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Istria: entre el mar, el sol y las trufas

Pequeñas ciudades medievales, campos infinitos y colinas fortificadas se unen en esta península, en la que la diversidad cultural pone un toque diferente




ZAGREB ( The New York Times ).- Había una simpleza elegante en el Renault beige, modelo 1982, de Zarko Bartolic, un vehículo baqueteado de cuatro puertas que, si logré descifrar su italiano con acento eslavo con mi olvidado español de Utah, fue pagado en su totalidad con dinero que aquél ganó juntando trufas en las montañas croatas y vendiéndolas en los restaurantes del lugar.
Ibamos a toda velocidad por los montes cercanos al hogar de Zarko en la península de Istria, y el aire fresco de la mañana que penetraba por su improvisado y muy directo sistema de refrigeración (una gran abertura en el tablero) fue un alivio muy preciado para nuestro pequeño grupo, ya que nuestra excursión en bicicleta de una semana por esta región del noroeste croata el verano último había coincidido con una brutal ola de calor.
Pero ahora íbamos surcando viñedos y bosques de avellanos, y mientras corría una brisa dentro del auto, todos sonreíamos por los gañidos medio reprimidos de Nerón, el perro de Zarko, que apenas podía contener sus ansias de ir en busca de trufas. Incluso el chasis del viejo Renault parecía retorcerse por anticipado cuando se bamboleaba para reacomodarse después de tomar una curva pronunciada.
En cierto modo, teníamos la sensación de estar haciendo trampa. Nuestro plan original había sido recorrer en bicicleta la península, pero no habíamos tenido en cuenta los 36°C ni la humedad tan alta, por lo que dejábamos el pedaleo para las mañanas temprano y las últimas horas de la tarde, y reservábamos el mediodía para las aventuras en cuatro ruedas como ésta. (Un dato: la primavera, el comienzo del verano y del otoño son los mejores momentos para recorrer Istria en bicicleta, cuando las temperaturas oscilan entre 20° y 30°C; el lugar es muy caluroso en julio y agosto, a pesar de ser plena temporada alta.)
Al separarse de Yugoslavia en 1991, Croacia conservó más de 1000 kilómetros de línea costera, y más de un millar de islas; la mayoría, deshabitada.
En territorio croata también se encuentra Istria, una península de forma cónica que sobresale de Eslovenia y va afinándose hasta penetrar 60 km en el mar Adriático. Estas tierras que inspiraron a James Joyce y a Julio Verne fueron redescubiertas por el turismo sólo después de terminada la guerra de Croacia por su independencia, en 1995.
La mayoría de los visitantes se queda en la costa, donde los pueblos yacen sobre penínsulas de piedra y las paredes en tonos pastel de los edificios caen en picada al mar. Pero el interior de Istria, menos poblado, tiene un magnetismo especial, con diversidad cultural y sus ciudades medievales que penden en lo alto de colinas fortificadas.
Una buena manera de apreciar sus hermosos pueblos es uniéndolos en un recorrido en bicicleta, atravesando Istria, y pernoctando en uno diferente cada día. De esta manera, se pueden recorrer las mismas rutas que usaban los romanos, los Habsburgo y las fuerzas de Napoleón. Hay una red completa de caminos de tierra que cruzan campos de heno en barbecho y bosques de roble. Lo único que hay que llevar es un mapa de ruta, agua y un equipo de cámaras de repuesto; no es difícil encontrar gente del lugar dispuesta a ayudar con el equipaje de un hotel a otro.
El terreno no es difícil. En realidad, para nosotros lo más complicado fue abrirnos paso por el laberinto de balnearios y zonas de camping en las afueras de Umag, la pintoresca ciudad de donde parte la mayoría de las excursiones. Allí, un grupo de alemanes nudistas fumaba bajo un sol abrasador mientras sus hijos jugaban descontrolados en la laguna, trepándose a botes inflables diseñados con forma de iceberg y lanzando a sus pares al agua.
Pero en cuanto nos dirigimos tierra adentro, nos encontramos rodeados de plácidos pinares y maizales mediterráneos. La senda seguía todo tipo de camino, desde carreteras angostas pavimentadas hasta caminos de tierra que bordeaban campos de heno. Pronto ingresamos en la red de bicisendas oficiales que entrecruza la península, con sus puntos panorámicos señalados con carteles no demasiado prominentes ni molestos.
En las pequeñas y antiguas ciudades del interior de Istria reina un silencio monástico. Los cascotes de piedra caliza crujían debajo de las ruedas de las bicicletas y resonaban en las callejuelas. Mujeres vestidas de negro hacían su recorrido glaciar desde las iglesias católicas, que abundan, hasta sus hogares. Por más que aminorábamos la marcha, aun yendo a poca velocidad, y con los colores chillones de nuestra indumentaria, parecía que hacíamos alboroto.
De esta manera, nos sumergimos durante varios días en la desolación del aislamiento de las ciudades del interior como Grascice, Groznjan y Oprtalj. Estas localidades a menudo se veían totalmente desiertas cuando llegábamos. Por ejemplo, al pasar debajo de un arco en las murallas derruidas de Grascice, parecía que la pensión en la que decidimos alojarnos era lo único disponible en la ciudad. Pero mientras comíamos en el patio chuletas de ternera y tomábamos grapa perfumada con miel, notamos murmullos fantasmales provenientes de patios aledaños que daban a la muralla: después de todo, el pueblo estaba habitado.
