

PINHEIRA.- Cuarenta kilómetros al sur de Florianópolis, allí donde las estribaciones de la sierra Catarinense descienden finalmente al mar, se encuentra la Ilha do Papagaio, una porción de tierra de apenas catorce hectáreas separada del continente por una breve franja de mar que de tan profundo se vuelve añil.
Si es que todavía existe ese prejuicio que desmerece al sur de Brasil frente a las playas del nordeste, una estada en la isla alcanza para derrumbarlo, y quizá para edificar un nuevo mito, esta vez fundamentado en hechos que la realidad impide desmentir: el de una isla donde se ve nacer el día en el mar y morir en la montaña; el de un espacio agreste a la vez que hospitalario, donde la exuberancia de la floresta tropical convive con el confort; el de un pedacito de lejanía que no podría estar más cerca.
El sueño del pibe
La isla se encuentra frente a la Praia do Sonho -Playa del Sueño- y la Ensenada da Pinheira. Desde las playas que dan al mar abierto se ve el extremo meridional de la Isla de Santa Catarina -mal llamada Florianópolis-, resguardada por el Faro dos Naufragados.
Perfecta imagen del sueño del pibe, la isla pertenece al ex empresario brasileño Renato Sehn, que es una de esas personas que uno quisiera tener de invitado a cenar todas las noches. Con expresión serena y un manejo de las palabras que sólo un buen contador de historias sabe tener es capaz de narrar las anécdotas más apasionantes sobre cualquier tema imaginable.
En perfecto portuñol cuenta cómo su padre compró la isla al mismo precio que él pagó por un automóvil de dos puertas, en una época en que las tierras de la costa todavía pertenecían a los pescadores, descendientes de los primeros colonos azorianos. En ese momento Renato se hizo una promesa: que al llegar a los 40 años dejaría cualquier actividad que estuviera realizando para radicarse en la isla. Y la cumplió.
Frutas, panes y fiambres
Así, construyó 14 bungalows, un restaurante, una cancha de paddle y convirtió la isla en una posada exclusiva para tan sólo 35 personas. Las cabañas están decoradas al estilo balinés, con camas cubiertas por enormes mosquiteros, ventanales con vista al mar y lámparas de tela que emiten una tenue luz amarillenta.
Una mesa de desayuno brasileño aguarda a los madrugadores con una variedad de frutas, panes, fiambres y demás exquisiteces. Luego se impone la elección: si el día está calmo lo más recomendable es hacer kayak hasta los islotes cercanos. Si sopla el viento cálido del Norte, las tablas de windsurf están a disposición.
Al mediodía, cuando el sol comienza a tornarse inclemente, Renato -un eximio cocinero y hermano de uno de los cheffs más famosos de Brasil- sirve el almuerzo bajo la sombra de un techo de hojas de palma. Entre plato y plato se planea la tarde: ir a pescar, una excursión a una isla deshabitada que sirve de santuario a una gran variedad de especies de aves, o una visita a un viejo ermitaño que vive solo en una pequeña isla, mar adentro.
Después de la segunda copa de vino, estos programas quedan relegados ante la posibilidad de quedarse descansando frente al mar cuando empieza a envejecer el día.
A veces cae una débil llovizna y el cielo se vuelve gris como la claridad de una noche sin estrellas. Es el momento propicio para transitar las sendas que recorren la isla, descubrir entre la verde mata los colores de las orquídeas. Los caminos se cruzan y se confunden, se elevan hasta atalayas de piedra y descienden hasta las costas escarpadas donde un mar embravecido carcome.
Un aroma a camarón frito anticipa la muerte del día. En la isla hay descanso y sosiego. Del otro lado del mar se encienden los ojos noctámbulos de la noche.
Datos útiles
Cómo llegar: el pasaje aéreo, ida y vuelta, a Florianópolis cuesta 380 dólares, con tasas e impuestos incluidos. El traslado desde el aeropuerto hasta la isla, 62 dólares (ida y vuelta). El traslado en helicóptero cuesta 625 dólares para cinco personas (ida).
Alojamiento: la noche base doble, en las cabañas más económicas cuesta 214 dólares. En cabañas intermedias, 244. En las de mayor categoría asciende a 264. A estos precios hay que adicionarles un 10 por ciento de tasa. La estada incluye todas las comidas.
Gastronomía: frente a la isla, en Praia do Sonho, hay restaurantes que sirven exquisito pescado frito.
Antiguo refugio de piratas
Ilha Grande, cerca de Río de Janeiro
ILHA GRANDE.- El cierre en 1990 de la prisión de Dois Rios, en la parte sur de la isla, fue clave en el auge turístico. Hasta entonces, las noticias y leyendas sobre las fugas de presos limitaban las visitas a los aventureros. Ilha Grande fue, a lo largo de su historia, refugio de piratas, centro de contrabando y un gran leprosario del que sólo quedan ruinas.
Actualmente, la mayoría de sus habitantes vive de la pesca, pero cuando el verano se asoma cada rincón se prepara para recibir a viajeros que llegan en busca de un lugar de ensueño.
La mayor parte de sus 193 kilómetros cuadrados es selva intransitable. Las casas de los pobladores están sobre las costas, en especial, en la Vila do Abraão. Es allí donde para el único transporte público que llega del continente: el ferry Antiga, que tiene dos salidas diarias.
Reserva natural
Su calle principal comienza en el puerto y se bifurca a los 200 metros. Los caminos se angostan y van subiendo: la superficie es irregular, y gran parte del pueblo se sitúa, desordenado, en los primeros metros de un cerro.
Ilha Grande es una reserva natural protegida por leyes ambientales. No circulan autos y la manera más común de conocer sus playas es en un bote de motor -guiado por algún lugareño- o en uno de los barcos de paseo que parten desde la villa.
Otra forma de hacerlo es a pie: por medio de los caminos que rodean la isla se puede atravesar la exótica vegetación, además de llegar a la escondida iglesia de Santana o la Cachoeira da Feiticeira, a una hora del pueblo.
Casi todas las posadas están en Abraão; las otras, más agrestes y solitarias, están en algunas de las playas.
En la calle de la costa están los restaurantes más importantes, algunos bares modernos y locales de artesanías.
La vuelta en ferry a Angra dos Reis es siempre por la mañana. En la boletería del pequeño puerto hay un cartel con el dibujo de la isla y un mensaje al viajero: Cuando retorne al Brasil, no olvide pasar por el paraíso .
Martín Wain
Datos útiles
Cómo llegar: primero se debe ir hasta Angra dos Reis, 140 kilómetros al sur de Río de Janeiro. Desde allí, el cruce en ferry a la isla demora una hora y media. También se puede llegar desde Mangaritiba (a 110 km de Río), pero el tramo en ferry es de dos horas. El pasaje aéreo hasta Río de Janeiro cuesta alrededor de 350 pesos.
Alejo Schatzky
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