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Invasión




¡Buen lunes para todas! Llegué ayer a la tarde del aeropuerto y desde entonces que no paro de hacer cosas y de organizar trabajo atrasado. En estos días respondo los comentarios de los posteos de la semana pasada, prometo.
Fue un buen viaje. Creo que puedo decir que prácticamente caminé toda Nueva York y que, a pesar de volver cansada, logré desconectarme y pasar siete días casi sin pensar en trabajo. Es una ciudad hermosa y hay tantas cosas para hacer que me quedé con ganas de más. A las que me mandaron mails que piden recomendaciones, prometo responderles en estos días. Tengo varias cosas para contarles.
Después de diez horas de vuelo llegué a mi casa agotada. Estaba convencida de que cuando me fui había dejado la heladera vacía y en el trayecto Ezeiza-mi casa ya había pensado que tenía que bañarme, poner en el lavarropas la ropa sucia e ir al super, en ese orden.
Cuando llegué me encontré con otro panorama. En la heladera había cuatro botellas de agua, dos jugos de naranja y un saché de leche. Además, tenía condimentos nuevos (kétchup, una botella de jugo de limón y dos mostazas nuevas). El freezer estaba repleto. Tengo empanadas, milanesas y tartas individuales de diferentes gustos. En la mesada en el lugar de la tostadora vi un pequeño hornito eléctrico. Todos los indicios conducían a la misma sospechosa: mi mamá.


Cuando me mudé y cambié la cerradura le di un juego de llaves a ella. Me pareció que alguien que no viva adentro debería tener forma de entrar a mi casa, por seguridad y por si alguna vez llego a perder las llaves. Antes de irme de viaje le había pedido a mi mamá que, si tenía tiempo, venga a regarme las plantas algún día de mi semana de vacaciones para que no se sequen demasiado.
Desde que me vine a vivir sola lo que más me costó de la relación con mi mamá es que entienda que ya no puede tener control sobre algunos aspectos de mi vida. Me es muy difícil hacerle entender que esta es mi casa y que yo hago las cosas a mi manera, con errores y aciertos, pero las decisiones las tomo yo. Sé que no tiene malas intenciones y me es de mucha ayuda todo lo que me dejó. Se lo agradezco, pero lo que me molesta son los modos. Una cosa es preguntarme qué quiero y hacerme un regalo y otra muy distinta es entrar a mi casa, llenarme la heladera y la alacena de cosas que no uso como jugos con pulpa y leche (la última vez que tomé leche tenía…no sé…once años, no me gusta nada). Ahora también tengo dos mostazas (puedo tardar un año en consumirlas yo sola) y casi dos botellas enteras de aceto balsámico. El hornito me encanta, es mi electrodoméstico preferido y es súper útil, pero acá no tengo donde ponerlo y me ocupa toda la mesada. No me lo había comprado antes justamente porque no cuento con ese espacio en mi cocina. Es un buen regalo, pero llegar y encontrarlo sin caja y ya enchufado no me gustó. Me sentí muy invadida.
La llamé con un poco de bronca y se enojó. Sólo quería decirle que lo que me molesta es que me invada, no que me haga regalos. Cuando yo le hago un regalo, no me meto en su placar, le saco la etiqueta y lo cuelgo en una percha. Agradezco mucho su ayuda, pero marcar los límites me está costando muchísimo. Por ahora no volví a hablar y lamento que esto haya opacado un poco mi vuelta a Buenos Aires. Siento que en mi relación con ella por el momento es todo o nada. Y hoy, con esta sensación de invasión, prefiero nada.
¿Cómo se llevan con sus madres ahora que viven solas? ¿Les pasó algo similar? Que empiecen bien la semana.
Tina tinavivesola@gmail.com

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por Redacción OHLALÁ!

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