Atardeceres como éstos eran el momento propicio para subir a la bicicleta y recorrer el lugar, surcando los viñedos de las afueras mientras refrescaba un poco. Había ancianos muy callados, sentados a la vera del camino, que veían el mundo pasar. Cada viajero que transitaba por ahí era escudriñado por estos hombres de rostro impasible, ya sea un auto cargado de adolescentes italianos a los gritos o un tractor Lamborghini tirando una carga de maíz.
De allí fuimos a Motovun, la más célebre de las ciudades del interior de la península. Se llega a esta ciudad por un camino angosto que trepa en tirabuzón por la ladera de una montaña pronunciada. Tranquila y sin muchos habitantes, Motovun tiene algunas tiendas elegantes, espléndidos castaños de Indias y cenas deliciosas en el patio del hotel Kastel, un encantador edificio del siglo XVII, bien en lo alto de la montaña, donde pasamos la noche.
Al abrir la enorme ventana para sentir la brisa, divisamos detrás de los largos valles el pueblo de Oprtalj, donde habíamos pernoctado el día anterior. Un grupo de muchachos que hablaban a los gritos en italiano jugaban al fútbol en la modesta plaza de la ciudad. Motovun es la ciudad natal de Mario Andretti, legendario corredor de autos; cuando él nació, en 1940, se llamaba Montona d Istria. Andretti fue uno entre miles de istrianos de origen italiano que abandonaron el país después de la Segunda Guerra Mundial, huyendo de las matanzas que perpetraban los partisanos yugoslavos contra aquellos que presumían que apoyaban a las potencias del Eje. (El gobierno fascista de Italia había controlado Istria desde la Primera Guerra Mundial y había impuesto una campaña de italianización de la región.)
Esta violencia convulsiva es historia vieja en Europa, pero nos resultó difícil comprender hechos como éstos mientras disfrutábamos de un capuchino a la sombra de una espléndida arboleda de castaños que crece en las zonas altas de Motovun.
Fue allí donde conocimos a Ronald Geul, el joven propietario de Barbacan, un pequeño bar y restaurante sorprendente. Cuando me preguntó cuál era la cantidad más grande de trufas que había visto en un solo lugar, admití que hasta hacía poco estaba convencido de que las trufas eran animales del bosque en peligro de extinción. Con una sonrisa y sin decir una palabra, Ronald se metió en una habitación del fondo, abrió una heladera y sacó una bolsa de papel llena de trufas.
Un escondite como ése, dijo, vale más de mil dólares. En la semana entrante, sus cocineros usarían este paquete para hacer ñoquis y pastas, o lo mezclarían para hacer croquetas de jabalí que él rocía con salsa de rábano picante.
"Los istrianos usan perros en lugar de cerdos para juntarlas porque los perros son animales domésticos, entrenados; en cambio, los cerdos pueden inundar el asiento trasero del auto mientras los llevas al bosque", comentó Ronald, mientras sacaba de la bolsa una trufa del tamaño de una pelota de golf. Se la acercó al oído, la estrujó, y dijo que era una manera de saber si había gusanos.
Esta estaba limpia. La partió por la mitad y un exquisito aroma indescriptible invadió este rincón del comedor.
Ronald comentó que los istrianos no se habían dado cuenta de este valioso recurso que tenían hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados italianos señalaron el potencial. Se decía que los soldados provenían de territorios muy similares como Lombardía y Piamonte.
Al observar mi fascinación, Ronald ofreció presentarme a su vendedor.
Y así fue como dimos con Zarko, estacionamos el viejo Renault detrás de una parroquia, al borde de un barranco en las tierras altas de Istria. Nuestro guía sacó una herramienta bastante usada y nos guió detrás de Nerón, que ya tenía el hocico pegado al suelo.
Al cabo de una hora, Nerón encontró casi medio kilo de los preciados hongos mientras era engatusado por Zarko, que lo alentaba constantemente murmurando soo, soo, soo . Cada vez que Nerón detectaba una trufa, Zarko la sacaba de la tierra con ayuda de la herramienta que llevaba, se la ponía en el bolsillo y le daba una golosina a Nerón exclamando ¡bravo! una y otra vez. La mayoría de las trufas que encontraron eran del tamaño de una bellota, enanas en relación con la de 1,300 kg, del tamaño de una pelota de fútbol, que encontraron Giancarlo Zigante y su perra Diana, cerca de Motovun en 1999 (lo que le valió una entrada en el Libro Guinness de los Récords).
Ahora, son tantos los istrianos que se dedican a la industria de las trufas que se instrumentó un sistema de licencia para el desarrollo de la actividad. La codicia llevó a algunos actos de vandalismo como el envenenamiento de perros o cortes de cubiertas. Para la trufa más exótica y preciada de Istria, la blanca, la temporada se limita al otoño: desde el 15 de septiembre hasta que empiezan las primeras heladas.
Unas horas después, Zarko regresó con nosotros a su casa para preparar omelettes de trufas con su familia. No quiso aceptar que le pagáramos la excursión y las atenciones que había tenido con nosotros, que nacieron de él por pura hospitalidad y orgullo de su tierra.
En Istria, sus castillos medievales y tradiciones heterogéneas son un constante recuerdo para sus habitantes de los sucesivos imperios que lucharon por el control de esta campiña. En la casa de Zarko, todos nos sentimos agradecidos por esta paz maravillosa que nos brindó Istria.
Nathaniel Vinton
Traducción: Andrea Arko

