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La bohemia dePragaresiste los tiempos

El placer de la estética y los resabios del pasado impregnan de un aire romántico a la ciudad; la música, la actividad cultural y la cerveza le dan un toque de alegría




PRAGA.- ¿Cómo definir a Praga sin meter en el medio sensaciones personales? Eso se preguntó el viajero al recordar su paso por la capital checa. Impresiones únicas, como todo lo personal; distintas para cada sensibilidad. Una mujer, que él mantiene en la memoria y en otros espacios de su alma, rompió a llorar cuando pisó la plaza de la Ciudad Vieja. Ya sus ojos habían comenzado a enamorarse cuando cruzó la frontera entre lo nuevo y lo viejo, junto a la Torre de la Pólvora.
Después, los jóvenes que tocaban música de cámara sobre la calle Celetna le pusieron un toque de distinción al momento en que al mirar hacia todas partes sólo había una Praga histórica alrededor. La música de Mozart se mezcla con el jazz, ejecutada por profesionales de más de 40 años y por adolescentes de menos de 15. Los niños se sientan a escuchar a los músicos y aplauden Las cuatro estaciones, de Vivaldi, como lo harían ante una estrella universal del rock.
El Reloj Astronómico del Ayuntamiento, construido en el siglo XV por un orfebre del tiempo -Nicholas de Kadan-, no se detuvo entonces y no lo hace ahora. La ciudad vive en círculos, como si nada terminara nunca por fin de concluir. No fue el viajero, sino Gabriel García Márquez quien ensayó una síntesis de Praga a través de la descripción realista y mágica de uno de sus rincones.
"Hay una callecita -la Calle de los Alquimistas- que es uno de los pocos museos hechos con sentido común. Lo hizo el tiempo. En el siglo XVII había allí unas tiendecitas donde se vendían inventos maravillosos. Los alquimistas se quemaban las pestañas en la trastienda buscando la piedra filosofal y el elixir de la vida eterna. La ingenua clientela que esperó el milagro con la boca abierta -que sin duda ahorró dinero para comprar el elixir de la vida eterna cuando lo pusieran en la vitrina- se murió esperando con la boca abierta. Después se murieron también los alquimistas y con ellos sus fórmulas magistrales, que no eran otra cosa que la poesía de la ciencia."
Ojos colombianos, expertos en el arte de armar imágenes, siguieron describiendo a la capital bohemia. "Así es Praga: su antigüedad no parece anacrónica. En los vericuetos de la ciudad vieja se encuentran en un mismo caserón una cervecería histórica con reproducciones de Picasso y un almacén de calculadoras eléctricas".
¿Para qué ensayar palabras que ya fueron escritas? El viajero se preguntaba eso al anotar las frases de García Márquez en su libro de bitácora terrestre. Y también imitó al escritor célebre: fue a comprar dos botellas de vodka polaca y en la madrugada empezó a subir por callejuelas empedradas de Malá Strana en dirección al castillo. Tuvo ganas de cantar él también corridos mexicanos, pero no lo hizo. Su capacidad de plagio no llegó a tanto.
No todo en Praga huele a romántico. Eso lo descubrió el día en que decidió preguntar en la estación de trenes Hlavní Nadrazi, sobre la calle Wilsonova, acerca de un hipotético tren que llegara hasta Venecia. La estación estaba rodeada de lo mismo que cualquier otra cruzando el mundo: hotelitos de mala muerte, gente que va y viene, más gente que no va ni viene y sólo permanece allí con ganas de ir y venir, tránsito urbano sin estridencias, un pequeño parque donde las mujeres de falda larga y estilo de principios de los años sesenta cuidaban a los niños, mientras los hombres veían pasar el tranvía con ojos sin asombro. Adentro había una máquina expendedora de gaseosas que no funcionaba. Al reclamarle a un guardia ferroviario por la moneda perdida en la hendidura de la máquina, el hombre se encogió de hombros sin emitir sonido. Siguió caminando como si nada.
La fila en la oficina de informes no era distinta de las de otras partes del mundo: aburrida. Al llegar frente a la mujer rubia y gorda, sentada en una banqueta, el viajero intentó hacerse entender en inglés. Tarea infructuosa si las hay en Praga, porque más allá del checo y de un rudimentario alemán, pocos comprenden otro idioma fuera del ruso, lengua que conocen, pero no les gusta demasiado por razones de piel.
La mujer escuchó el palabrerío del aspirante a pasajero sin inmutarse y respondió en checo. El desconcierto de su interlocutor la llevó a balbucear algunas frases en un alemán gutural y olvidado desde la escuela primaria que, a esas alturas, estaba en un arcón de recuerdos que tenía unas cuatro décadas. El insistió en francés, pero no hubo caso: la mujer se mantenía en sus trece. La palabra Venecia repetida en diez idiomas no parecía sonarle familiar hasta que un checo que esperaba en la fila le dijo algo en su idioma. Entonces la mujer sacó de abajo del mostrador una lista de horarios de trenes y con una lupa la leyó detenidamente.

