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Imágenes, rastros y donner kebabs por los barrios de Berlín

Caminar por la gran ciudad unificada permite descubrir una fascinante combinación de historia, tendencias, viejos males y nuevas respuestas sociales




BERLIN.- La historia podría empezar en el St. Oberholz, un café de dos plantas en el exclusivo barrio de Mitte. Ni sus ventanales, ni su interior luminoso, ni sus carteles con refranes humorísticos, ni su música de última moda hacen que se distinga de otros cafés del mundo. Pero hay una diferencia: en el St. Oberholz hay Internet inalámbrica gratis.
Por eso está permanentemente lleno de jóvenes que se sientan con sus laptops para enviar mensajes, o simplemente escribir o conversar con algún amigo o pariente a través de la Red. Claro, también consumen los gigantes latte machiatos , sus sopas, tes de jengibre y deliciosas tortas de queso, pero nadie los obliga a hacerlo.
Algunos se acurrucan con las computadoras en el marco de las ventanas de las paredes del bar, sobre los que han colocado almohadones. Se diría que las ventanas parecen cuadros y los propios parroquianos, parte de la decoración.
No puedo evitar pensar en La colmena , aquel viejo libro del español Camilo José Cela, que narraba las vidas cruzadas de los habitués de un bar madrileño de los años 40. En el St. Oberholz, sin embargo, las vidas de sus habitués no sólo se cruzan entre sí en el café o en la ciudad. Seguramente, Internet de por medio, tengan ramificaciones en otros lugares del mundo donde haya amigos y trabajo que hacer.
No es una teoría caprichosa: el café es una Babel de idiomas. Mario, una de las personas que atiende, habla perfectamente castellano, italiano y alemán, y en algunos lugares de Berlín, como el barrio Prenzlauer Berg, del ex Berlín del Este, donde florecen los locales de arte y diseño, los restaurantes y la venta de productos gourmet, cada persona es una pequeña empresa. Globalizados y emprendedores; así son los jóvenes en Berlín.

Mitte, proyecciones

"¿Cuánto tiempo es ahora?" Esa pregunta, que invita a vivir con intensidad cada segundo, se puede leer en inglés en uno de los flancos del edificio del Tacheles, a unas cuadras del St. Oberholz. Se trata de un centro cultural creado tras la apropiación, después de la caída del Muro de Berlín en 1989, de un edificio en ruinas en el que funcionaron oficinas de los nazis y una prisión militar. El edifico del Tacheles tiene una gran puerta en forma de U invertida que comunica la vereda de la calle Oranienburgstraße con un patio. A través de ese arco se puede ver la pared blanca de un edificio cercano en la que se proyectan imágenes.
En el quinto piso del Tacheles se exhibe la exposición del pintor bielorruso Alexander Rodin. La muestra se llama Kali Yuga , la "era de la oscuridad" de los hinduistas a la que sucederá una era de renacimiento, y uno de sus cuadros más representativos es un ojo con un reloj en el iris.
A unos metros, la gente se acumula en uno de los bares del centro cultural que permite mirar al exterior por un enorme hueco que hace las veces de ventana, pero sin vidrio. Para evitar el frío han puesto unas enormes estufas verticales que se apoyan en el suelo y se alimentan de garrafas. El brillo de las imágenes llega desde afuera y le da al Tacheles el aspecto de una casa embrujada.
En Prenzlauer Berg, una pareja exhibe un cartel. Dice: "Hacemos lo que quieran para que estén contentos. No desconfíen". La demanda parece ser mucha: se van con una persona antes de que pueda preguntarles nada.
Ceno en ese mismo barrio, en la casa de una pareja de una alemana y un italiano que han decidido instalar un restaurante para amigos y amigos de amigos en su propio living. La casa queda en la Kastanien Alle, probablemente la calle de más onda de todo Berlín, donde carteles convocan a una manifestación en solidaridad con los expulsados de una casa tomada en Copenhague.

Lichtenberg, monobloques

Al día siguiente, visito Lichtenberg. Es, como Prenzlauer Berg, otro barrio de la ex Berlín del Este, pero no está de moda. Todo lo contrario: es donde, se sabe, viven los grupos neonazis. A ambos lados de la Weitlingstraße, la calle principal, se levanta una infinidad de monobloques idénticos. Además de la dura arquitectura, una columna de humo se ve en el horizonte, y el aire no parece estar limpio, en un dato de lo más sorprendente en Berlín, donde existe una amplia conciencia de la necesidad de proteger el medio ambiente.
En Lichtenberg se puede ver banderas alemanas en los balcones, algo poco común en la capital alemana, una ciudad cosmopolita como pocas, y musculosos vestidos de negro caminando por la calle. Pero nadie podría decir por eso que se trata de neonazis...
Sin embargo, luego de unas diez cuadras, la Weitlingstraße hace una curva. En un bar de la vereda izquierda veo a un obeso calvo, de bigotes castaños, tomando cerveza con amigos. Todos están vestidos de marrón. Tampoco podría decir a ciencia cierta que son neonazis. Pero sí que la imagen parece sacada de una película de la guerra.

