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La era del hielo

Dos días de navegación a bordo de un exclusivo crucero por el lago Argentino en Santa Cruz para contemplar desde la cubierta y en primer plano el Perito Moreno y otras enormes moles heladas




La pareidolia es la capacidad de encontrar sentido a partir de estímulos vagos, de formas incompletas. Una nube, por ejemplo. "Esa nube es un caballo con alas." Puede ser una alteración perceptiva o un simple ejercicio de la imaginación, que suele utilizarse como punto de partida de ficciones de todo tipo. Si una nube logra ese estímulo creativo, ¿qué puede inspirar un témpano gigante repleto de cavidades, que gira sobre sí mismo y, al hacerlo, deja al descubierto una gama de azules nunca vistos y quiebra el silencio con un rugido?
"Parece una ballena", arriesga una francesa cuando el témpano se eleva como una Atlántida que sale a flote. El crucero avanza hacia el glaciar Upsala a través de una veintena de ballenas de hielo. "Podrían ser castillos", opina un mendocino frente a una figura que deviene fuerte de cristal y otra con picos disfrazados de gladiadores.
El juego se repite en la cubierta de este barco de 40 metros de eslora que recorre durante dos días y dos noches los brazos Norte y Mayo del lago Argentino. La experiencia es a través de un paisaje desolado, con imágenes antárticas dentro de un parque nacional que resguarda hielos continentales y la masa glaciar de mayor tamaño después de los polos. Esos manchones blancos ahora nos miran y nos hacen sentir pequeños.
El extremo norte del Perito Moreno, al final de un recorrido de alta gama que comenzó este verano

El extremo norte del Perito Moreno, al final de un recorrido de alta gama que comenzó este verano

El puerto de encuentro fue La Soledad, en el paraje Punta Bandera, a 47 km de El Calafate. Minutos antes de las 20, las copas del cóctel de bienvenida empezaron a caminar sobre las mesas ratonas del bar del tercer puente. El capitán había encendido los motores. Salimos entonces hacia la bahía Alemana, a sólo media hora, para amarrar y pasar la noche resguardados del viento.
Durante el desayuno, a través de grandes ventanales aparecieron los primeros glaciares colgantes. Ahora estamos a punto de atravesar la barrera de témpanos que, en muchas ocasiones, impide el acceso al Upsala. "El viento puede amontonar los bloques de hielo y hacer que la salida del canal sea imposible. Por eso el capitán debe ser muy cuidadoso", explica Milthon Rischmann, guía de esta expedición de alta gama que lleva once pasajeros (el máximo es 44) y doce tripulantes.
El buen clima nos acompaña para entrar en un trecho surrealista de témpanos incluso más grandes que este barco. La cercanía del Upsala se siente en el cuerpo: el aire es cada vez más frío. Quedamos a menos de tres kilómetros del frente flotante del glaciar, en un tramo del lago que tiene hasta 700 metros de profundidad.
Hacia el glaciar Mayo, por piedras que nunca fueron pisadas

Hacia el glaciar Mayo, por piedras que nunca fueron pisadas

El Upsala, que cubre unos 765 km cuadrados, es el que más rápido retrocede. Ya no es el de mayor tamaño del parque (ahora es el Viedma), aunque sí del lago Argentino. Tiene impactantes desprendimientos cada tres o cuatro semanas. Lo que vemos al entrar y ahora salir por el pasaje son apenas puntas de icebergs. "A la vista queda un 10 o 15 por ciento del tamaño real de un témpano; el resto está sumergido –detalla el guía–. Antes de pasar junto a uno de los más grandes, el capitán siempre debe pensar una opción de escape, por si de repente se rompe. La ola que genera y la fuerza del hielo pueden ser peligrosas."

Cortinas de blanco

El plan es llegar hasta el glaciar Spegazzini antes del almuerzo. La velocidad crucero es de 25 nudos. Al aproximarnos vemos otros dos barcos, que parecen miniaturas frente a la cortina blanca de hielo. El telón es en sí la función. La masa pierde las tres dimensiones cuando quedamos demasiado cerca de la pared más impresionante del parque, de hasta 135 metros.
Sólo el chef se anima a disputarles atención a los hielos, con un sofisticado menú de cinco pasos: chorizo de langostinos, sopa de maíz con helado de queso ovino, lomo de cordero en camisa de jamón serrano, peras a los vinos patagónicos y café irlandés. Desde la mesa se observa el glaciar, pero entre un paso y otro del menú salimos a la cubierta para escuchar cómo cruje y cómo luce.
La nave se detiene ahora en la bahía Puesto Las Vacas. Tras una charla explicativa acerca del parque nacional (no hay tiempo para siesta) se concreta el primer desembarco, mediante una escalera ubicada en la proa, y empezamos a caminar por un bosque andino-patagónico. El cordero del almuerzo parece un problema a la hora del trekking, pero el circuito no tiene mayores dificultades.
El segundo desembarco, en lancha