Antes de la Ciudad Vieja


Pasaron dos o tres minutos eternos y levantó la vista. "Nein", dijo, y lanzó una parrafada en checo. El viajero insistió con ojos de súplica. Ella volvió a leer la lista y cuando se dio cuenta de que el viajero trataba de asomarse sobre el vidrio del mostrador para ver su libro, lo escondió y acercó la lupa. Parecía querer que no se enterara del contenido, como si fuese un secreto de Estado. "Nein", repitió, y pese a las imprecaciones del frustrado pasajero y a algunas exclamaciones en checo del resto de la fila, mantuvo su postura negativa. "Un ejemplar perfecto de antiguas y nuevas burocracias", pensó el viajero antes de caminar hacia la Ciudad Vieja.
Cruzó el puente Carlos, deteniéndose ante cada una de las treinta estatuas barrocas ennegrecidas por los años, y pensó que iglesias y castillos de los barrios de Malá Strana y Hradcany serían buenos sitios para meditar sobre los trenes a Venecia. No se equivocó, porque en pocos minutos, después de esforzarse en las calles ascendentes que llevan hasta el barrio de Franz Kafka, encontró a un hombre tomando una gaseosa que le explicó en un inglés trabajado que en realidad no había trenes a Venecia en esos días y debía hacer una combinación en Viena.
La casa de Kafka, en el número 22 de la llamada Calle de los Alquimistas o Callejón de Oro, es pequeña y está en un barrio construido originalmente para albergar a los guardias reales. Se ha organizado allí un museo minúsculo, sin mayores pretensiones. Venden libros en distintos idiomas, postales, pósters, recuerdos varios. Los turistas entran y salen en cuestión de minutos. Son pocos los que se detienen a mirar las cosas que en realidad no ofrece una chica que no muestra el menor interés por vender y lee su libro. Nada indica que esa casita amarilla sea un lugar especial. Sólo los ojos profundos de Kafka observan desde las paredes interiores y es suficiente para ambientar el lugar. No hay metamorfosis alguna en el gesto de quienes entran y salen, ni asombro. Hay paz. La calle soleada es silenciosa. Por allí no circulan automóviles.
La iglesia de San Nicolás en la plaza de la ciudad vieja, el convento de Strahov, los castillos de Praga y de Loreto, la catedral de San Vito, la iglesia de Nuestra Señora de Tyn, son lugares para perderse y encontrar el camino de regreso sólo cuando llega la noche. A esas horas, el Moldava está en su apogeo: pacífico, imponente, irreal. Sobre todo, observado desde un bar con mirador vecino al puente Carlos.
Fue cerca de allí donde el viajero la vio. Estaba tiesa y soberbia, enfundada en su túnica verde oscuro, blanca como la misma muerte y con la guadaña apoyada en su mano. La mujer que él acompañaba vio esa marioneta, esa parca, y quiso llevársela. Fue a parar a una caja que cruzó Europa, asustó a los funcionarios de aduana en Miami y atravesó Buenos Aires para asentarse sobre un mueble de algarrobo. Después quedó hecha pedazos por una tormenta brutal y sin lluvia. Se fue sin dejar más rastros que el recuerdo y -por qué no- el dolor de haberla perdido. Las marionetas de Praga son bellas y sencillas. El viajero sabe que algún día habrá de volver para intentar recuperarla y colocarla sobre el mismo mueble, a resguardo de las tormentas. No olvidará nunca a esa muñeca ni a cierta mujer que la descubrió.