Datos útiles

Cómo llegar

Hay combinaciones desde distintas ciudades europeas hasta el aeropuerto de Trieste volando por varias aerolíneas como Lufthansa o Alitalia. Es un poco más complicado llegar a Pula, la ciudad más importante de Istria. Una lista de líneas aéreas que parten de Pula se puede encontrar en www.airport-pula.hr. También hay ferrys que llegan a la costa oeste de Istria desde Venecia y otras ciudades italianas

Información turística

Las agencias locales abundan y se ocupan de coordinar el traslado del equipaje para ciclistas independientes
Muchas estaciones de servicio venden guías y mapas especiales con rutas para ciclistas. La mayoría de los operadores turísticos de Istria habla inglés, y la Secretaría Nacional de Turismo de Croacia tiene un espléndido sitio en la Web en www.croatia.hr , muy completo

Dónde comer

  • Barbacan es toda una revelación gastronómica en Motovun. Los platos principales cuestan entre 65 y 100 kunas (entre 12 y 20 dólares, a 5,5 kunas el dólar)
  • Bastia , donde una comida para dos , 185 kunas, es la mejor opción en Groznjan, otra encantadora ciudad en lo alto de una colina
  • Stella di Mare es un restaurante situado en la costanera de Rovinj. La carta repleta de mariscos no es única; pero la cena en el patio, sí; es insuperable. Una comida para dos ronda las 75 kunas

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por Redacción OHLALÁ!

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