El segundo desembarco, en lancha

Llegamos hasta un mirador del Spegazzini, donde se ve el glaciar como una inmensa lengua blanca que nace en una montaña, y nos cruzamos con unas cuantas vacas salvajes en el camino. Cuando crearon el parque nacional en 1937, las actividades comerciales fueron cerradas: se fueron los gauchos, pero quedaron sus animales. Las vacas y los toros se adaptaron, y hoy se comen la nueva generación del bosque. Hay unos 5000 en la zona y representan un problema.
Nuevamente a bordo, la marcha se detiene en Bahía Toro (está claro que los vacunos son un tema), junto a una cascada que, horas más tarde, quedará iluminada por la luna llena. En menos de 24 horas nos hemos cruzado con decenas de cascadas, que en otros sitios merecerían un parque nacional en sí mismo con miradores para apreciarlas, y acá pasan desapercibidas entre tantas figuras de hielo.

Al glaciar más famoso

Desembarcamos temprano en dos lanchas, hasta un refugio cercano al glaciar Mayo. En el camino pasamos muy cerca de un salto de agua de cien metros. Es el único momento para usar abrigo. La brisa y las gotas heladas nos hacen esconder debajo de las capuchas, hasta que el sol vuelve a asomarse. El lanchero decide pescar un bloque de hielo de unos diez kilos, que usaremos para brindar con whisky en el refugio. La medida es apropiada por el frío, a pesar de que recién desayunamos y son apenas las 10.
La caminata es por rocas a orillas del brazo Mayo y luego a través de una loma, hasta quedar inmersos en uno de los paisajes más imponentes del recorrido. Nos recostamos en una ladera de tierra para descansar y apreciar el glaciar Mayo, que se luce debajo del arcoiris. Delante de la gran masa de hielo aparece otra más pequeña, como una isla o una torta. Es el último gran desprendimiento del glaciar y permanece flotando, muy cerca de nuestros pies.
"Uno se siente el primero en llegar hasta acá", opina otro de los franceses, con pinta de haber recorrido medio mundo. "Nunca estuve en un sitio como éste, ahora sí me siento un explorador." El eco de explorateur resuena de maravillas.
La vuelta al barco nos ofrece otros glaciares colgantes, cuyas huellas (la tierra que dejó en su retroceso) ayudan a entender cómo el hielo talló el paisaje en la zona. Avanzó, dejó su marca y formó valles al derretirse.
Durante el último tramo entran los primeros mensajes en el celular. No habíamos tenido señal en todo el circuito, salvo por unos minutos del segundo día. Ahora estamos cerca del Perito Moreno, donde colocaron una antena. Muchas veces, según Milthon, la señal del teléfono corta un poco la magia. "Nunca falta el pasajero que llama a su contador para saber cómo están las cosas en la ciudad", asegura.
El hielo es incoloro; su azul no es una ilusión, pero sí un efecto óptico. El Perito Moreno luce blanco y celeste. A unos cinco kilómetros parece una ciudad de rascacielos petrificada. El almuerzo se sirve cuando el barco queda detenido. Es el plato fuerte del viaje: comer frente al glaciar más famoso de la Patagonia.
La cabina más elegante del crucero Santa Cruz, a la derecha

La cabina más elegante del crucero Santa Cruz, a la derecha

La vista es del extremo norte. El barco se acerca hasta unos 500 metros cuando el chef sirve el lomo de venado con queso de cabra y trigo burgol. Logra competir con el paisaje hasta que caen enormes piedras de hielo junto a una cueva, a la derecha del paredón. Las mesas quedan vacías y las cámaras se encienden nuevamente en la cubierta. La historia es minimalista, pero el entorno, de superproducción. "Es tal vez un glaciar", arriesga otro pasajero, ya confundido entre la ficción y la realidad de un escenario con formas, tonalidades, sonidos y texturas que no parecen verdaderos.

