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Isla de Pascua: estatuas con aire de misterio

En el Pacífico, las siluetas de piedra mantienen intacta una rica historia de enigmas




ISLA DE PASCUA (The New York Times).-- Era de noche y desde el avión se veía la constelación de luces amarillas de los porches y las calles de Hanga Roa, de alrededor de 3500 habitantes, la única zona urbanizada de la isla de Pascua. Nadie llega hasta aquí por accidente. No queda de camino a ningún destino y limita con la nada. Chile, el país que la anexó como provincia en 1888, está a 3,700 kilómetros. A la isla de Pascua hay que buscarla. Tiene un pasado singular y atractivo, y pueden hallarse fragmentos de esos tiempos lejanos diseminados en el paisaje.
La isla, de aproximadamente 163 km2 de roca volcánica cubierta de hierba, en el Pacífico Sur, fue colonizada por polinesios alrededor del año 400 a.C. Sus descendientes no tuvieron contacto con el mundo exterior hasta 1722, cuando el almirante holandés Jacob Roggeveen ancló frente a sus costas y la bautizó en honor a la fecha de su llegada, un domingo de Pascua de Resurrección.

Sin madera

Roggeveen difundió lo que había visto: una isla estéril donde cientos de gigantescas estatuas con formas humanas, llamadas moais, flanqueaban la costa. Quedó perplejo al pensar cómo un pueblo primitivo como éste, en una isla privada de madera y animales de carga, pudo haber trasladado semejantes megalitos. Los informes de Roggeveen despertaron el interés de otros viajeros y muy pronto, barcos procedentes de España, Inglaterra y Francia rumbearon hacia estas latitudes. Pero para cuando llegó el capitán James Cook en 1772, algo importante había sucedido, los moais yacían sobre la hierba. Esto, por supuesto, planteó otro interrogante: ¿qué había provocado el derrumbe de las estatuas?
Visitar la isla de Pascua hoy --los habitantes la llaman Rapa Nui-- es explorar estos misterios de cerca, recorrer un museo arqueológico al aire libre de siglos de vida.
La ciudad Hanga Roa es pequeña, está compuesta en su mayoría por viviendas sencillas de una sola planta y tiendas básicas, recostadas en un rincón del paisaje triangular de la isla. El resto es rústico y se encuentra generalmente deshabitado.
Los moais aún bordean las costas, pero caídos, salvo una treintena que fue restaurada en años recientes. Casi todos los sitios no tienen sogas, barreras ni señalizaciones. Las ruinas permanecen al natural y las estatuas, que ahora están en pie, lucen tal cual lo hacían en el momento en que Roggeveen las vio por primera vez. El recorrido puede iniciarse en la cantera moai, cráter volcánico extinto llamado Rano Raraku, a casi 13 km en las afueras del pueblo. Vale la pena ir temprano para evitar los ómnibus repletos de turistas. El silencio enriquece notablemente la visita a este lugar.
Aquí, los famosos megalitos de la isla fueron cavados de la toba volcánica del cráter, y unas 394 estatuas están a medio terminar en este vasto taller volcánico, algunas aun sujetas a la piedra interior, otras erguidas en la pendiente exterior del cráter, como si al sacarlas se hubiesen congelado.
Los moais de este lugar revelan un rasgo interesante: las estatuas aquí son a simple vista mucho más grandes que las que se encuentran sobre la costa.
La mayor, El Gigante, mide casi 20 m y se estima que pesa alrededor de 270 toneladas, mientras que el moai más grande que se erigió en la costa no supera los 10 metros. Esto lleva a pensar a los arqueólogos que existió una obsesión por la construcción de estas estatuas que terminó abruptamente (se encontraron herramientas de tallado abandonadas en el sito, aunque se llevaron de allí), en el momento en que se derribaron las estatuas de la costa.
¿Por qué motivo los isleños abandonaron la práctica de esculpir estatuas? ¿Y por qué fueron derribadas? Los expertos sostienen que los moais fueron llevados probablemente a la costa utilizando la madera de los árboles que se extinguieron para el momento en que llegó Roggeveen. Una serie de análisis de polen reveló que en una época crecían en la isla palmeras de troncos gruesos, que quizá se utilizaban como palancas o ruedas para manipular las estatuas. Muchos suponen que la construcción de los moais desempeñó un papel crítico en la deforestación de la isla y el colapso ambiental fue un factor determinante para que abandonaran el intento.
Desde Rano Raraku se puede ir a pie en dirección a la costa hasta Tongariki, donde un arqueólogo chileno dirigió la restauración de una hilera de 15 moais en 1995, en la que se utilizaron resinas especiales para pegar las piezas de las estatuas desmoronadas. Los moais recobraron su posición original mediante una grúa hidráulica construida y donada por la empresa Tadano, de Japón.
La vista de estas figuras dominantes en su plataforma original, o ahu, evoca la magnificencia que vio Roggeveen, cuando cientos de estas estatuas bordeaban la isla, mirando hacia el interior, veneradas por los isleños como jefes sagrados y ancestros divinos.

Playas de arena

Una de las dos playas de arena de la isla es Anakena y se encuentra en la costa norte. Cuenta la leyenda que el primer rey, Hotu Matua, desembarcó con su canoa aquí. Este es un magnífico lugar para hacer un picnic, debajo de la arboleda de los cocoteros. La sombra es una rareza en esta isla sin árboles y debe disfrutarse cuando se encuentra.
Anakena es un lugar ideal para nadar, pero si prefiere una playa menos concurrida, Ovahe está ahí nomás. El agua en esta pequeña caleta recluida es cristalina y calma. De Anakena a Hanga Roa está Puna Pau, de donde se extraía la escoria roja para los sombreros que en una época coronaban a los moais.
Al final del día es una buena idea ir a Tavake, un restaurante informal en la calle Atamu Tekana. Además del pisco sour chileno, el atún es una de las mejores elecciones, junto con el tradicional curanto y la torta poi, plato típico con banana o guayaba.
Si es fin de semana, de noche se puede hacer una visita a una de las dos discotecas de la isla o tomar un trago en el pub Aloha.
Dos noches a la semana, el grupo Kari Kari se presenta en el hotel Hanga Roa. Con sus adornos de plumas en la cabeza y el cuerpo pintado de blanco, estos bailarines y cantantes ofrecen un espectáculo vibrante combinando música rapa nui tradicional y contemporánea.

Cómo llegar

En avión US$ 1033

LanChile posee dos vuelos semanales. La tarifa incluye tasas e impuestos. La isla de Pascua está a cinco horas de vuelo de Santiago.

Alojamiento

El alojamiento en la isla va desde residenciales, una habitación en casas de familias rapa nui hasta hoteles de lujo.
En el residencial O´Tama Te Ra´a (mahina@entelchile.net), una habitación con baño privado y desayuno cuesta 35 dólares.
El hotel Iorana (ioranaof@entelchile.net) está a 1,5 km del centro, tiene cancha de tenis, dos piscinas, un bar y un restaurante. Todas las habitaciones son con vista al océano y cuestan entre 134 y 329 dólares la noche.

Más información

Si se desea armar itinerario propio, consultar con la Fundación Isla de Pascua en www.islandheritage.org . Sernatur ( www.sernatur.cl ), la Dirección de Turismo chilena de la isla, cerca de la bahía, es una buena fuente de información.
Jennifer Vanderbes
Traducción de Andrea Arko

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por Redacción OHLALÁ!

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