Para embriagarse de emociones


Su capital y las marionetas no son las únicas cosas en las que los checos se destacan: ellos dicen, al igual que la gente de otros países de Europa central, haber sido los primigenios inventores de la cerveza. Como prueba, muestran a los visitantes antiquísimas cervecerías, algunas que funcionan como tales y otras que ya no. La Pilsner, según la leyenda checa, es el antecedente más antiguo de esa bebida popular en todo el planeta, oriunda de la ciudad de Pilsen, 100 kilómetros al oeste de Praga. La actual fábrica Pilsner-Urquell, fundada en 1842, es uno de los lugares a los que el viajero llegó en sus recorridos, para enterarse entre otras cosas que allí se elabora cerveza desde 1295.
En el centro, el nuevo y el viejo, las cervecerías son debilidad para muchos viajeros. U Fleku, U Supa o U Sixtu son algunas de las más célebres. Allí se reúnen checos y extranjeros para descansar o cansarse de beber. Desde hace algunos años, los nobles checos vieron la posibilidad de volver a sus viejos esplendores. Las mansiones vacías fueron devueltas por el Estado a sus antiguos dueños, que las heredaron por generaciones y, un buen día, las perdieron por décadas. Sin embargo, el regreso de los nobles no fue todo lo brillante que miles de nostalgias habían prometido: el costo de mantener un castillo o una mansión de tamaño imperial excedía las posibilidades económicas de los privilegiados de antaño. Vale el tiempo empleado para recorrer algunas de esas construcciones mejoradas a duras penas. En ellas se resume un siglo XX despiadado bajo todos los sistemas. Pese a esas zonas oscuras, Praga mantiene la realeza de sus ambientes, aunque sin ostentación.
García Márquez, por fin, vuelve a dar su pincelada: "Las tiendecitas están cerradas. Nadie ha tratado de falsificarlas para impresionar a los turistas. En lugar de dejar que se llenen de murciélagos y telarañas para que se les vea la edad, las casitas son pintadas todos los años con amarillos y azules rudimentarios, infantiles, y siguen pareciendo nuevas, sólo que no con una novedad de ahora sino del siglo XVII". Ese ahora del colombiano pertenece a 1957. Pero está hablando de Praga y entonces el ahora no tiene edad.
Leonardo Freidenberg
Cómo llegar, dónde alojarse y otros datos útiles
Traslado
Para llegar a Praga sólo hace falta tomarse un avión a cualquier punto neurálgico de Europa (Madrid, París, Londres, Francfort, Roma) y desde allí hacer una conexión. No hay vuelos directos desde la Argentina. Antes, el viajero criollo deberá sacar su visa de turista en el consulado (Villanueva 1356, Buenos Aires, Tel. 777-1829).
Alojamiento
Como en casi todos los lugares del mundo, el alojamiento es conveniente reservarlo de antemano para no pagar la llamada tarifa de mostrador , mucho más cara que la que se paga si se contrata desde la Argentina. Los ejemplos al respecto son elocuentes: una noche en el Pariz Praha cuesta alrededor de 220 dólares la habitación doble si se lo contrata en el momento, mientras que reservando desde Buenos Aires, con un agente de viajes bien relacionado, el precio puede bajar hasta 200 dólares por dos noches.
El Palace (Panská 12) es el cinco estrellas tradicional de la ciudad y allí el precio de la habitación doble puede trepar hasta los 400 dólares (menos, contratando en la Argentina). De allí hacia abajo la oferta hotelera es amplia y puede encontrarse alojamiento digno por 70 dólares, incluso en la Ciudad Vieja, un sitio muy recomendable para pernoctar.
Comidas y transportes
En gastronomía, los checos de Praga no se andan con vueltas: hay de todo. Desde el restaurante barato de menú fijo a 15 dólares hasta lugares como el Vikarka, donde el comensal no sabrá, al momento de pagar, si le cobran la comida o algún mueble del castillo. El Opera Grill tiene fama de contar con la mejor cocina checa de la capital y una cena habrá de pagarse, con un vino razonable, alrededor de 40 dólares por comensal. Vale la pena probar la comida judía de Koser Restaurace (Maislova 18), en el barrio hebreo de Josefov, a razón de 30 dólares por persona. La tentación de comer en uno de los muchos bares y restaurantes de la plaza de la Ciudad Vieja es inevitable. Conviene ceder: la comida no será memorable y los precios son para turistas, pero el ambiente es grato y el tiempo se hace corto.
En materia de transportes, Praga cuenta con un buen servicio público, aunque la idea de caminar por la ciudad es la más recomendable. Los taxis están a disposición de los dispendiosos que quieren gastar fortunas.
Clima y dinero
