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La casa de Versace, por 50 dólares




La cabeza de la Medusa, con su mata de pelo hecha de serpientes, sigue siendo la presencia dominante en Casa Casuarina. Es el dibujo en las puertas de Ocean Drive 1116, el tema central del mosaico veneciano en el patio frente a la piscina donde está sobre el grifo y aparece como dueña de casa por todos lados. Es el logotipo de Gianni Versace que le impuso su sello en esta reconstrucción del palacio de 1930, inspirado en el Alcázar de Diego Colón, hijo del descubridor de América.
Había pasado muchas veces frente a esa mansión que el modisto renovó a su gusto y costo, pero nunca había podido conocerla por dentro. Sabía que el trabajo de restauración fue tan respetuoso que la rigurosa Liga de Preservación lo elogió como ejemplo en el Distrito Art Deco. Gianni, que había hecho una escala rumbo a otro lado, quedó encandilado con Miami Beach y decidió convertirla en una de sus residencias. Invirtió casi tres millones por la propiedad y otros tantos por el hotel Revere que estaba al lado para darle más amplitud y la cubrió de obras de arte transformándola en un palacio de 12 habitaciones y 13 baños, donde toda la grifería parece de oro.
Al entrar, gracias al tour de 50 dólares que sólo hace cuatro meses se abrió al público, la presencia de Versace (1946/1997) es omnipresente como su estilo. Es sentirse en la platea de una gran ópera con un presupuesto sin límites y dirigido por los sueños del creador de Regio Calabria, en el sur de Italia. Su familia, luego del asesinato, la vendió para sacarse de encima esa pesadilla, pero la leyenda continúa.
El comprador, el bimillonario de telecomunicaciones Meter Loftin, la compró y la mantiene dentro de la constelación de Leading Hotels, como una escapada suntuaria manteniendo las obras de arte porque adquirió varios de los muebles originales que se vendieron en Sotheby´s. Se puede ocupar cualquiera de las nueve suites pagando entre 595 y 995 dólares, sin aclararse por una nota de buen gusto, cuál sería la preferida de Versace. Y una versión más económica es ir a comer a su pequeño restaurante con las paredes cubiertas de pinturas o al patio. No es tan caro como podría suponerse por el escenario y su historia (100 dólares por cubierto y 150 por el menú de seis pasos, con el vino haciendo juego por 225).

Lejos de los flashes

Al retirarme, satisfecho aunque no hubiera comido allí porque mi presupuesto no me lo permite, pensé que se había cerrado un capítulo de la vida de ricos y famosos en la década del 90. No sólo porque ya se cumplen en julio 12 años desde el asesinato, sino porque las celebridades que frecuentan el trópico están en otra. De la misma manera en que pasó al archivo la aureola de Division Miami con los trajes amplios de Adolfo Domínguez para Don Johnson en los 80.
La gente común y corriente se vacunó de la idolatría al paso, y la presencia de los conocidos de siempre la tiene cada vez más sin cuidado. La promoción no rinde dividendos entre los personajes importantes y los secundarios no cuentan. La pasarela de barcitos de Ocean Drive sigue siendo un lugar espléndido para divertirse sin cazadores de autógrafos (que ya no existen, porque las firmas se venden). Y ahora debe competir con el auge de Lincoln Road donde, lo mismo que en Nueva York, nadie se da vuelta porque vea una carita conocida de la TV.
Y los celeb , abreviatura de otro tiempo, eligen otros lugares para vivir. Dejan la galería de los paparazzi, pero no se esconden en barrios privados o detrás de las barreras de un country. Por eso la tendencia de grandes torres que mezclan residencias y hoteles con servicios a todo lujo al lado del mar en la zona de Brickell o Bal Harbour.

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por Redacción OHLALÁ!

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