Hasta sitios remotos

Los glaciares santacruceños tienen su origen en una masa glaciar a unos 1500 msnm. Salvo el Perito Moreno, que tiene acceso por ruta, y algún otro con senderos de trekking, a la gran mayoría se llega únicamente por agua. Si bien sólo puede verse una mínima parte del parque nacional –cuya extensión cubierta por hielo es de unos 2600 km², más del 50% del total del área protegida–, los paseos lacustres ofrecen una experiencia inolvidable, por el acceso a lugares casi vírgenes y la sensación única de navegar entre témpanos.
En los años 50 se lanzó la primera lancha turística en el lago. Hoy, los paseos más importantes que salen desde los pequeños puertos de Punta Banderas recorren el brazo norte del lago Argentino. Las propuestas más exclusivas son de la empresa MarPatag, tanto la opción gourmet de día completo en el barco Leal como la de dos noches a bordo del crucero Santa Cruz, botado en octubre de 2012. La temporada se extiende hasta abril.
La excursión Ríos de Hielo dura todo el día y alcanza el Upsala, según el clima. Hay además propuestas para ver el Perito Moreno desde el agua, como el Safari Náutico, que comienza en el Puerto Bajo de las Sombras –a 6 km del mirador del glaciar–, donde los visitantes se embarcan para navegar por el lago Rico y dura una hora.

Experiencia gourmet a bordo

El chef Matías Villalba se propone un desafío extraño, teniendo en cuenta el marco imponente: que la experiencia gastronómica del crucero Santa Cruz no desentone con el entorno. Oriundo de Córdoba, Villalba empezó a trabajar con los padres de Martín Rebaudino en la cocina de La Casona del Toboso, y luego lo hizo en el restaurante Oviedo, de Buenos Aires, justamente con Rebaudino. Fue jefe de cocina de Kilkenny y también de Pascasio y Los Álamos, en El Calafate.
Pasó una temporada en la cocina de Atrio, en Cáceres, España, con dos estrellas Michelin. El famoso chef de ese restaurante, Toño Pérez, suele llamarlo. "Me contó de su cocina increíble, con vista a una pradera y temperaturas diferentes en cada espacio. Yo le mandé una foto de la cocina de este barco, mucho más pequeña, pero con glaciares y témpanos pasando por la ventana."
Las comidas principales son muy sofisticadas; la merluza negra con rulos de calamar y el cremoso de trucha, inigualables. El desayuno es sencillo en comparación con las otras comidas. Matías trabaja a bordo con su hermano Emiliano, también chef. Ambos sirven y explican cada plato junto con los camareros. "Es la ventaja de tener un máximo de 44 cubiertos", comenta. Además, terminan de condimentar los platos en la mesa.
Matías tiene 32 años y se crió en gastronomía, porque su padre administraba hoteles en Córdoba. Él y su hermano (de 26 años) hicieron caminos diferentes, pero ahora se embarcaron en esta aventura, también culinaria.

Cómo llegar

  • Aéreos. Desde Buenos Aires hasta El Calafate hay vuelos desde 1520 pesos. El puerto de partida está a 47 km de esta ciudad.

Dónde dormir

  • Crucero Santa Cruz: la empresa MarPatag propone el viaje "The Spirit of the Glaciers", a bordo del crucero Santa Cruz, botado esta temporada. Es un crucero 5 estrellas, con todo incluido. Se embarca a las 19.30, dura dos noches y el desembarco final es cerca de las 16 de la tercera jornada. Es el único barco que ofrece dormir en el lago Argentino. Cuesta desde $ 7150 por persona en base doble. Más: (2902) 492118 (011) 15 6140-9718; glaciares@crucerosmarpatag.com; www.crucerosmarpatag.com

Navegación por un día

  • Crucero Leal: ofrece la opción full day para conocer los glaciares Spegazzini y Upsala (momentáneamente con su barrera de témpanos), o el glaciar Perito Moreno de manera más íntima. Su propuesta es también gourmet. Con almuerzo y bebidas cuesta $ 1225 por persona. www.crucerosmarpatag.com
  • Sólo Patagonia: todos los días, desde Punta Banderas, paseos diarios de siete horas, de 9 a 16. Hay que llevar vianda, sólo se venden bebidas y snack a bordo. Cuesta $ 560 por persona, más 60 de traslado desde El Calafate y 40 de entrada al parque. www.solopagonia.com
  • Safaris náuticos: para navegar frente a la pared sur del Perito Moreno (una hora). Se contrata en el puerto. Desde $ 90.

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por Redacción OHLALÁ!


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