
POTOSI.- Fundada en 1545 con el nombre de Villa Imperial de Carlos V, Potosí se convirtió rápidamente en la ciudad más grande de América. Se debió al descubrimiento de plata en el cerro Rico, el gigante de piedra que domina la ciudad.
Era tal el caudal de metal precioso y tanta la voracidad de los españoles que fue necesario incorporar trabajadores -esclavos o semiesclavizados- de otros sitios de Bolivia, Perú y la Argentina, y la ciudad llegó a tener ciento veinte mil habitantes, la misma cantidad que tiene hoy.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, es un museo viviente de la arquitectura colonial en América. Por otro lado, la mayoría de sus habitantes es indígena, lo que le aporta un encanto adicional.
La Casa de la Moneda
Sus calles atesoran más de dos mil edificios construidos en los siglos XVII y XVIII, de los cuales los más llamativos son la catedral, la iglesia de la Compañía de Jesús, la iglesia de San Lorenzo y la Casa de la Moneda.
Una gran colección
Fundada en 1572 y reconstruida a fines del siglo XVIII, hoy funciona como museo y exhibe, en sus más de cincuenta salas, antiquísimas prensas de madera y una enorme colección de cuñas y monedas.
Las visitas a las minas del cerro Rico constituyen hoy un gran negocio turístico.
La excursión comienza en el Mercado del Minero, donde es costumbre comprar obsequios para los mineros y para El Tío, la deidad que decide los destinos de los que se internan en las entrañas de la tierra y que no es otro que el diablo, así como Viracocha es el señor de todo lo que existe en la superficie.
Los regalos, invariablemente, consisten en cigarrillos, hojas de coca y explosivos.
Usados en las minas, en las festividades y en las marchas de protesta, los cartuchos de dinamita son iguales a aquellos que nos hemos acostumbrado a ver en los dibujos animados: tres o cuatro cilindros llenos de pólvora unidos con cintas de los cuales se desprende una mecha de hilo que al consumirse produce la explosión.
Al llegar al cerro, mientras probamos cascos y lámparas de gas, presenciamos una demostración pirotécnica y ya estamos listos para entrar en la mina. Una vez adentro la primera sensación que experimentamos es una mezcla de encierro y apunamiento, que no es otra cosa que la manifestación física de la ambigüedad de estar bajo tierra a 4000 metros de altura.
En nuestra marcha por los angostos laberintos de la mina nos cruzamos con algunos mineros silenciosos que con picos, pala y dinamita persiguen en una veta estéril el ilusorio sueño de la plata.
Finalmente llegamos adonde está El Tío, representado por una estatua adornada con guirnaldas y repleta de ofrendas.
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