

PAFOS, Chipre.- Muchas veces, encontrar tradiciones y costumbres a cada paso en las grandes ciudades es una tarea difícil. Producto de la globalización, los avances tecnológicos y el continuo desarrollo, lo propio de cada cultura, aquello que la diferencia del resto, queda oculto bajo un manto de similitudes. Pero correr el velo de lo cotidiano y sumergirse en otra realidad puede insumir, si se quiere, minutos.
En Chipre abundan los pueblitos de montaña, que se ven desde las rutas como colgados de las laderas y que no deberían dejar de visitarse.
Arodes, en la provincia de Páfos, es un testimonio vivo del pasado. La vieja iglesia en el centro, un improvisado barcito donde los hombres juegan backgammon y el inquebrantable silencio a la hora de la siesta. Las casas de madera están construidas al antojo, sin ningún orden, formando caminos curvados y otros sin salida. Las puertas antiguas, con pequeñas campanas, esperan por alguien que nunca llega. En los patios, el horno de barro sigue en actividad.
Los años pasaron, los jóvenes emigraron y sólo quedaron los habitantes con tantas décadas como historias por contar. Las mujeres parecen uniformadas, todas llevan largos vestidos oscuros, un delantal, botas altas y un pañuelo en la cabeza. Las vestidas de absoluto negro son viudas que deben mantener ese color en su ropa de por vida, aunque vuelvan a casarse. Cuando los hombres enviudan, no se afeitan por 45 días. A la vera de los caminos, muy cerquita de las pocas casas, las mujeres del pueblo trabajan la tierra. Despliegan su ancianidad con aires de juventud. Es una tarea ardua que se enorgullecen de realizar. Las mujeres son las encargadas de cultivar la tierra, los hombres las ayudan, sin que el frío o el calor sean impedimentos. Cada uno tiene su explicación: "Yo trabajo todo el día, por eso me mantengo joven", comenta una viejita de 75 años, muchas más arrugas y dos larguísimas trenzas blancas formando rodetes.
Junta a ella un hombre juguetea con un kompoloi, una especie de pulsera que hace girar entre sus dedos y, que según él, reprime sus deseos de fumar. También quiere contar su historia, de amores con rumanas y búlgaras. Están contentos de recibir gente de otra tierra, de mostrar su vida tan diferente de la de la ciudad.
Souvenirs
Lefkara, un pueblo de montaña con casas de piedra y muchos desniveles, es el centro de las artesanías. Las mujeres fabrican a mano manteles y carpetitas con lino irlandés y los llenan de bordados. Estas manualidades son las tradicionales de la isla. En el reverso de las libras chipriotas aparece una de estas carpetitas dibujada. Los precios son bastante elevados, pero hay que tener en cuenta que están totalmente bordadas a mano. Los hombres se encargan de la platería. Pulseras, aros y cadenas se consiguen a precios convenientes.
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