mí -nos contó-. Cuando la vi no me gustó, estábamos los dos muy callados mientras que la otra parte conversaba alegremente. Eramos compañeros de universidad, pero no sabíamos de qué hablar."
"Otras dos veces se repitió la historia. Recién la última comenzamos a conversar y sentí que me corría frío por el cuerpo... Era mi alma gemela, teníamos tantas coincidencias, tantas cosas en común, gustos, aspiraciones... Hasta cumplíamos años el mismo día."
Atardecer en Luxor
No cabía en mi asombro al ver su cara de enamorado; se le iluminaba el alma cuando la nombraba. Fueron cuatro años de relación clandestina ya que ella se debía casar con su primo, así estaba dispuesto desde que era pequeña.
En Egipto el chico es el que se debe encargar de todos los gastos del casamiento, comprar la casa para vivir (como es muy costoso, por lo general edifican sobre la casa del padre del novio), amueblarla, poner el dinero para los electrodomésticos que comprará la mujer, joyas para la novia, la dote... Y, claro, recién recibido y con un sueldo de principiante ¡cómo va a conseguir todo eso!
Llegamos a la ciudad de Luxor por la tarde, recorrimos el templo y como somos inquietos y queríamos saber más sobre la ciudad, no solo la parte turística, alquilamos una calesa, que nos llevó por Luxor de noche, a sus barrios más pobres, a los mercados donde compra la gente del lugar, a los campos... Siempre acompañados por nuestro guía.
Al volver al centro, prosiguió contando su historia de amor. Se encontraban a escondidas en el café Sharmin. El llegaba primero y la esperaba en el último piso, en una mesa apartada para que nadie los viera. Ella debía llegar virgen al matrimonio y él lo respetaba a rajatabla. "Eso sí, algún beso, pero cuidado, nada más..." Se encontraban esporádicamente, prácticamente nada, pero lo que contaba era la calidad, no la cantidad. Se divertían mucho juntos, soñaban con un futuro de a dos.
Entonces, la mirada de Hisham se le llenó de lágrimas: Raysha se había casado dos meses atrás...
Ella había hablado con su madre y con la abuela de Hisham. La primera le habló muy mal, ofendida por la deshonra familiar que pretendía Raysha. La abuela la contuvo un poco más, pero ambas estaban desconcertadas por el planteo de la chica. Si ya estaba determinado desde hacía años, debía casarse con su primo y ni una palabra más.
Hisham ahora sufre el amor perdido, no se disculpa no haber peleado por la mujer que ama, no haberse escapado con ella.
Nos despedimos con el ferviente deseo de que encontrará nuevamente el amor. Pero él no cree que le vuelva a suceder. No hay posibilidad de acercarse a una chica musulmana fácilmente, ya está en edad de casarse y deberá ser rápido, porque de acuerdo con sus palabras, "no aguanta más".
Todo esto, en el siglo XXI, noviembre de 2010, mi luna de miel...
Por Marina Crespo
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