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La comunicación en el viaje, desde el teléfono público hasta Skype




Hola vieja, ¿sabés desde dónde te estoy llamando? Han pasado 17 años y no perdió actualidad ese aviso de Telefónica de 1993 que mostraba la comunicación desde el remoto Clemente Onelli, en Río Negro. En el pueblo siguen viviendo 17 familias y otras 48 dispersas en el área rural, en casas en su mayoría de adobe y barro que retienen el calor de la leña cuando sufren la ola de frío. Y hay un solo teléfono, el mismo de la publicidad, para alguna emergencia.
No hay celulares y esta postal la conocemos por un reportaje al comisionado de fomento, Cristian Rosales, que le hizo Cadena 3 desde Córdoba, y que pude seguir online desde la compu en la que estoy escribiendo.
La pregunta del sonriente patagónico nos parece anacrónica en la mayoría del país que tiene tantos celulares como habitantes, unos 40 millones. Pero allí no tienen señal. En Buenos Aires y la mayoría de las ciudades, al sonar el aparato nos indica quién nos llama y, por ende, si lo queremos atender o no para enviarlos al limbo del mensaje de voz.
El avance de la tecnología es formidable en muchas partes. Aunque no en todas. Lo mismo pasa con algunas costumbres que seguimos en automático sin darnos cuenta de que hay otras soluciones para las necesidades de siempre que es mantenerse en contacto con la familia.
Todavía hay muchos viajeros que al llegar a destino hablan por teléfono a la casa para decir que llegaron bien. Es lo primero que hacen desde su habitación luego de registrarse. Es la facilidad cara del frigobar pagando el triple una gaseosa. El aparato está en la mesa de luz al lado de la cama y nos tienta para hablar a casa; la comodidad es su mejor aliado. Generalmente no leemos el cartel con los costos que son altos y pedimos que le pasen el teléfono al nene o a la abuela, sin darnos cuenta que el tiempo es un taxímetro en dólares o euros.
Algunas pequeñas trampas de antes ya no funcionan, como la de marcar y no hablar. Es lo que yo hacía para confirmar que estaba bien y en destino. Pero hay que cortar muy rápido porque al tercer ring queda facturado. Otra era la de apelar al teléfono público, que siempre es más económico si tenemos monedas para entrar en el servicio phone de nuestra tarjeta de crédito. Pero en muchos hoteles han reducido el número de teléfonos fijos porque todo el mundo tiene móviles. Otro tanto ocurre en la calle, donde también escasean o han sido vandalizados.
No conviene usar el teléfono desde el cuarto, aunque tal vez no cobren las llamadas locales. A veces hay que discutir en el mostrador a la hora de pagar, porque cobran el 0800 que debe ser gratuito. Otro fastidio, muy común en Europa, es que interfieran la comunicación para confundirnos con ruidos raros, un scramble.

Viveza criolla

Los hoteles suelen entregar en concesión el servicio telefónico, de la misma manera que el estacionamiento. Se disculpan con el cliente, pero se lavan las manos. Es lógico entonces que las empresas que subcontratan recurran a muchas artimañas para evitar las nuestras porque la viveza criolla es universal.
Creo que lo mejor es reducir la frecuencia y la duración de las llamadas porque recargan el presupuesto que siempre es insuficiente. Era ideal ir a un cibercafé con Internet, pero el negocio se ha desvanecido, también en Buenos Aires, y cuesta encontrar uno abierto salvo en barrios con estudiantes o inmigrantes. La excepción es la otra Europa en algunos lugares donde todavía la informática no ha llegado a todos los hogares.
En este juego, la última tecnología es nuestra aliada con un plan de roaming de tercera generación 3G que debemos averiguar con todo detalle antes de viajar. O mi preferida, que es llevar una netbook para conectarme a Internet con Skype para el teléfono. Tampoco es simple porque aunque nos ofrezcan Wi-Fi sin cargo necesitamos que nos faciliten la contraseña. Lo que no siempre hacen rápido y de buena gana. A menos que tenga un costo aparte, que es otro cantar.
Por Horacio de Dios
almadevalija@gmail.com

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