Las primeras fotos de Horacio Coppola sobre Buenos Aires aparecieron en la revista Sur, a principios de los treinta. Luego, con los años, dedicó libros y exposiciones a retratar la ciudad con una mirada tan aguda como propia. La obra más reciente que da cuenta de ello es El Buenos Aires, de Horacio Coppola, editado por la Generalitat Valenciana y el Fondo Nacional de las Artes.
Dos de las fotos incluidas allí -una de la esquina de Jean Jaurés y Paraguay, y otra de una cuadra de Palermo- formaron parte de la primera edición del Evaristo Carriego, de Borges. Borges participó, de hecho, de su visión porteña, porque muchas veces salían a caminar juntos por Palermo y por Saavedra.
En aquella época viajó a Europa, donde visitó la tierra genovesa de sus antepasados y compró su primera cámara Leica. Volvió al continente europeo otras veces, porque de varias de las culturas que lo conforman también está hecho su trabajo.
El viajero más lento
En 1932 viajó a estudiar a Berlín, donde conoció a Walter Peterhans, el matemático y fotógrafo que dirigía el Departamento de Fotografía de la Bauhaus. "Peterhans era mucho más que un profesor, era una gran personalidad, tenía la virtud de hacer que uno trabajara siguiendo una voz muy propia.
"Extrañamente, la imagen del primer día que llegué al edificio de la Bauhaus me vuelve siempre a la cabeza: una entrada amplia, iluminada." La sede de la escuela se había trasladado a Berlín desde Dessau ese mismo año, huyendo del poder nazi que finalmente determinaría su clausura.
Fue la avanzada de ese mismo poder la que obligó a Horacio Coppola a abandonar Alemania y sus estudios en la Bauhaus. Entonces se fue a Londres con Grete Stern -que era también fotógrafa y fue su mujer durante años-, junto a un grupo de refugiados alemanes entre los que estaba Berlolt Brecht.
"En Londres disfruté como pocas veces de mi costumbre de pasear por las ciudades de noche. Me gusta caminar cuando cae el sol, me gustan los personajes que aparecen, las escenas que se arman; la vida que adquiere entonces la ciudad me parece siempre digna de ser vivida.
"Me dediqué a sacar fotos de esos personajes que sólo se veían en Londres: personas que ofrecían fósforos o golosinas o tarjetas postales a cambio de un poco de plata, porque mendigar no podían. Y además, ahí tenía el encanto adicional de la niebla.
"Cada vez que estaba en mi casa y veía que afuera todo se volvía brumoso, me abrigaba y salía. Adoro la niebla y no tanto como experiencia óptica, sino como fenómeno generador de atmósfera: uno se va internando en una materia extraña, los sonidos y el entorno se opacan, y entonces empieza a sentirse solo, aislado. Pero no hay en ello nada de temor ni de nostalgia, es como caminar sin paisaje."
Horacio C. volvió a Inglaterra en otro viaje posterior, cuando estaba trabajando en una serie de fotos sobre tres monumentos europeos: La Alhambra, Paestum y Stonehenge. Para fotografiar éste último fue hasta la planicie próxima a la ciudad de Salisbury, en el Sur, donde se encuentra este intrigante monumento que tal vez date de la Edad de Bronce.
Por las ruinas de Paestum fue hasta el golfo de Salerno, en Italia, donde están los tres templos dóricos que pertenecían a la antigua ciudad homónima. Paestum fue fundada por los griegos en el siglo VI a.C., capturada por los romanos y destruida por los sarracenos en el siglo IX de nuestra era. "Realmente allí sentí que nuestra cultura pertenece a la herencia helénica, que en esas formas había algo con lo que podemos sentirnos claramente identificados."
En este otro viaje volvió a visitar Assis, porque era de las ciudades que más le habían gustado la primera vez que visitó Italia, y Monterchi, por el cementerio en lo alto de la colina y por la Madonna del parto, de Piero Della Francesca. Podía darse el lujo de las postas caprichosas: tenía un Fiat 600 que había comprado en Génova y con él recorrió veinticuatro mil kilómetros en doscientos veinticinco días.