La historia de la familia argentina que dio la vuelta al mundo en velero
11 de mayo de 2018 • 09:48
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Lo que empezó como una idea en una cena familiar, hoy es un estilo de vida. Fueron 15 meses, 17 países y 26 mil millas náuticas los que convirtieron a los Ivanissevich en la primera familia argentina en dar la vuelta al mundo en un velero, sin volver a pisar las costas de su tierra natal. Si bien hoy es una tripulación profesional de navegación, cuatro años atrás era solamente una familia con el sueño de dar la vuelta al mundo y con escasos conocimientos del mar.
En el viaje "piloto", como llaman a su primera gira por el océano, seis años atrás el grupo no sabía nada de navegación. Bastaron 15 meses en el agua bajo las indicaciones del capitán para aprender. Eran cinco tripulantes: los padres, Alejandro (57) y María José (55), los dos hijos menores de la familia, Lucía (20) y Tomás (18) -en ese entonces menores de edad- y el capitán Nuno. El nombre con el que bautizaron a su primer velero no es casualidad. "NDS Darwin" hace referencia a la famosa frase del científico "Needs develop skills" (la necesidad crea la habilidad), lema que la familia adoptó como el valor central de la aventura.
Hoy los navegantes se encuentran a la espera de una nueva hazaña familiar. A bordo del "NDS Evolution", su nueva embarcación que tardaron 24 meses en construir, la familia espera su segunda gira por el globo. Diseñado en aluminio, el nuevo hogar fue especialmente adaptado para tirar ancla en las costas más remotas y atravesar los mares más difíciles por los próximos tres años: entre ellos los polos, las costas asiáticas y el Pacífico.
Los lugares que conocieron
Los comienzos del sueño
La aventura comenzó en 2012, cuando Alejandro en una cena familiar anunció, sin titubear, que iba a dar la vuelta al mundo en un velero que planeaba comprar. El padre de familia no solo tenía escasos conocimientos de navegación, sino que quería realizar el viaje por su cuenta, sin un capitán. "Estás loco", "no pienso hacerlo", fueron las primeras reacciones de la mujer y los hijos al escucharlo. No era solo una idea excéntrica, sino más bien, peligrosa.
La tercera y última bandera que sobrevivió a las tormentas del océano - Créditos: Gentileza Familia Ivanissevich
Es por ello que una de las primeras condiciones que su familia le impuso para aceptar la hazaña era hacerlo con un capitán dotado de todos los conocimientos que implican navegar mar adentro. Se pusieron de acuerdo y juntos comenzaron el proyecto para el cual fueron necesarios dos años de preparación antes de zarpar.
Los Ivanissevich se unieron al World Cruising Club el 11 de enero de 2014. Este club de navegación inglés organiza rallies (carreras) de veleros de todas las nacionalidades, con la aspiración de cumplir el sueño de muchos que desean recorrer el mundo por el océano. Todos los asociados a esta organización disponían de un recibimiento y ayuda en cada destino, como también un sistema de seguridad que brindaban las autoridades náuticas en caso de emergencia.Gracias a la buena convivencia el NDS Darwin, único velero con la bandera argentina, fue una de las 17 naves que pudo terminar el recorrido, de las 40 que iniciaron la travesía.
Zarparon un 11 de enero de 2014 desde las costas caribeñas de la isla Santa Lucía. María José, la madre de familia, cuenta que lograron llegar a la meta por su perseverancia, un arduo trabajo en equipo y la cooperación de todos. Aprendieron "a los golpes" para poder sobrevivir en el mar. Hoy son navegantes de primera categoría.
Créditos: Gentileza Familia Ivanissevich
Alejarse de la costa
Había muchas cuestiones en juego a la hora de zarpar. Aunque los padres tenían compromisos laborales y profesionales, y estaban convencidos de dejar todo atrás, los dos menores de la familia eran candidatos más difíciles de convencer. Para Lucía, la adolescente de 16 años, las inseguridades de que sus amigas se olviden de ella y la idea de convivir con sus padres por 15 meses en un espacio reducido, no era un plan tentador. Pero, sobre todo, siempre existía el miedo de adentrarse en el mar. A pesar de la temprana resistencia, al final Lucía explica que descubrió un propósito para su viaje. La joven se percató de una variable que se mantuvo en toda su vuelta al mundo: la contaminación en el mar. Al verlo, identificó la problemática y surgió la necesidad de tomar acción. Así es como nació VAA sailing- que significa "barco" en maorí. El emprendimiento tiene como objetivo brindarles contenido audiovisual a los jóvenes sobre cómo se puede viajar de forma sustentable y al mismo tiempo cuidar el medio ambiente.
En cambio, el más joven, no solo de la tripulación sino de todos los partícipes del rallie, fue un aspirante fácil de llevar a bordo. El pequeño de tan solo 13 años estaba dispuesto a cambiar sus estudios y el colegio por un "año de vacaciones" como él imaginaba que iba a ser. Pero los 455 días en el mar no eran sinónimo de año sabático. Los padres de Lucía y Tomás adoptaron el sistema de escuela en casa o home schooling que no permitía que los jóvenes se atrasaran en sus estudios escolares.
Créditos: Gentileza Familia Ivanissevich
Un día en la casa flotante
A pesar de que todo el equipo tenía tareas en común sobre las metodologías de navegación, con el tiempo cada miembro adoptó un rol particular. El ingeniero y cocinero era Alejandro. Comprendía en profundidad su velero. Sabía cómo funcionaba cada pieza, su maquinaria y a la vez era el que cocinaba para todos. A la par de él, como cerebro conocedor del mar y medida de seguridad estaba Nuno, el capitán azoriano. Cubría la parte de los conocimientos de navegación, del clima, de los tiempos y la familia funcionaba como marineros a sus órdenes que lo ayudaban como cualquier tripulación.
