

LOS ANGELES.- Recorrer despaciosamente esta ciudad californiana, extendida en un área de más de diez mil kilómetros cuadrados, es insertarse tanto en la modernidad edilicia como en la limpieza de las calles, en la belleza de los montes deslumbrantes bajo un sol cálido y en los refinados comercios que hablan de lujo y placer.
Antigua misión de los franciscanos españoles, Los Angeles llamó la atención de los norteamericanos del Este por su clima mediterráneo árido, y con los años la ciudad se convirtió en una de las metrópolis industriales, comerciales, financieras y turísticas del mundo.
Sin embargo, esa gigantesca urbe no tardaría en destacarse por ser la base del cine.
De esta manera, con pioneros que ya vislumbraban en ese naciente séptimo arte una de las maravillas del siglo, recalaron en Hollywood, un lugar por aquellos tiempos inhóspito a quince kilómetros al nordeste de la ciudad.
La cinematografía ya había sido impulsada por Tomás Alva Edison y descubierta en todo su esplendor por los hermanos Lumiére que, en 1895, y a través de una algo arrugada pantalla de plata asombraban al público desde un modesto café de París.
El área geográfica hollywodense quedó delimitada al Oeste por el barrio de Normandie, hasta la avenida Farifax, y al Sur, por las montañas de Santa Mónica, hasta la avenida Fountain. Allí comenzaron a construirse los primeros estudios.
Hollywood empezó a conocerse en el mundo como la fábrica de sueños, y el cine más importante, taquillero y fascinante sentó sus reales para crear la industria fílmica con sus convencionalismos, su sumisión al poder del dinero y a la presión sobre los gustos del público.
De la pobreza a la riqueza
Desde que el coronel William Seling, un enamorado del naciente arte, envió a esas tierras al director Francis Bogg para rodar, en 1907, algunas escenas del film El conde de Montecristo hasta nuestros días, Hollywood creció a un ritmo vertiginoso. Hoy sus calles son recorridas por kilométricas limusinas, sus hoteles ostentan un lujo casi palaciego, los visitantes se detienen embelesados frente a las vidrieras de los comercios, se extasían en el ya casi mítico Teatro Chino, en cuyo frente están estampadas las manos y los autógrafos de las luminarias de la pantalla, y pasean sin apuro por los enormes estudios cinematográficos, que ofrecen las más heterogéneas sorpresas tanto para los mayores como para los niños.
En medio de los grandes edificios hoteleros se levantan, como signos de éxito y de popularidad, las residencias de los astros y de las estrellas más importantes del mundo.
Mansiones de lujo
Allí están esas mansiones de tejas rojas rodeadas de amplios jardines y piletas de natación con aguas asombrosamente claras.
Esas son las casas que albergan a Jane Fonda, Madonna, Sylvester Stallone, Nicolas Cage, Tim Burton y otros nombres que recorren las más diversas aventuras cinematográficas.
Detenerse frente a ellas, siempre silenciosas, es imaginar sueños hechos realidad.
Y como Hollywood obliga a caminar -sus medios de transporte público son muy escasos-, el visitante se deja seducir por esos lugares que, como Sunset Boulevar, esa mitológica calle en la que residía el personaje de Gloria Swanson en El ocaso de una vida , o Beverly Hills, atrapan por su brillo y colorido.
De aquel Los Angeles que inventó Hollywood a través de un estudio de cine fundado en una taberna y tienda de comestibles hasta el presente esta ciudad fue satirizada, mediante muchos escritores norteamericanos, por su desbordante lujo y sus extravagantes personajes.
Pero quien ahora recorre estas avenidas luminosas sabe que se halla en la cúspide del cine universal.
Está seguro de que aquí se encuentra en esa fábrica de sueños en la que nada es imposible. Y goza a través de ilusiones que, por miles, ofrece la mágica pantalla de plata.
Adolfo C. Martínez
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