

WILLEMSTAD.- Comúnmente, el Caribe se asocia rápidamente con la música pegadiza y el baile a toda hora. Pero cada una de las islas, cada pueblo tiene su propio modo de vida, con costumbres y gustos diferentes.
En Curaçao la música casi pasa inadvertida, es sólo un ingrediente más que acompaña la cotidianidad. El aire no vibra a ritmo de salsa ni de merengue.
Esta tierra poco se compara con la permanente devoción por el baile de dominicanos o cubanos, que hacen girar su vida en torno de melodías contagiosas. Por supuesto que a la hora de mover el cuerpo, los curazoleños no se quedan atrás. Los fines de semana, por las noches, organizan bailes en las playas donde no faltan bandas que toquen reggae , salsa, merengue o cualquier otro tipo de música de moda. Pero Curaçao no es la excepción. Es preciso establecer una distinción para evitar confusiones. Por lo general, los lugares adonde se habla español, los de raíz latina, comparten gustos y formas de vida similares. Ellos son los que hicieron del baile un estilo de vida de marca registrada que trascendió sus fronteras. Las cosas cambian cuando se hace referencia a islas colonizadas, por ejemplo, por holandeses, como St. Maarten, Aruba o la misma Curaçao.
Aunque también tienen la melodía en la sangre, un rasgo muy centroamericano, la relación de estas islas con el baile es menos estrecha.
A la hora de apaciguar el calor con un trago, aquí no se inclinan por el ron. Ellos tiene lo suyo: prefieran una Amstel, la cerveza de fabricación local, la única en el mundo hecha con agua marina destilada. También se puede optar por el auténtico licor de Curaçao.
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