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Inesperado vuelco de los acontecimientos

Al planear un viaje por Africa, algunos países inspiran ciertos temores, sobre todo cuando las únicas noticias que llegan de allí son alarmantes. Sudán, por ejemplo. Sin embargo, la solidaridad del pueblo sudanés cambiaría esta percepción




El viaje desde Egipto por el lago Nasser en un ferry vetusto y oxidado no es muy placentero. Se exige a los pasajeros embarcar a la mañana y pasar todo el día amarrados para zarpar después de las 18. Para nosotros, la única diversión pasaba por mirar atónitos cómo los equipajes eran cargados en un pontón.
Varios pasajeros parecían estar importando productos como heladeras, sofás, ventiladores o equipos de aire acondicionado que eran arrojados desde camiones y quedaban muchas veces patas arriba. El método suscitaba discusiones, ya que los dueños de la infortunada carga se quejaban e intentan llegar escalando sobre otros bienes hasta sus preciadas mercancías para intentar ubicarlas mejor. A Wadi Halfa, el puerto de entrada a Sudán, llegaríamos al mediodía siguiente.
Pero hasta poder desembarcar habría que esperar horas. La camioneta, en cambio, había viajado en un pontón dos días antes. Un gestor facilitaría los trámites de aduana.
La ruta hacia el Sur es realmente para aventureros. El norte del país es desierto puro; los caminos por momentos son ondulados como una vieja tabla de lavar ropa. Pero el mayor problema es el calor: más de 50 grados durante el día y unos 30 de noche. Para los motociclistas es especialmente duro, con esas temperaturas necesitan más agua de la que pueden cargar.
Lo primero que llama la atención de los sudaneses es el blanco impoluto de sus largas camisas, llamadas jallabiyas, que tan bien contrasta con las oscuras caras. También son curiosos ciertos quinchos de dos paredes paralelas y techo de paja entre los que circula el viento. Están en todos los poblados y albergan grandes vasijas de barro llenas de agua, que no será recomendable beber sin filtrar, pero que es siempre tentadora.

Manos solidarias

La historia de Sudán está ligada a la de Egipto. Aquí también, a lo largo del Nilo, hay varios templos antiguos.
A Soleb, el mejor conservado, se llega desde el pueblito de Wawa, donde se debe preguntar por el botero para cruzar el río. La vida allí transcurre sin apuros. El bote está encallado en el barro y el botero dirige a los turistas para que ayuden a liberarlo.
Para los sudaneses, ante un problema es lógico que toda mano libre ayude a resolverlo, aun cuando sean manos de turistas que pagan por un servicio. Y por eso cuando alguien se encuentra en problemas los sudaneses ayudarán sin esperar nada a cambio ni hacer uso de la circunstancia. Una vez en Soleb, nuestro botero nos guió hasta el templo para mostrarnos algunos detalles interesantes.
Soleb fue construido por el faraón Amenhotep III en el siglo XIV a.C. y su disposición y bajorrelieves son similares a los del templo egipcio de Luxor. Algunas de sus piezas pueden verse en el Museo Británico, en Londres.
Después de la visita, el botero nos invitó a su casa a tomar té. Como muchas otras, su casa estaba recién pintada y bien mantenida, con un gran patio interno para garantizar la circulación de aire en las habitaciones a su alrededor. El hombre, nos contó, trabajaba la tierra, cuidaba sus cabras, y además tenía el bote y un pequeño negocio bien provisto de alimentos no perecederos que sus cuatro hijos mostraban con orgullo.

