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 • HISTORICO

La diferencia entre un turista y un viajero

Por Pancho Ibañez Para La Nación




"Si hoy es martes, esto debe ser Bélgica." Cuando en los años 60 oí por primera vez esa canción, mi vida dio un vuelco. Ese día decidí que nunca más sería turista, y que a partir de ese momento me especializaría en algo que llevo genéticamente impreso: mi condición de viajero.
En esa época, por ejemplo, aún me parecía lógico hacer de un tirón los casi 2000 kilómetros que separaban nuestro hogar, en Holanda, de un rincón maravilloso en el principado de Asturias, donde veraneábamos. Mi mujer aguantaba el sueño estoicamente pero, por el medio de Francia, caía rendida para unirse a nuestra hija que dormía plácidamente en su moisés.
Mientras tanto, yo hacía de héroe tragicómico que devoraba kilómetros holandeses, belgas, franceses y españoles.
Y así, desaprovechábamos centenares de pueblos encantadores, vinos variopintos y comidas, sin duda inolvidables, a una velocidad sólo comparable, por lo elevada, a mi estupidez.
Al llegar a destino en un tiempo que siempre batía el récord del año anterior, creía que mi resistencia al cansancio y mi condición de insomnio patéticos eran atributos que más de uno envidiaría.
Por suerte cambié. Aprendí que para el viajero lo importante no es llegar, sino hacer el camino. Y hacerlo lo mejor posible. El tiempo dedicado a un viaje no se mide en cantidad de kilómetros o lugares. Se mide en experiencias y emociones. Por eso, desde hace mucho tiempo venimos sorprendiendo con nuestros viajes.
- "Nos vamos a Praga."
- "¡Qué lindo! ¿Harán también Viena y Budapest?
- "No, sólo Praga. Diez días." - (Silencio) Entonces, explico que a una capital que tiene una ciudad vieja (Stare Meùsto) junto a la ciudad nueva (Nové Mùesto), y que la nueva fue fundada en ... ¡1348!, no se le pueden edicar dos míseros días. Sería un insulto a la geografía, a la historia y al arte.
Hace poco regresamos de Sicilia. Y no hablo de una vuelta por Italia que terminó en Sicilia, sino que fuimos sólo a Sicilia diez días. Y resultó escaso. Se necesitan por lo menos dos semanas para disfrutar cabalmente del paisaje, la arquitectura, la comida y la gente. Para digerir lentamente esa historia laberíntica que entrelaza fenicios y cartagineses, griegos y romanos, árabes, godos, bizantinos, normandos, germanos, franceses y españoles.
Para imaginar la mafia y recordar El Gatopardo y Cinema Paradiso . Para pensar que, quizás, ese rincón de Siracusa por el que uno camina es el mismo que vio a Arquímedes desnudo, gritando ¡Eureka!
Aunque también se puede ir sólo a Palermo y de allí, por autopista a Taormina, ver de lejos el Etna y comprar un cenicero que diga Recuerdo de Sicilia . Lo otro lleva más tiempo, pero esos recuerdos duran más que un cenicero.
El autor es conductor de radio y TV.

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