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La Guajira, sin citas ni relojes

En esta península del Norte no hay lugar para la prisa. La paz de Cabo de la Vela y los flamencos de Boca de Camarones son parte de su atractivo. El mejor plan para olvidarse del mundo




LA GUAJIRA (El Tiempo).– En las guías turísticas se advierte al viajero que se abastezca de agua antes de tomar camino por el desierto para ir en camioneta, por ejemplo, desde Riohacha, capital del departamento de La Guajira, hasta Manaure. Sin embargo, además de ese consejo hace falta otro que es esencial: quitarse el reloj al llegar, porque en la península este objeto no tiene utilidad.
En el departamento más septentrional del país lo único que corre es la brisa, y uno olvida la paranoia de los horarios y las citas. Aquí se rompe toda conexión con el mundo, y cuando se llega al Cabo de la Vela, unas tres horas al norte de Riohacha, las complicaciones dejan de existir.
Si se tiene hambre, el pargo y la langosta abundan en los botes que los pescadores traen de regreso a la playa; y si lo que hace falta es sueño, se encuentra un descanso fácil en el chinchorro (así llaman los wayúus las hamacas tejidas) que cuelga de una choza fabricada con yotojoro, una especie de madera que forma el corazón del cacto.
La vista se hunde en un paisaje de aguas azules y verdes en el Ojo de Agua, una ensenada donde los pelícanos flotan tranquilamente, rodeados por rocas en las que florecen el cacto y el espinoso trupillo, un arbusto que resiste con estoicismo el calor áspero del desierto.
A pesar de la relajación contagiosa que se respira en el Cabo, una mínima dosis de actividad física no hace mal para conocer otro lugar mágico, el Pilón de Azúcar, cinco minutos al norte de la playa en la que se ven las rancherías wayúus. El Pilón es una colina cuya cima, donde se levanta un altar de la Virgen de Fátima, parece alzarse a kilómetros, pero en realidad se llega en no más de un cuarto de hora.
En el Cabo de la Vela, sólo pueden romper el ritmo pausado que se adopta al andar sobre la arena las ráfagas de viento que golpean por la espalda y obligan a caminar más rápidamente. La brisa, sin embargo, es la amiga que ayuda en el pueblo de Camarones, 20 km al sur de Riohacha, a llegar al restaurante de los pájaros rosados. Allí, en el Santuario de Fauna y Flora Los Flamencos, en la laguna de Navío Quebrado, la improvisada vela de costal de un cayuco de siete metros de largo se infla con el viento del Sudeste que impulsa la embarcación. El bote, en el que caben 10 personas, está hecho de un solo pedazo del árbol llamado caracolí, y tarda unos 40 minutos en llegar hasta Mata Redonda, uno de los puntos en los que estas aves migratorias buscan el almuerzo al hundir en el agua sus larguísimos picos. Después de engullir tranquilamente algunos bocados, unos cien flamencos desenrollan su cuello en forma de S y despegan despacio, tiñendo el cielo de rosados, negros, grises y blancos, para posarse en otro lugar de la laguna. Allí llegan sin afán, vuelven a escarbar en el fango poco a poco, y nos recuerdan que quienes van a La Guajira no están al alcance del dominio del tiempo.

Datos útiles

  • Cómo llegar: volar hasta la ciudad de Riohacha, vía Bogotá. Desde allí, son tres horas y media en 4x4 hasta Cabo de la Vela (por US$ 190)
  • Alojamiento: en Cabo de la Vela se puede dormir en chozas con chinchorro por US$ 23 por persona y tener tres comidas incluidas. En Camarones hay cabañas típicas wayúus por US$ 19 la noche
Juan Uribe

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por Redacción OHLALÁ!

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