
La elegancia sencilla de la costa toscana
12 de agosto de 2017
Forte deI Marmi, ITALIA.- Con sus copas de árboles talladas a mano, su lungomare (rambla) transitada por bicicletas elegantes que imponen el ritmo, grandes casas italianas que conviven con artesanos locales, y una arquitectura homogénea de estilo Roma Imperiale, en este balneario y sus alrededores entiendo mejor porqué a muchos extranjeros les gusta pasar unos días del invierno europeo en Punta del Este y en José Ignacio.
En este refugio del norte de la Toscana, a 100 kilómetros al suroeste de Florencia y de espaldas a los Alpes Apuanos, las familias italianas de Milán, Florencia y Pisa que tradicionalmente veranean aquí se mezclan con algunos turistas, en su mayoría alemanes y rusos. La presencia de estos últimos, poco apreciados por los locales, se observa en las patentes de los Bentley, Ferraris y Porsche estacionados, o pidiendo a lo grande en el restaurante de una estrella Michelin que hay frente al mar. Acá las playas (lidos) son anchas y divididas por unidades de toldos y parasoles con reposeras que se alquilan por entre 500 y 2500 al mes. Se diferencian por los colores de las sombrillas y las más caras suelen incluir cancha de tenis y pileta. A diferencia de Saint-Tropez, las playas no están densamente pobladas. A diferencia de Punta del Este, son privadas, por lo que hay que pagar para tocar la arena y para meterse en el mar. Una de las particularidades del lugar es la predominancia de la bicicleta como modo de transporte. Las hay de todas las variedades, aunque la dominante es el modelo clásico de color crema con asiento de cuero y canastos artesanales a veces decorados con margaritas. La producción de los artesanos locales es muy valorada de este lado del mundo. Además de ganar en autonomía, las dos ruedas alivianan el tránsito e imponen una velocidad controlada en la ciudad. Es una sensación agradable cuando las bicicletas cantan victoria. Se pueden estacionar por todos lados y muchos ni siquiera las atan.
La arquitectura homogénea es otra de las características de estos balnearios de la Toscana: casas de dos pisos o villas, grandes livings comedores, columnas decorativas, pintura mural, piedra y mármol al aire libre. Nada del estilo Miami que se despertó en Punta del Este a partir de la construcción del Conrad. A la vida de sole e mare se la enriquece con una visita a Pietrasanta, donde vivió Miguel Ángel, cargada de galerías de arte y de esculturas y objetos de mármol.
Para los que no le tienen miedo al turismo en masa y a los souvenirs, Pisa queda cerca. Los precios de todo, desde la fruta del mercado hasta el jamón de Parma de la mejor salumería, son bajos en comparación con el balneario esteño. Dicho esto, entiendo que, para estos veraneantes de la aristocracia local, Punta del Este y José Ignacio son la búsqueda de un destino de contrastes. Algunas semanas en las que viven en un lugar que carece de estilo y en donde se impone una cierta sensación de libertad: playas públicas, pocas reglas, calles de tierra y rascacielos, mar borrascoso y rubias brillosas.
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