Llegar a Praga en cualquier época del año es bueno, pero la primavera bohemia tiene un encanto especial. El verano es tórrido, con un sol abrasador. Y el invierno es cruel, aunque la imagen de la ciudad nevada queda en la memoria para siempre.
Las casas de cambio están por todas partes y las tarjetas de crédito internacionales se aceptan sin problemas. La seguridad en las calles supera la media de otras regiones de Europa, aunque los carteristas hacen su festín en las inmediaciones de la plaza Wenceslao y en la Ciudad Vieja en general.
Hilos y muñecos, un culto al arte
Desde siempre, los checos han forjado su prestigio en el teatro de las marionetas y, además, en la literatura
PRAGA.- Hay un lugar donde las marionetas cobran vida: es el teatro de marionetas en la ciudad vieja, en Zatecká 1. Don Giovanni con hilos y muñecos es una experiencia fascinante. No es la ópera en sí lo que se siente más, ni la oscuridad en la pequeña sala repleta de gente. Son esas formas vivientes de madera y cerámica vestidas como personas, los juegos de luces y de sombras, el ambiente mortuorio y festivo, la sensación de plenitud capaz de transmitir un arte en el que los checos son maestros.
Las marionetas se venden en los negocios que hay cerca del puente Carlos. Sus precios oscilan entre los cincuenta y los quinientos dólares. Las hay de todos los tamaños y diferentes vestimentas, con apariencia de personajes de la historia checa, figuras universales o sencillamente muñecos que salen de la imaginación de los artesanos.
En realidad, la vida cultural de la ciudad es tan vasta que no alcanza una sola estada para abarcarla. Los checos, y especialmente los de Praga, son innovadores en distintas áreas del arte. Una de las más sorprendentes creaciones de los últimos años -quizá décadas- es la Linterna Animata, un grupo de teatro integrado por dos clases de protagonistas: los actores y las luces.
En realidad, se basa en una idea concebida hace treinta y cinco años -Linterna Mágica- que combinaba la proyección de una película de 35 milímetros con el trabajo de un actor. En esa puesta en escena participó, cuando aún era casi un desconocido para el mundo, el director Milos Forman. Sin embargo, renunciando a la proyección frontal, Linterna Animata emite la imagen cinematográfica de arriba hacia abajo.
Día y noche, la música forma parte de la fisonomía de Praga. No solamente por las salas de conciertos, sino por las representaciones musicales que se ofrecen en las iglesias y los jardines, en los patios, las plazas y las calles. Los recitales de ópera en el museo Dvorak, en la llamada Villa Amerika, o los de piano y violín del Museo Mozart, en Villa Betramka, donde se alojó el famoso Amadeus para terminar de componer Don Giovanni, forman un complejo cultural sorprendente.
El escritor y poeta Jan Neruda tiene también su historia en Praga, en las calles de su barrio -Malá Strana, y los vecinos de la zona viven como si el escritor, fallecido en 1891, pudiese aparecer en cualquier momento, caminando hacia la cervecería de la Plaza Malostranské para encontrarse allí con los personajes de sus cuentos.
No solamente Franz Kafka se destacó entre quienes escribieron grandes obras de la literatura universal entre cuatro paredes de Praga. Después de todo, los escritores checos tienen un prestigio notable y no solamente por sus obras literarias. Uno de ellos, también dramaturgo, se llama Vaclav Havel y fue el encargado de conducir a la ex Checoslovaquia en dos direcciones: la separación pacífica y celebrada a ambos lados de la flamante frontera entre la República Checa y Eslovaquia, y paralelamente abrir los espacios necesarios como para salir por fin de las guerras (la Segunda Guerra Mundial, continuada por la Guerra Fría).

Contrastes

No es casual que aquellos escritores, entre quienes se destacaron Milan Kundera y Bohumil Hrabal, fueran los precursores del grupo de intelectuales conocido por oponerse a un régimen que consideraban injusto (aunque hoy la mayoría de ellos cree que tampoco en el sistema actual impera la justicia). Este año van a tener su propio homenaje con el Festival de la Primavera de Praga, que se celebrará entre el 12 de este mes y el 3 de junio próximo en varios puntos de la ciudad. El acto central será en el Rudolfinum, la principal sala de conciertos.
"Basta con que a uno le guste escuchar para que las iglesias y los palacios de Praga cuenten historias que saben, que hablan por sí solos", escribió Rainer Maria Rilke, poeta nacido en la ciudad. Rilke no se adjudicó la frase: simplemente se la regaló a uno de sus personajes del libro autobiográfico Relatos de Praga .

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