Kreuzberg, marcas

En el ex Berlín Oriental, Kreuzberg es otro lugar en el que están visibles las marcas de la guerra. O mejor dicho, de la posguerra. Por el suelo de muchas calles de Kreuzberg existe una línea metálica que desentona con el gris del pavimento. Sobre esa marca se levantaba el Muro de Berlín, que es preservado en parte de la ciudad y en parte del barrio, donde marca el límite con Friedrichshain, como un testigo mudo de los años difíciles.
Kreuzberg es conocido como la segunda Estambul porque allí viven unos 120.000 turcos que se han habituado, pese a las grandes diferencias, a convivir con los alemanes. Hoy día no es extraño ver que se crucen por la calle jóvenes con peinados estrambóticos y piercings, y mujeres turcas que usan un pañuelo en la cabeza con el que ocultan su cabello; también hay tiendas de rock duro y bares de intensa vida nocturna mezclados con cafés, restaurantes y panaderías típicamente turcos, y con agencias de viaje que ofrecen económicos vuelos a Estambul, por 118 euros, y paquetes turísticos para conocer Teherán, por 345.
Los turcos llegaron a la entonces Alemania Occidental a partir de los años 60 como "trabajadores invitados", para cubrir la falta de mano de obra masculina que se experimentaba como consecuencia de años de conflictos bélicos. Entonces, Kreuzberg no era más que un conjunto de casas prácticamente abandonadas en Berlín Occidental y hasta pasibles de ser demolidas.
Tenía el gran defecto de limitar con el Muro y ningún alemán quería ver la infausta pared desde su ventana. Los turcos, más pragmáticos, aprovecharon la oportunidad y lograron establecerse en viviendas baratas. Después, trajeron a sus familias... Ahora, su influencia se hace sentir en toda la ciudad.
El donner kebab -un sándwich de carne ternera, cordero o pollo mezclado con salsas y vegetales- le ha ganado aquí la batalla de las comidas rápidas en Berlín a contrincantes de peso como las hamburguesas, pero también a las propias bratwurst berlinesas , las tradicionales salchichas en pan.

Friedrichshain, apariencias

Hoy la cocina moderna berlinesa no excluye los elementos de lo turco y otra de sus influencias principales es la comida vietnamita, gracias a la inmigración de personas de esa nacionalidad a la República Democrática Alemana (RDA), que se afincaron principalmente en Friedrichshain.
De hecho, uno de los locales de comida más simpáticos que encontré en Berlín se llama High Tech Food, queda en Oranienburgstraße, Mitte, y se especializa en comida energética. Allí, la oferta de rolls típicos de Vietnam se mezcla con las tradicionales sopas berlinesas, con té verde, y hasta con bebidas a base de... guaraná brasileña.
Además de la presencia vietnamita, Friedrichshain ofrece varias de las postales más típicas de ese auténtico museo viviente de los desatinos del siglo XX y su aparente superación en el siglo XXI que es Berlín. Por un lado, este barrio es atravesado por la Karl Marx Alle, que es un pedazo de Moscú en la capital alemana. Ocurre que está flanqueada por lujosos monobloques, aunque lo de lujosos junto con monobloques parezca un contrasentido. Son los llamados Palacios de los Trabajadores de la era estalinista, cuya influencia también se hizo sentir en la Alemania del Este.
En Friedrichshain, las cosas no son lo que parecen. Las iglesias pueden ser en realidad salas de teatro; las casas tomadas, centros culturales, y el frente de los edificios, lugares para la exposición de imaginativos murales. Y las tiendas de ropa, como Humana, que tiene un local en la intersección de la Karl Marx Alle y la Warschauerstraße, no son más que un vehículo para la compra de ropa usada a precios competitivos. "De la gente a la gente", es el lema "ecológico" de la empresa.
Si hasta hace menos de 20 años los espías de la Stasi vigilaban a Berlín del Este, donde hoy hay una auténtica explosión del arte y el diseño; si hoy se realizan fiestas de música electrónica en locales que quedan en frente de la Torre de Televisión, otrora símbolo del progreso de la RDA; si la calle Friedrichstraße era el lugar del Check Point Charlie, el punto de cruce más importante del Muro, y hoy es la envidia de otras capitales europeas; si Berlín estaba separado y ahora está unido; si estaba destruido, y ahora está de pie, entonces por qué no se puede aquí, justamente aquí, sentar las bases para la construcción de un mundo mucho mejor, parecen decir los utopistas de Friedrichshain, tan típicamente berlineses.
Para volver de Friedrichshain a Mitte elijo pasar nuevamente por Kreuzberg. Me dirijo a una parada de tram, así se llama aquí al tranvía, donde figura, en un cartel luminoso parecido al de los aeropuertos, los minutos exactos para que llegue. Me bajo en Warschauerstraße y veo grúas gigantes iluminadas contra el cielo de la noche. Allí tomo el subte que, aunque es subte, cruza un puente sobre el río Spree.
En la estación Kottbusser Tor, la principal de Kreuzberg, suben dos jóvenes. Son fuertes, están visiblemente borrachos y uno de ellos se sienta a dos lugares de mí. En frente está sentado su amigo. Entre ellos, gritan y se arrojan con fuerza porrones de cerveza, como si no existiera peligro de que alguien resulte lastimado. Un rubio flaco, sentado en diagonal a mí, se despierta de mal humor y les pide que se callen. Los jóvenes lo increpan. El rubio les pide que se tranquilicen. No hay respuesta. Sólo insultos, mientras la tensión crece.
Pero tampoco hay pelea. Es raro que en Berlín haya pelea. El rubio se baja en la Alexanderplatz y mira con bronca desde afuera. Me bajo en la estación siguiente: Weinmasterstraße. También se bajan los dos amigos, pero, por suerte, siguen otro camino.
En el andén veo un hombre caminando lentamente con una gorra de baño en la cabeza, una campera y una zunga que deja ver sus piernas largas totalmente desnudas, salvo porque se ha puesto dos rodilleras. La sucesión de escenas, en esta ciudad que no deja ni por un segundo de sorprender, parece mucho hasta para los tolerantes pasajeros alemanes, que lo miran atónitos por la ventana.
Por Leandro Uría
De la Redacción de LA NACION

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  • Desde Buenos Aires hasta Berlín, hay vuelos desde 1378 dólares (por Lufthansa) con impuestos incluidos.

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