
A veces la prudencia es una virtud (de las más maravillosas diría). Por suerte me quedé por estos pagos. El sábado salimos y casi se imponía que pasásemos la noche juntos. No sé porqué dije eso. No suena bien, pero es así. Yo tenía ganas, el supongo que también y en algún lugar, ¿cuánto más se puede esperar? Porque en mi forma de ver las cosas, si eso falla, estoy en problemas.
Bueno, falló supongo. O algo por el estilo. Todo lo divertido que tiene Mariano cuando estamos juntos, todo lo caballero, lo sensible, lo atento, lo interesante, bueno, todo eso, aunque suene imposible de creer, se le olvida en la cama. Una cosa rarísima. Digamos que todavía estoy en condiciones de atribuirlo a la primera vez y todo ese rollo en el que no creo enteramente porque somos gente grande, ¿cuánto puede seguir fallando el sexo después de unos primeros encuentros? No quiero entrar en detalles, o sí, muero por entrar en detalles, pero no estuvo en los detalles el tema. Fue toda una sensación general, una falta de cuidado, de registro, poco sensual, poco creativo, poco de todo, tanto que me terminó contagiando a mí y seguí con la corriente sólo para que termine lo más rápido posible. Preferí irme a dormir a casa con la excusa de que mamá cumplía años (que no es excusa, era verdad) y quería estar temprano en lo de mis viejos y además correr al Paseo Alcorta a comprar el regalo temprano a la mañana. Hablamos anoche un rato pero todavía ni tocamos el tema. En el camino en auto cuando me llevó, volvió a ser el de antes. Algo así como Jekyll y Hyde y yo acá preguntándome cuál de los dos es el verdadero.
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