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La fiesta de 15 en París

Por Benjamín von der Becke




Cuando mi hija Pilar cumplió 15 años le pregunté qué prefería: ¿gran fiesta o largo viaje? Tres años después pude cumplir su deseo y en la gran fiesta sólo hubo un invitado, yo solito. Como es de costumbre, ella bajó espléndida por las escaleras… del avión en Fiumicino (Roma), donde la esperaba ansioso para dar inicio a un intenso y emotivo vals por las principales ciudades de Europa.
Todo empezó y terminó en Roma, donde cada rincón ofrece una maravilla diferente. La primera noche buscamos cenar en el exclusivo restaurante de Villa Borghese, frente a una de las vistas más hermosas de la ciudad eterna, pero no pudimos por la hora. Tuvimos que conformarnos con una pizza -riquísima y enorme- en Piazza del Popolo... Acostumbrados a culminar el día comiendo relajadamente, tuvimos que ir adaptando nuestras costumbres porteñas a los tempraneros usos locales, a fuerza de no terminar en una carrera loca buscando quien nos ofreciese una cena digna antes de medianoche.
Un moderno y costoso tren nos llevó de Roma a Bolonia. Sus murallas, torres medievales, veredas todas bajo antiguas galerías, su riquísimo patrimonio artístico..., hacen de esta ciudad sede de la universidad más antigua del mundo un destino asombroso, pero injustamente poco conocido.
Nos fuimos de Bolonia a Londres en una línea aérea low cost. Como era mediodía de domingo nos dirigimos directamente hasta el East End ya que el espectáculo de los mercados callejeros y sus liquidaciones de temporada de ropa de todo tipo y color era algo que mi hija no quería perderse. Finalmente, con el doble de bultos llegamos al hotel.
Londres sigue siendo la ciudad más cosmopolita de Europa, y su capacidad de amalgamar nuevas tendencias con la elegancia de sus tradiciones resulta sorprendente. La maravilla de sus museos -todos de entrada gratuita- requiere prever tener días suficientes para no quedarse con las ganas de visitarlos a todos. Pilar quedó maravillada con la colección Fashion del Albert & Victoria. Yo con la magnificencia del British Museum. Pero nada nos gustó más que desayunar en el Hyde Park o perdernos sin mapa por las callecitas de Nothing Hills.
Decidimos volver en el tren de alta velocidad que une Londres con Bruselas, atravesando las profundidades del Canal de la Mancha. Unos amigos belgas nos esperaban en Antwers, ciudad increíblemente bella, con una atmósfera señorial y culta que nos entusiasmó.
Finalmente, la fiesta quinceañera culminó, como no podía ser de otro modo, en la capital de Francia. Viajar en verano por Europa, si no se sufre el calor, resulta excitante: hasta las 22 todo es luz y energía vital. Recordaba París en marzo, con días breves, muy fríos y lluviosos. En julio París era una fiesta. Los más jóvenes arman picnic nocturnos a orillas del Sena y la farra continúa con bailes y música hasta tarde en sus glamorosos puentes. Siguiendo una sugerencia de otros viajeros estuvimos en un hotel en el barrio de la Bastilla, lo cual confirmé que fue un acierto por su múltiple oferta gourmet y lo bien ubicado como base operativa de todas nuestras incursiones, diurnas y nocturnas al resto de la ciudad. Sin embargo, luego de caminar como condenados, o de intentar descifrar las líneas del metro, apreciamos la iniciativa de la Comuna de poner bicicletas a disposición de todos por unos pocos euros.
Así como siempre resulta cierto que uno realmente vive cuando viaja, que un padre y su hija puedan hacerlo en lo mejor de sus vidas es una experiencia entrañable. Una inolvidable fiesta que recomiendo vivir.

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