Pirámides y derviches

En Dóngola el calor se hizo asfixiante. Después de abastecer heladeras, agua y combustible una huella nos invitó a internarnos en el desierto rumbo a Karima. Pero incluso allí, en medio de la nada, la civilización ya había llegado. Muchos tramos de la huella, igual que ocurre más al Norte, están siendo asfaltados por empresas locales y extranjeras.
Más al Este, incluso, una empresa china está construyendo una enorme represa que proveerá de energía eléctrica a toda la región. La presencia de trabajadores chinos es tan notoria como rara.
Karima es un pueblo desolado, pero lleno de historia. Allí está Gebel Barkal, monte de gran importancia, ya que se creía que era el lugar de residencia del dios Amón. En las inmediaciones se ven las ruinas de un templo dedicado al dios y construido por Tutmosis III, uno de los primeros faraones que incursionaron tan al Sur. Más tarde, con el surgimiento del reino de Kush serían los militares de aquí al mando de Piye los que conquistarían Tebas, antigua capital de Egipto, iniciando la XXV dinastía.
Hacia el Este, en los sitios de Nuri y el Kurru, unas pequeñas pirámides revelan las tradiciones funerarias del reino de Kush. Muchas han sido erosionadas por las inclemencias del tiempo, y la mayor de ellas, la del rey Taharqa, el más poderoso de la dinastía nubia, tiene unos 29 metros de base. Jartum, la capital de Sudán, es una enorme ciudad emplazada en un accidente geográfico relevante.
Es aquí donde confluyen las aguas del Nilo Azul y del Nilo Blanco. El calor sigue, pero al menos hay algún shopping center con aire acondicionado y hasta tecnología Wi-Fi para acceder a Internet. Los alojamientos son caros y la mejor opción para quien viaje en auto es el Club de Vela, en el Nilo Azul. Por lo demás, Jartum es el lugar para tramitar visas y hacer compras. El viernes es el día de descanso.
Es entonces cuando los derviches se reúnen en la tumba de Hamed al Nil y celebran sus danzas, lo que atrae a un numeroso público. La ceremonia comienza cuando se alza una enorme pancarta verde al compás de los tambores. El ritmo empieza lento con un balanceo de los cuerpos, pero con el tiempo se acelera. Al final, los derviches parecen en trance, saltan en una pierna o hacen cabriolas con sus trajes verdes y rojos, que contrastan con el blanco que los sudaneses visten a diario.
Los derviches son musulmanes sufíes, y la ceremonia tiene el propósito de abandonarse a una comunicación directa con Dios. Dura aproximadamente una hora y luego los fieles entran en la mezquita para orar. Afuera, hay clima de fiesta.
Camino de las pirámides de Meroe, el sitio histórico más conocido de Sudán, quedaban los templos de Naqa, representativos ejemplos de la arquitectura de Kush. Uno de los templos está dedicado a Amón y sigue los planos de los templos egipcios. El templo del León, en cambio, está dedicado al dios local Apedemak, y muestra con claridad el arte de Kush, cuyos relieves revelan cuerpos más grandes y redondeados que los de sus vecinos del Norte. El pequeño quiosco frente al templo da cuenta de una variedad de influencias: su entrada es egipcia; las columnas terminan en capiteles corintios, y los arcos de las ventanas son romanos.
Cerca de allí hay un antiguo pozo de agua que todavía se utiliza. Cuando llegamos encontramos una familia, con sus burros y camellos, en plena labor: los hombres bajaban sacos de cuero de unos 30 litros de capacidad hasta el pozo y los subían ayudados por dos burros guiados por niños.
Los burros recorrían unos cien metros hasta que los sacos llegaban a la superficie, por lo que se deduce que el pozo era muy profundo. Los hombres daban de beber a los camellos, que se amontonaban desesperados por el agua. Nada parecía haber cambiado allí en los últimos mil años.
Las pirámides de Meroe quiebran la línea del desértico horizonte. Iniciadas a partir del siglo VIII a.C., cuando los reyes de Kush trasladaron su capital desde Nuri, se utilizaron como cementerio real hasta el siglo IV. Las tumbas se cavaban en la roca y después se construían las pirámides encima. Al igual que las de Nuri, sus dimensiones no impresionan.
De la treintena que componen el cementerio del Norte, la mayoría está decapitada. Sus extremos fueron dinamitados por el cazador de tesoros italiano Giuseppe Ferlini que, en 1834, encontró joyas en la pirámide de la reina Amanishakheto y procedió a dinamitar las demás. Sólo encontró herramientas, ya que los objetos de valor eran enterrados con los reyes, bajo tierra.

El accidente

Y luego sucedió. Queríamos llegar a Port Sudán, en el Mar Rojo. La ruta era excelente y hasta pasar la ciudad de Atbara, todo marchó bien. Pero en un desvío, en una huella de arena marcada por camiones y colectivos, al tomar velocidad para sentir menos las ondulaciones del camino, el auto coleó y, al intentar enderezarlo, la velocidad hizo el resto. Y volcamos…
Fue un accidente tonto y nadie se hizo siquiera un rasguño. Lo destacable fue la actitud de los sudaneses.
Enseguida paró un ómnibus lleno de pasajeros. Al comprobar que no había heridos, los hombres se dispusieron a colocar el auto sobre las ruedas nuevamente. Luego uno abrió la tapa del motor y controló los fluidos, otro retiró un vidrio roto, mientras algunos recogían las pertenencias desperdigadas. Cuando no hubo más que hacer, subieron al ómnibus y siguieron viaje.
Reparar los daños de carrocería llevó casi dos semanas. Los mecánicos, extranjeros que trabajan en Sudán, muestran aspectos desconocidos de la vida en ese lugar. Vinieron con la promesa de un buen sueldo y visas de trabajo que les permitirían traer a sus familias. El sueldo está bien, incluso les pagan una buena vivienda, pero las visas nunca llegaron. Están ilegales y las multas para poder salir del país son impagables. Parece ser que la empresa sólo gestiona las visas una vez cumplidoslos dos años de contrato.
A pesar del accidente, nos daba pena dejar Sudán, el desierto ilimitado, la amabilidad de la gente y la sensación de libertad. Por delante estaba Etiopía, donde todo sería diferente.
Por María Victoria Repetto
Para LA NACION

Darfur

Si bien en los medios de comunicación occidentales Darfur parece ser sinónimo de Sudán, dentro del país, o al menos en Norte, la región parece no existir. Se tiene la sensación de que el conflicto étnico o tribal que allí se vive desde hace años estuviera a años luz de la vida diaria en Jartum.

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