

El atractivo de La Isolina -un campo de cría de 1300 hectáreas en el semiserrano partido de Olavarría y a 335 kilómetros de Buenos Aires- se puede medir por el perfil de los consumidores de turismo rural que reclutó la recomendación boca a boca.
Como hospeda a no más de una docena de visitantes, convoca una clientela que reitera permanencias cautivada por el sosiego y el escenario natural que lo enmarca. A los visitantes les seduce el prodigio que el otoño impone en dégradé ocre a los follajes, incluida la arbolada orilla de cuatro kilómetros del bello arroyo Tapalqué. A un centenar de metros del casco, sus aguas se serenan para bogar en una canoa o ensayar la pesca de bagres, tarariras, dentudos y carpas de buen peso (no permiten la caza).
Los hospedados son mayoritariamente extranjeros a los que les gustan las cabalgatas, pero capitalizan el silencio y aprecian el confort del casco de dos plantas de estilo inglés. Allí transitan entre el repujado moblaje de época entibiado por los hogares crepitantes. Un lugar predilecto de las visitas es la sala de lectura y de la única TV que da a una terraza balcón, y también un estar contiguo y chimenea. El gran hall de entrada y su hogar convocan a la hora del copetín y los entremeses frente a un cuadro gigante del bearnés -de Saint Blancat- Esteban Louge. Luce la serenidad de la madurez, pero llegó muy joven al Buenos Aires de 1858 con un fiambre embutido por todo capital. Pero enseguida fue pionero en Azul, sufrió dos cautiverios en tolderías y varios malones, estuvo prisionero de Catriel, marchó en varias expediciones al desierto y murió en 1911, dueño de 100.000 hectáreas.
La hija del coronel
Don Esteban compró La Isolina con 4500 hectáreas a dos coroneles y uno de ellos (Panelo) condicionó la venta a mantener el nombre de una hija. Un hijo, también llamado Esteban y abuelo del dueño actual, hizo construir el casco como casa de veraneo, en 1920.
Los hospedados consumen estas historias muy documentadas y se abandonan a la tradicional atención personalizada de los dueños: el matrimonio de María y Jorge Louge, un bisnieto del intrépido pionero. María -habla inglés- es ducha en preparar mermeladas, una insuperable salsa criolla y hasta el limoncello.
Comanda buena parte de hotelería rural, su increíble mantenimiento y el diseño del menú. Jorge -domina el francés- pasó toda su vida en La Isolina, dispone de documentos y libros que hablan de sus ancestros, elige las cabalgaduras y conduce las cabalgatas de observación de trabajos rurales en rodeos y tareas en la manga.
Fuera de los tradicionales asados, siempre precedidos de empanadas fritas de queso y cebolla, el horno de barro transforma pollos, cerdos y corderos en verdaderos manjares. Las cenas se sirven con todo protocolo, gran vajilla y velas encendidas, pero no se desdeña la comida sencilla y de campo, pasteles de pollo o guiso de lentejas.
Se reserva por el 02284-491039 y el 02284-15652616, a razón de 120 pesos por día con las cuatro comidas, bebidas y actividades incluidas (el día de campo, 60 pesos). Recomiendan visitas al monasterio trapense de Azul y compra de jabones vegetales Gladys Zambrini de Olavarría (02284-442846). Una cercana cancha de 18 hoyos calma a los fanáticos del golf.
Francisco N. Juárez
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