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Italia para principiantes: cinco rincones imperdibles de Calabria

En la región del sur, playas, cultura, helados y mucho más




1 Tropea. Un balcón sobre el mar

El tamaño de Tropea es inversamente proporcional a su fama. Incluida regularmente entre las playas más hermosas de Europa, esta ciudad de apenas 3,59 km² tiene una de las postales más fotografiadas de Italia: la iglesia de Santa Maria dell'Isola, que se levanta sobre el promontorio de una antigua isla -hoy unida a la tierra- contra el intenso azul del mar Tirreno. Los turistas del norte de Europa la descubrieron en los años 70 y la consagraron como una de sus metas favoritas, todos los años entre junio y septiembre, para gozar no solo la belleza de la playa sino también la intensidad de sabores tradicionales como la ?nduja calabrese -un embutido donde resalta el intenso picor del peperoncino típico de la región- y la cebolla colorada de Tropea, reconocida con un sello de calidad y visible en ristras en numerosos negocios del centro histórico. La ciudad, según la leyenda fundada por Hércules, está dividida en dos niveles: el superior, construido sobre el acantilado unos 50 metros por encima de la costa, y la Marina inferior, situada junto al puerto y el mar. Pocas imágenes de Calabria son más bellas que la vista desde el balcón de la parte superior hacia el Tirreno. Desde el puerto turístico de Tropea salen además las embarcaciones que visitan las islas Eolias, en particular Stromboli y su famoso volcán.

2 Reggio Calabria. Bronces de Riace

En pleno agosto de 1972 dio la vuelta al mundo la noticia de un increíble hallazgo junto a las costas del pueblito calabrés de Riace: mientras exploraba el fondo marino, un joven buzo oriundo de Roma, Stefano Mariottini, había encontrado a apenas 300 metros de la línea de playa y a ocho metros de profundidad dos estatuas de bronce que representaban a sendos hombres de imponente tamaño. Incluso en una Magna Grecia acostumbrada a convivir con una rica herencia de restos clásicos, los arqueólogos se quedaron asombrados. Lo que siguió fue un minucioso operativo de recuperación de las estatuas, liberadas del fondo marino y ascendidas mediante globos inflados con gas. Una salva de aplausos esperaba en la playa a los dos guerreros: la estatua A, de larga cabellera ondulada y casi dos metros de altura, conocida como el Viejo; y la estatua B, conocida como el Joven. Fueron datados en torno al año 450 a.C. y contienen detalles de notable realismo, como los ojos realizados en ámbar y marfil, o los dientes de plata, que sin embargo no alcanzaron para develar el misterio de sus orígenes y del escultor que los hizo. Tras la recuperación siguieron años de peregrinación y restauración, pero en 2013 volvieron al Museo Nacional de Reggio Calabria, donde son la atracción principal y se los conserva en una habitación especial al amparo de cualquier cambio de condiciones ambientales que pueda dañarlos.

3 Pizzo. Tartufo, el mejor helado

En el país del helado, Pizzo ostenta el título de Ciudad del Helado. Situada sobre un promontorio rocoso en el centro del Golfo de Santa Eufemia, tiene una ubicación bellísima (y vertiginosa cuando se trata de manejar por una estrecha ruta apretada entre la montaña y el precipicio que da al Tirreno). Entre acantilados y playas de arena, la domina el Castillo Aragonés del siglo XV, donde fue condenado a muerte Joaquín Murat, rey de Nápoles y cuñado de Napoleón. Pizzo tiene su propia Gruta Azul, a la que solo se puede acceder desde el mar, pero es especialmente famosa por el tartufo, un helado de avellana al que se le da forma semiesférica con la palma de la mano. Tiene corazón de chocolate fundido y está cubierto de cacao amargo en polvo. Según la tradición fue creado en 1952, en el Gran Bar Excelsior de Dante Veronelli, por el joven pastelero Pippo De Maria, que durante una fiesta se quedó sin moldes y no tuvo más remedio que modelar los helados con la mano. Sus descendientes aún conservan celosamente el secreto de la receta original, que se puede probar especialmente en dos lugares de Pizzo: el Bar Dante y el Bar Ercole.

4 Scilla. La bella ninfa de la mitología

Cuenta la mitología que Scilla era una bella ninfa de ojos azules que vivía en Calabria y solía bañarse en las aguas del mar, hasta el día que se chocó aterrorizada con Glauco, hijo de Poseidón, mitad hombre y mitad pez. Glauco pidió ayuda a la maga Circe para conseguir un filtro de amor que le permitiera conquistarla, pero con malas artes la celosa maga convirtió a la ninfa en un monstruo enorme con seis cabezas de perro y largas piernas de serpiente. Horrorizada, Scilla se arrojó al mar y se fue a vivir a una gruta cercana a aquella donde también vivía Caribdis. Homero la describe en la Odisea y Ovidio en las Metamorfosis; ambas -Scilla y Cariddi (Caribdis)- son hoy los nombres de dos transbordadores que cruzan el Estrecho de Messina entre Calabria y Sicilia. Con el tiempo Scilla, que Alejandro Dumas describió como una "larga cinta sobre la ladera oriental de la montaña", se convirtió en una cotizada localidad turística situada sobre el ingreso norte del estrecho, antiguamente llamado Estrecho de Scilla. Sus orígenes legendarios combinan con una maravillosa naturaleza y una ubicación privilegiada, visible incluso desde la autopista que atraviesa el territorio calabrés. Se visitan la Chianallea di Scilla, el Castello Ruffo, el Belvedere di Piazza San Rocco y el faro, entre otros puntos de interés.

5 Parque Nacional de la Sila. Lobos y pinos

Extendido sobre tres provincias de la región -Catanzaro, Cosenza y Crotone- este parque montañoso es territorio de lobos (una especie muy perseguida pero protegida desde los años 70) y forma parte de la red italiana de Reservas de la Biósfera. Lagos, cimas nevadas, altiplanos y bosques conforman un paisaje de ecos escandinavos pero con leyendas propias de las tierras mediterráneas, famoso además porque en otoño brotan los Funghi porcini que son el acompañamiento ideal de varios platos de pasta y risotto. En el interior del parque, la Reserva Natural los Gigantes de la Sila protege un bosque de añosos pinos de grandes dimensiones, cuyos troncos de hasta dos metros de diámetro forman una suerte de columnata natural y alcanzan hasta 45 metros de altura. Se visita entre mayo y octubre, siguiendo los senderos a pie.

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por Redacción OHLALÁ!


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