La tarea de todos eran las guardias para evitar cualquier problema de altamar: como vigilar que un barco no se acercara o que el viento alterara y tuviesen que cambiar las velas. A cada miembro del "NDS Darwin" le correspondían dos turnos de guardia por día, que podía tocarles en cualquier horario. La guardia del día duraba cuatro horas y, la de la noche, dos.
Créditos: Gentileza Familia Ivanissevich
Todos los usos de las instalaciones propias de una casa común eran posibles con el permiso del capitán. Desde horno para cocinar hasta lavarropas y un tender. En cada destino se compraba comida para 20 días distribuida en latas, en el freezer o siempre existía la opción de pescar. "La comida estaba racionalizada, uno no podía levantarse con antojo de cualquier cosa y satisfacerlo", explica Lucía la muchacha que hoy, cuatro años después de la aventura, se describe como una "apasionada" del mar.
Créditos: Gentileza Familia Ivanissevich
Dentro de las actividades diarias, tales como los partidos de truco o alguna lectura, con el mar como jardín y pileta a la vez, nunca faltaban los chapuzones matutinos. Y como ventaja de la experiencia, cada miembro del equipo asegura que son incontables la cantidad de veces que se paralizaron viendo los espectáculos que brindaban los colores del atardecer oceánico.
En una sola ocasión volver a casa parecía la mejor salida. Al estar en Radiatea, una isla en el Pacífico Sur, Alejandro Ivanissevich, el padre de la familia sufrió una infección y estuvo tres días con fiebre muy alta. La única atención médica que había allí era un dispensario muy precario. Con tres días de espera y contra todo diagnóstico Alejandro tomó fuerzas suficientes para recuperarse y seguir su camino.
Bitácoras de mar adentro
De las experiencias más inusuales que la familia vivió fue encontrar a un hombre solo, navegando en el medio del océano. Lo vieron a lo lejos y se acercaron a su velerito. El hombre, barbudo y vestido con ropa ligera, les explicó que era alemán y que hacía meses que su familia no tenía noticias de él. Viajaba solo por deporte y pasión. No necesitaba de nadie para hacer las guardias, ya que si se dormía y el barco cambiaba de rumbo, sin ningún tipo de estrés, volvía a encaminarlo. El único pedido que el solitario navegante les pidió fue que le avisaran a su familia que estaba sano y salvo: eso hicieron.
Créditos: Gentileza Familia Ivanissevich
En mitad de la travesía, el mundial de Río de Janeiro irrumpió en el viaje. Coincidió con la llegada de la familia a la isla del pacífico Vanuatu, un lugar donde hay vida en chozas de barro y paja, la gente vive descalza y en lugar de dinero el trueque es el principal mecanismo económico. Los nativos de Vanuatu sabían que los navegantes venían de la Argentina (sin haber visto nunca a un argentino y sin saber dónde queda el país) y sabían del partido porque habían oído hablar de Lionel Messi. Estas mismas personas insistieron a la familia para ver la semifinal entre la Argentina y Holanda. Por esta razón, el director del único colegio de la isla preparó una sorpresa: instaló dentro de cuatro paredes de barro un proyector y una manta en el piso para que la familia y los que quisieran pudieran ver el partido.
Justo en aquella época la hija mayor de la familia (Ana, casada y con hijos) los había ido a visitar y Lucía, antes de la llegada de su hermana, le hizo un pedido especial: pintura blanca y celeste para pintar los rostros de los habitantes de la isla para poder alentar a la Selección como hinchas argentinos.
Lo que el mar no se llevó
La familia tenía claro el deseo de trasladar su hogar al velero. El mate, el jugo para tereré y el dulce de leche nunca faltaron a bordo, como tampoco sus hábitos. Uno de ellos era comer juntos en familia. En un barco, gracias a su constante movimiento es muy difícil sentarse a comer en una mesa con platos y cubiertos. Contra viento y marea, los padres insistieron en esta práctica todas las noches. "Una vez una señora americana me confesó que quería conocerme. Quería saber quién lavaba manteles en un barco, ya que los veía colgados en la soga", recuerda María José, la madre de familia. "Yo trataba de respetar costumbres cotidianas como comer con mantel".
Créditos: Gentileza Familia Ivanissevich
Ya de regreso…
"Los tiempos de la tierra son distintos a los del mar", cuenta Lucía la mujer más joven del equipo. Al adentrarse en la rutina en la tierra, el primer cambio que notaron fue la rapidez con que se hacía todo. En la tierra es todo inmediato y en el mar lo que más se requiere es paciencia, se tarda días en llegar a su próximo destino. En Buenos Aires, todo había cambiado. Desde los detalles de la vida cotidiana hasta la forma de pensar, ya que las cosas que les faltaron en el mar adquirieron un gran valor para de los navegantes. En detalle, un cambio inmediato que notaron fue lo tedioso y molesto que les resultó usar zapatos cerrados. En el velero era algo impensable y por 455 días lo único que llegaron a usar eran sandalias.
En poco tiempo, gracias a la aventura que están por realizar, volverán a una vida sin zapatos, pero, en lugar de 15 meses, será por tres años. A pesar de que la familia ahora se encuentra sumergida en lo que era su vida anterior al viaje, los alivia saber que dentro de poco volverán a hacer lo que más les apasiona: navegar.