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La isla secreta que cautivó a Jean-Jacques Rousseau

En un típico paisaje alpino, St. Pierre, en medio del lago Bienne, fue el lugar donde el filósofo, del que seconmemoran 200 años de su nacimiento, eligió para pasar una temporada. Se conserva su habitación en loque antes era un claustro y hoy es un hotel




ISLA DE ST. PIERRE, Suiza.- Por la ventana de su habitación en el antiguo claustro, el ilustre huésped ve venir un grupo de gente que ancló hace poco en la isla. Seguramente vienen para verlo a él, pero el interesado prefiere escabullirse y para eso abre una pequeña escotilla escondida al lado de la imponente estufa alpina que calienta su habitación. Una vez escondido, los visitantes podrán golpear y golpear a su puerta. Hasta podrán entrar, sin encontrarlo.
Esta escena se repitió varias veces mientras Jean-Jacques Rousseau vivió en la isla de St. Pierre, en medio del lago de Bienne (o de Biel, según su nombre en alemán). El filósofo era una persona más bien compleja y contradictoria. Por un lado difundió muchos retratos suyos durante su exilio suizo, para mantener entre sus seguidores cierto contacto y presencia que permitieran dar continuidad a sus ideas. Por otro era más bien tímido y solitario, incapaz muchas veces de soportar a los visitantes, curiosos y admiradores que iban a verlo.
Hay que remontarse a 1765 para entender mejor la difícil situación del ginebrino. Sus obras e ideas habían encontrado enorme resonancia en toda Europa y empezaban a llegar hasta las lejanas colonias americanas. Uno de sus libros en particular, La Nueva Eloisa -publicado cuatro años antes-, era el best seller absoluto del momento. Se imprimía una y otra vez, mientras proliferaban las traducciones. Era un poco el Código Da Vinci del siglo XVIII. Esta novela romántica tuvo una tirada que hoy todavía podría dar envidia a muchos autores que se consideran exitosos. Se reeditó -sólo en francés- más de 70 veces entre 1761 y 1800?, y como no se llegaba a imprimirlo en cantidades suficientes, se lo podía alquilar por hora o por el día en París.
Paso fugaz
Fue ese personaje, uno de los más influyentes y famosos de su época, quien desembarcó en pleno verano, en julio, en una pequeña isla aislada en uno de los rincones más remotos de Europa. El lago de Bienne está entre las montañas del Jura y los Alpes, tan lejos de las grandes ciudades de Francia e Italia como de las de Alemania, que eran los centros intelectuales de la época. No estaba sin embargo tan lejos de Ginebra, la Roma de la Reforma, como se la llamaba entonces, y su ciudad natal en 1712. Hace exactamente 200 años. Hoy el claustro es un establecimiento hotelero, que pertenece a la muy selecta asociación de hoteles turísticos suizos, y recibió la distinción de hotel único. Abre de marzo a octubre, cuando los prados están bien verdes, las viñas cubiertas de hojas y el cuadrado rojo marcado por una cruz blanca de la bandera suiza se destaca sobre un cielo principalmente azul. El resto del año es invierno y si bien no nieva, el frío y el gris del paisaje deprimirían hasta a los más románticos de los admiradores de Rousseau. Él no se quedó más que unos tres meses, pero la isla quedó desde entonces totalmente vinculada con su figura.
En francés se la conoce como Ile Saint Pierre y en alemán como Sankt Peterinsel. Porque el lago está justo sobre el röstigraben (la frontera de la papa asada), ese límite idiomático entre las regiones francófonas y germánicas de Suiza. Pero los vecinos la llaman sencillamente isla Rousseau. Aunque tampoco ahora sea una isla?, si bien lo era en el siglo XVIII. Se efectuaron obras para regular la altura de las aguas del lago, que desbordaba en primavera cuando la nieve se derrite en las montañas. Ahora el lago mantiene la misma altura todo el año, muy inferior a la que tenía hace 200 años, y así la isla se transformó en península.
Los huéspedes del hotel llegan por tierra. Hay una pequeña ruta que pasa entre los bosques, los viñedos y los prados sorteando manadas de vacas y cabras, con cencerro al cuello como manda la postal alpina. Pero los visitantes por un día, o los peregrinos, llegan por barco tal como el propio Rousseau (y sus viejos admiradores, que así le daban tiempo para esconderse en su escotilla).
