
MDINA.- Shh!!!, parecen proferir las callejuelas angostas de Mdina, la antigua capital de Malta. Ni siquiera el turismo con el bullicio que le es propio logró arrebatar, a esta villa de piedra, su parsimonia natural. Si fuera una persona, Mdina sería introvertida, retraída y huidiza, pero ¡tan bella! Con una belleza de palacios medievales y renacentistas; iglesias, fortificaciones, pasajes ceñidos y una cadencia sigilosa.
Hasta la construcción de la flamante ciudad de La Valletta, en 1568, Mdina fue la capital de la isla. Situada en el punto más alto de Malta, fue en sus orígenes una ciudad romana llamada Melita, nombre que se aplicaba también a toda la isla. Sin embargo, cuando llegó la orden de los caballeros no se estableció en la capital, sino en Birgu, sobre el Grand Harbour, y la aristocracia de la isla se preservó en Mdina. La ciudad silenciosa es un lugar para recorrer sin prisa, poniendo atención en todos los detalles.
Un reducto noble
Los llamadores de las puertas, tanto de palacios como de las casas nobles, presentan intrincados y variados diseños de heráldicas y animales típicos del Mediterráneo, como los delfines que, según cuentan los malteses, son garantía de buena suerte y prosperidad. Las buganvillas fucsias y las hiedras que enamoran muros y balustradas cortan el amarillo oxidado e inconfundible que pigmenta el ambiente desde la llegada a Malta.
Actualmente, viven en Mdina sólo 400 personas, en su mayoría, familias de ascendencia noble que residen en palacios restaurados.
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