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La Antigua, apañada por los volcanes

De pie: un pasado de sismos y de fuego no logró destruirla; es el centro cultural del país y sus habitantes se esmeran en enseñar sus costumbres.




GUATEMALA.- El sol pega sin contemplaciones al mediodía: José siente el calor que le escama los pies. Lo sigue un caballo bailarín, todo forrado en leña. José saca algunos troncos del lomo del animal, cuidando de no desnudarlo, y los apoya en el patio de Olivia.
Doña Olivia, uñas ajadas y mirada extraviada, hunde las manos en una palangana con agua blanca, se las acaricia y empieza a preparar el fuego que cocinará los frijoles.
Cuando el sol calienta el adobe. Cuando brillan los faroles. Cuando Olivia hecha los frijoles. Siempre, casi siempre, la realidad rima con la historia en la muy noble y muy leal ciudad de Santiago de los Caballeros de Goathemala.
Es una de las primeras ciudades de América, fundada en 1543, y también se la conoce con la denominación más práctica de Antigua Guatemala.Para los visitantes es Antigua, así, a secas: una ciudad de callecitas de piedra; construcciones de adobe teñidas de amarillo, rosa y naranja; faroles de hierro; enredaderas floridas, y tres volcanes de fondo: Fuego, Agua y Acatenango.

Lágrimas de fuego

Cuesta imaginar que estas mansas montañas que ahora adornan el paisaje con su expresión apagada algún día fueron capaces de sepultar la ciudad más importante de América Central. Porque Antigua, ahora tan chiquita y modesta, fue en tiempos de la Colonia la capital del istmo centroamericano.
Dicen que un día la montaña empezó a disparar chorros de piedras rojas y ardientes. Una columna de fuego líquido se irguió desde la boca del volcán, a 5000 de altura, y una lengua moteada de humo negro rasgó la ciudad. Dicen que desapareció el sol. Dicen que nubes negras observaron la ciudad mientras se iba marchitando. Paradójicamente, el fuego bajó del cráter del volcán que se llama de Agua.
Pero, afortunadamente, la erupción no asesinó la magia de la ciudad. Apenas trasladó el centro político a su actual ubicación, en la que continúa siendo la capital del país. Lo que sí marcó el fuego fue el destino de sus habitantes. Para doña Olivia el futuro es un agujero: "Cuando caes adentro no puedes saber lo lejos que llegarás, hija". La fuerza expresiva de sus volcanes y los sismos que la sacudieron recurrentemente moldearon el carácter de la ciudad y de sus habitantes.
Ahora, las montañas se asoman serenas detrás de las construcciones coloniales de la ciudad. Para el turista, la arquitectura de Antigua será uno de sus mayores atractivos: construcciones amplias, con patios centrales y galerías donde balconean las habitaciones.
El estilo de la arquitectura de Antigua es de influencia española, pero como los constructores fueron indígenas, le imprimieron su sello propio y, debido a los azotes que recibió la ciudad, gran parte de las construcciones fueron reconstruidas con técnicas arqueológicas.

Recuperar la confianza

Con el tiempo, Antigua se convirtió en una ciudad de grandes ruinas con algunas construcciones habitadas. Sus pobladores son gente de hablar pausado y hospitalidad pueblerina.
Con los años, la población antigüeña recuperó la confianza y volvió a crecer. Los jardines florecieron, sobre todo con la introducción del café a mediados del siglo pasado. Esa misma época coincidió con la voluntad gubernamental de recuperar algunos edificios históricos como la catedral, el Palacio del Ayuntamiento, la iglesia de la Merced, el Arco de Santa Catalina y el Palacio de los Capitanes Generales.
Hoy, la ciudad está reconocida por la Unesco como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Pero, además, Antigua es el centro cultural y cosmopolita de Guatemala. Hay muchas escuelas que enseñan español a precios casi ridículos. Incluso muchos nativos se ofrecen para convivir con los turistas para enseñarles el idioma y las costumbres del país. Esta nueva industria del español convoca a viajeros de todo el mundo. Antigua está rodeada por pueblos de ladinos (blancos), pero mayoritariamente por indígenas de origen cakchiquel y pokomam, que resguardan sus tradiciones.
Son pueblos enclavados en las faldas de los volcanes, refinados tejedores de huipiles, cultivadores de rosas o talladores de madera. Por la tarde, las adolescentes indígenas pasean de la mano por la plaza principal de Antigua. Siempre dispuestas a mantener una conversación. Las jóvenes guatemaltecas son el último eslabón de una tradición familiar y femenina en el tejido y venta de huipiles y mantas bordadas a mano.
Valeria Burrieza

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