Este lugar es muy concurrido en verano. Como en los demás lagos de Suiza hay barcos que van y vienen todo el día, y amarran en dos desembarcaderos, el norte y el sur. El sur está a pasos del claustro transformado en hotel. El norte se encuentra sobre una costa boscosa, del otro lado de la colina que culmina en el centro de la isla. Es un lugar de paseo muy romántico, que solía elegir el ex ministro suizo Pascal Couchepin para organizar sus conferencias de prensa, en forma de caminata por el bosque. Y además de ser hogar del filósofo -o por culpa de Rousseau, la faute à Rousseau como dice una canción-, la isla recibió a varios visitantes ilustres: la emperatriz Josefina, esposa de Napoleón Bonaparte; los reyes de Suecia y de Prusia, el poeta Goethe, y los novelistas Alejandro Dumas y Balzac, entre otros.
Un guía llamado Rousseau
No hace falta más guía turística que un escrito del propio Rousseau. El Pavillon y los senderos del bosque de la parte norte de la isla se pueden reconocer en las líneas del Quinto Paseo de su libro Las e nsoñaciones de un paseante solitario: "De todos los lugares donde he residido -y tuve algunos encantadores- ninguno me hizo tan verdaderamente feliz ni eché tan tiernamente de menos como la isla St. Pierre, en medio del lago de Bienne".
El Pavillon construido en 1728 era uno de los destinos de los paseos de Rousseau. Grabado en mano, los guías de turismo lo muestran como era ayer y hoy: no cambió para nada y sigue brindando su toque evocativo al lugar, con vista hacia la costa opuesta del lago, sus pequeños pueblos y a lo lejos, las montañas del Jura que forman la frontera entre Suiza y Francia. El grabado es de una edición de las Ensoñaciones del siglo de las Luces , pero todo está como era entonces...
Un poco más lejos, un busto es otro de los hitos del paseo por la isla, que termina indefectiblemente en el hotel para visitar la habitación. En el ala sur del edificio, la ventana, encerrada en una espesa pared de piedra, mira hacia el lago, el desembarcadero y los Alpes.
El departamentito de Rousseau cuenta con dos piezas. Se conservaron muy pocos muebles y objetos. Llama la atención lo corta que es la cama con baldaquino, rodeada con ediciones antiguas de las obras del filósofo y facsímiles de algunas páginas: el universo del pensador y novelista es muy escueto. Si no se pernocta en el hotel es posible quedarse a comer. Y si se pierde el último barco de regreso, la opción es volver caminando en menos de una hora a Cerlier, el pueblo que está justo donde empieza la península y donde se dejan los autos.
Durante la comida se puede encargar el vino de la isla. Lo podía apreciar también Rousseau en su tiempo, porque el viñedo fue plantado mucho tiempo atrás, cuando el claustro estaba habitado por monjes. Ese vino, un espumante dulce, se llama Les Rêveries (Las Ensoñaciones), como no podía ser de otra manera.

Condes, monjes y pacientes burgueses

Como en el resto de los lagos del Jura y de los Alpes, los primeros habitantes fueron pueblos que se llaman comúnmente lacustres, porque desarrollaron una civilización simbolizada por sus casas construidas sobre el agua, a orillas de los lagos. Un museo en la ciudad vecina de Neuchâtel les está dedicado. Los romanos pasaron luego por este lugar, ocupado por una orden religiosa a partir de la Edad Media. El claustro actual está asentado sobre paredes que remontan a 1120. En aquel entonces era la isla de los Condes y los monjes seguían la regla de Cluny. Pasados los siglos y vicisitudes varias, se cuenta que en 1484 los religiosos prestaron algunos vasos consagrados para conseguir préstamos financieros. El papa Inocencio VII se enteró y los apartó de la isla, que fue entregada a los berneses. Hoy, St. Pierre pertenece todavía al Hospital de los Burgueses de Berna.

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por Redacción OHLALÁ!

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