La fiesta de (la otra) Córdoba en flor
En esta ciudad andaluza terminó hace poco el popular concurso en el que los vecinos abren las puertas de sus casas para que los visitantes puedan admirar sus patios, pequeños tesoros y orgullo local
15 de junio de 2014
Otro título posible para esta nota hubiera sido algo así como Una pica entre vecinos se convierte en Patrimonio de la Humanidad.
Porque en resumidas cuentas, eso fue lo que sucedió en las patios de la ciudad andaluza de Córdoba, esos patios que huelen a azahar y naranjos, y que cada año, en mayo, se engalanan para ver cuál de todos es el más lindo, el más florido, el más cordobés.
Patios, lo que se conoce como patios, tienen la mayor parte de las construcciones mediterráneas. Es cosa del clima seco y caluroso, que favorece los espacios abiertos con vegetación abundante, con el fin de combatir los rayos del sol y recoger el agua de lluvia en un pozo. Primero los romanos, más tarde los musulmanes, y finalmente los andaluces centraron la actividad familiar en torno de estos espacios. Y así fue como alrededor de 1920, las señoras empezaron a competir en la decoración de sus patios. Una flor por aquí, una maceta por allá, una enredadera más, y antes de que pudieran darse cuenta, el barrio todo era una explosión de colores y perfumes.
Pero no fue hasta 1933 que se instituyó el llamado Festival de los Patios. Tras la Guerra Civil siguió organizándose, y se consolidó definitivamente en la década del 40. Y hace tan sólo dos años, en diciembre de 2012, Córdoba gritó de júbilo cuando la Unesco proclamó a los patios como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, al considerar que se trata de "un evento festivo comunal que proporciona un sentido de identidad y continuidad a los habitantes de Córdoba". (Los patios engrosan una lista en la que figuran 12 tradiciones españolas, como el flamenco o el silbo gomero, un lenguaje silbado practicado en la isla La Gomera.)
Las condiciones son claras: sólo pueden participar del concurso los patios privados, de casas que aún estén habitadas (el jurado elige al mejor en dos categorías: arquitectura antigua y arquitectura moderna). Es decir, son los mismos vecinos los que abren las puertas de sus casas de par en par y los que, muchas veces, se convierten en improvisados guías botánicos.
Claro que en las últimas décadas sucumbieron bajo la piqueta numerosas casas -y con ellas sus patios- para dar lugar a nuevos edificios y construcciones. Pero en los barrios más antiguos, aquellos de calles enrevesadas y fachadas blanquísimas de casas pintadas a la cal, es donde se concentra la mayoría de estos preciados recintos. Santa Marina, San Andrés, San Lorenzo, San Basilio y Alcázar Viejo son algunos de ellos.
Así, hay que asomarse a cada puerta para descubrir un pequeño tesoro en su interior. Los vecinos pasan todo el año cuidando, regando, podando y mimando a las plantas para que, cuando estalla la primavera, luzcan perfectas y en todo su esplendor. Geranios, claveles, gitanillas, buganvillas, azucenas, zarcillos de la reina o flor de la gamba (porque tiene el color y hasta la forma de un langostino), entre muchísimas otras flores, trepan paredes, desbordan macetas e impregnan el aire con su perfume.
En total son hasta seis rutas las que los turistas pueden hacer para visitar 55 patios (este año, por 5 euros se accedía a siete patios). Los españoles llegan incluso con paquetes turísticos basados en estos recintos, aunque otros simplemente los descubren en su visita a Córdoba.
Los Siete Magníficos
La Asociación Amigos de los Patios nació en 1974 con el fin de que esta tradición y pasión popular no acabara por perderse o convertirse en leyenda (prácticamente uno de cada dos patios catalogados oficialmente en algunos barrios ha desaparecido en 20 años), y sus siete miembros fundadores se conocen desde entonces como Los Siete Magníficos.
En los últimos años la asociación alcanzó a comprar dos antiguas casonas (con sus respectivos patios), antes de que el boom inmobiliario arrasara con ellas. Una de estas casas, en el barrio de San Basilio, es un pedacito de paraíso abigarrado de macetas azules y flores fucsias. Paraíso es un decir, porque en esta modesta construcción llegaron a vivir -hasta los años 70- 12 familias a la vez, compartiendo espacios comunes como baños, cocina y lavadero.
La vida en esta suerte de conventillos no era fácil, y la voluntad por hacerlos habitables, bellos, era tenaz. Con más de dos millones de visitas en dos semanas, se puede decir con seguridad que tanto esmero ha tenido su recompensa.