La Costa Azul combina elegancia y placer
La Riviera francesa dibuja una geografía hecha a la medida del lujo; Niza, Cannes, Antibes y otras ciudades disfrutan a pleno del sol, del confort de los hoteles y de un poco de historia, como los ricos y famosos que las frecuentan
20 de marzo de 1998
L legué en tren a Niza al anochecer y tomé un taxi desde la estación. Después de dejar el equipaje en el hotel, salí a caminar por las calles adyacentes, solitarias, en dirección a la Promenade des Anglais, que quería conocer en su esplendor nocturno. La noche primaveral era cálida y se respiraba ese aire característico de la Costa Azul, cargado con el aroma de las flores que se abrían en todos los jardines y en los árboles de la calle.
De pronto vi a una señora que me hacía señas desde la acera opuesta. Distinguí un rostro excesivamente maquillado para su edad. Tal vez quería preguntarme algo o que la ayudara a cruzar la calle. Al acercarme le pregunté:
-Qu´est ce que vous voulez, madame?
Y su boca pintarrajeada suspiró:
-¡L´amour...!
Sorprendido, no atiné más que a responder:
-Excusez moi, madame, je suis très fatigué.
Pasado el asombro inicial, no pude menos que sonreír. En otro sitio, el episodio me habría parecido grotesco y hasta triste. Allí me parecía grotesco, pero conmovedor. Y busqué la explicación: tal vez porque todos, en la Costa Azul, sienten el espíritu liviano, feliz, y predispuesto para la ilusión del amor, en todas sus formas, incluso el goce sensual que la madura hetaira me proponía.
La mañana siguiente fue para mis ojos una fiesta de sol y de belleza. La naturaleza y el hombre habían creado en esa porción del universo un espacio para la felicidad.
La dulce Francia se asomaba a las aguas del Mediterráneo, impregnada por los suaves perfumes de la Provenza. Parques, palacios y sofisticadas mansiones, junto a las playas, conformaban una escenografía donde era posible experimentar las tres sensaciones que enumeró Baudelaire en su famosa Invitación al viaje : "Calma, lujo y voluptuosidad".
Desde Niza recorrí después casi todas las ciudades balnearias en cuyos puertos anclan los yates más lujosos del mundo y entretienen sus ocios las rutilantes personalidades del jet set internacional. Henri Matisse, Pablo Picasso, Coco Chanel, Grace Kelly, Brigitte Bardot, Carolina y Stephanie de Mónaco, son algunos de los mitos modernos de este lugar que más de una vez se ha comparado con el paraíso por su hermosura natural y la benignidad de su clima.
Pero la región tiene una historia y una leyenda que arrancan desde siglos remotos, cuando sus primitivos pobladores dejaban en las grutas el testimonio de sus pinturas rupestres; cuando galos y romanos construían teatros y termas, cuando los monjes medievales levantaban monasterios y abadías, y cuando los genios del Renacimiento llenaban las iglesias y los palacios con magníficos retablos y pinturas al fresco. Esa costumbre se mantuvo hasta tiempos recientes y así pueden verse hoy, a lo largo de la costa, pequeñas capillas decoradas por artistas como Picasso, Chagall o Jean Cocteau (que era, además de escritor y cineasta, un notable dibujante).
La Costa Azul, con su sol, sus playas y sus ciudades con nombres de sugestivas resonancias (Niza, Cannes, Antibes, Fréjus, Cap Ferrat o Villefranche sur Mer), con su monarquía de juguete -Mónaco, en cuyos dominios se halla el célebre Casino de Montecarlo-, es el escenario ideal para esas vacaciones inolvidables con las que sueñan muchos habitantes del planeta. El prestigio de esta región se ha difundido por el mundo como el canto melodioso de una sirena capaz de atraer a los viajeros y cautivarlos para siempre.
Pequeñas ciudades
Tanto en la ribera como en el interior, el visitante de la Costa Azul encuentra ciudades llenas de encanto, aldeas medievales con murallas, castillos y monasterios. Existen pequeños trenes turísticos que recorren esos parajes y nos introducen en un mundo de ensueño.
Entre las ciudades que el turista no puede omitir está Antibes, con la catedral, su muralla, el Museo Peignet, el Museo Picasso, el faro de La Garoupe, el Mercado Provenzal y el show marino de Marineland.
Grasse, en medio de la campiña, es famosa por la elaboración de perfumes. Rosas, jazmines, lavandas, caléndulas, azahares, buganvillas, crecen allí profusamente. Después de una recorrida por la ciudad vieja, conviene visitar el Museo Internacional de la Perfumería y algunos de los establecimientos donde la alquimia moderna crea los aromas más caros y seductores.
En Menton, sobre la costa, puede hacerse una visita guiada por las angostas callejuelas típicas de los siglos XIV, XV y XVI, así como otros circuitos comentados en el pequeño tren turístico.
Cannes ha ganado prestigio por su famoso Festival de Cine, pero es también digna de ser visitada al margen de ese acontecimiento, que congrega a multitud de estrellas y periodistas. Elegida en otras épocas por el Aga Khan, el duque de Windsor, Winston Churchill, Maurice Chevalier, Brigitte Bardot, entre otros, muchos afortunados recorren hoy La Croisette (avenida junto al mar) y visitan los cafés, restaurantes y boliches nocturnos, así como las joyerías y tiendas, que son una suntuosa pero temible atracción para los turistas.
Otra ciudad ineludible es Mónaco. Más que una ciudad, un principado, un reino en miniatura que concentra, en sus reducidas dimensiones, los más refinados paseos y jardines, un suntuoso palacio -el feudo de los Grimaldi- y los más caros hoteles. En su rada se balancean los veleros y yates de los ricos y famosos y a éstos es posible hallarlos, junto a los dueños de fortunas más modestas, en las discotecas sofisticadas o en el Casino donde, noche a noche, se juegan, ganan y pierden fabulosas sumas de dinero. Todos éstos son lugares que deparan refinadas embriagueces (de la bebida o el amor) y la emoción del azar.
Los Alpes Azules
Algunos de esos núcleos urbanos se encaraman en las montañas de los llamados Alpes Azules, otros se diseminan por la campiña, entre huertas, olivares, viñedos y campos de flores, en la paz del paisaje provenzal. Otros se hallan próximos o asomados al litoral, donde el mar acaricia suavemente las playas o choca contra los escollos rocosos, entre espumas de las que podríamos ver surgir, sin asombrarnos demasiado, la imagen desnuda de Afrodita.
Muchas Afroditas de verdad, y también Apolos auténticos, deambulan junto a otras anatomías menos estatuarias, por las islas cercanas a la costa, donde abundan los campamentos nudistas. La libertad es una de las condiciones fundamentales de la vida en este privilegiado paisaje que parece hecho para el goce y la exaltación de los sentidos.
Alegría y color
Excepcional por su clima y belleza, la franja de la Costa Azul francesa constituye un permanente festival de alegría y color. Su luz es "la más bella luz del mundo", como dijera Raoul Dufy, uno de los grandes pintores modernos que se quedó a vivir allí para captarla en sus cuadros. Sol, mar, playas, bosques, colores, perfumes. Lo que no hizo la naturaleza lo ha hecho la mano del hombre para ayudar al placer de vivir.
Antonio Requeni