
La Josefina se muestra altiva y elegante
Convivir con la fauna silvestre pampeana, montar a caballo o sólo descansar saboreando una mousse de palta son algunas de las alternativas que ofrece esta estancia recientemente inaugurada al turismo en Punta Indio
25 de septiembre de 1998

Los aficionados al turismo en estancias que no desdeñan el denominado birdwatching están de parabienes: en el partido de Punta Indio, La Josefina (hotel de campo que abrió sus tranqueras al turismo hace apenas diez meses), a 150 kilómetros de Buenos Aires sobre el mejorado de la ruta provincial 20, abundan las aves y algo de la fauna silvestre pampeana.
Durante una serena cabalgata o al trote de tiro en una jardinera de paseo que también lleva a los enclaves donde se realizan diversas tareas rurales, es posible avistar algún ejemplar de ñandúes o de charabones del centenar que sobreviven entre tan extensos potreros.
Dos cervatillos de las pampas, menuda raza en evidente extinción, suelen escurrirse entre un paisaje que hunde su belleza hacia la depresión de la cuenca del Samborombón, y hasta varias manadas de chivas salvajes saltan los alambrados, aseguran en una estancia donde está prohibida la caza, una actividad que dejó a esta región sin nutrias.
Algún flamenco posa solemne cerca al arroyo Dulce, curso de agua que cruza el campo para echarse al río Samborombón, adorno fluvial a sólo 7 kilómetros de la tranquera.
El Dulce prodiga entretenimiento pescador a los chicos hospedados que intentan alzarse con ejemplares nada adultos de tarariras y bagres.
Con estilo británico
La estancia, en una superficie mayor, perteneció a María Jáuregui de Pradere y todavía conserva en buen estado su casco de 1890. Pero en 1910 se construyó la Casa Grande, de 500 metros cuadrados de estilo británico que le dio al casco un perfil más rumboso.
Luce techos rojos acanalados y, más abajo, aleros que protegen grandes galerías que, en el caso de la frontal, resulta gigantesca y suma 210 metros cuadrados.
En todos los frentes cardinales, la galería protege una terraza perimetral enverjada con breves escaleras que descienden al parque de diez hectáreas.
Esa área verde y protegida contabiliza desde agrupamientos de montes diversos hasta una piscina con un quincho aledaño y parrillero.
También está la Casa Chica, destino de huéspedes; la Casa de Té (ex carnicería que conserva las gancheras para reses ahora imaginarias), y otros edificios: la casa de la propietaria, otras para el personal y hasta un sólido galpón de dos plantas que, reciclado, inaugurará el salón de convenciones.
La lejanía con toda urbe hace que La Josefina se autoabastesca: dos generadores de electricidad y grandes zeppelines de gas recargable.
La telefonía, eso sí, está asegurada, a la vez que los caminos de acceso no se interrumpen por lluvia.
Hogar, tibio hogar
La Casa Grande dispone de tres habitaciones inmensas, impecables, con baño privado, pequeñas salas o mínimos estar que sirven como desayunadores. Abunda la calefacción y el agua caliente.
Todo fue reciclado con gran confort para el nuevo destino del casco y el living principal con chimenea tiene casi sesenta metros cuadrados.
La Casa Chica dispone de dos dormitorios con el mismo nivel de confort.
Se advierte la predilección decorativa por los grabados antiguos y el mobiliario sobrio.
Ocho cabalgaduras pueden alistarse para los turistas, pero son cuarenta los caballos afectados a las tareas rurales. También pastan -para cría e invernada- 2600 cabezas de ganado vacuno, y hay 550 hectáreas orgánicas certificadas que propician productos de fácil exportación.
Abundan los corrales de chacra, y la granja -también orgánica- abastece buena parte del menú por el que se desviven las dos cocineras.
La propietaria, Angela Behrendt, es una afitriona políglota (habla inglés, alemán, francés y portugués fluidos) que no sólo recibe y agasaja a las visitas: las acompaña en las recorridas y les brinda abundante información turística, rural y empresarial.
Es egresada en economía de la Universidad de Bonnh y Freiburg; también una experta en comunicación diplomada en distintas latitudes, con experiencia gerencial en este último ramo y las RR. PP.
Sus premisas para los turistas se ciñen al confort y el buen servicio, con permanente disposición para las recorridas.
Paseos en bicicleta
Como la extensión invita a los paseos, además de los caballos y un carruaje, hay un básico plantel de mountain-bikes para los visitantes más jóvenes.
Y a la ineludible atracción de la piscina durante el verano, sólo se agregará -para los amantes del golf- un driving range de hasta 200 yardas. Los más fanáticos pueden jugar en los 9 hoyos del Chascomús Golf Club, si recorren los 30 kilómetros que también deben hacer los que demandan un paréntesis náutico o de mejor pesca desde las orillas de la ciudad lacustre.
Los aficionados al ping-pong no tienen tropiezos: la gigante galería libera todo desplazamiento, y los juegos de mesas y una video se agregan a los entretenimientos bajo techo.
La recepción de los visitantes coincide con un agasajo de aperitivos, cerveza y gaseosas, convite que se completa con empanadas de carne, humita, cebolla de verdeo y queso, cocidas en el horno de barro.
Ya frente a los componentes rituales del asado, se agrega cordero, lechón o chivito, según la época. El pan es casero y resulta preponderante hasta en el desayuno de estilo Continental, pero con detalles camperos.
Las mousses (de palta, por ejemplo) y las pastas caseras de toque mediterráneo -ravioles de salmón- y con salsas especiales marcan cuál es la pauta fuera de la parrilla.
La tarifa de hospedaje es de 200 pesos por día con cuatro comidas y canilla libre (base doble).
El día de campo, con desayuno, almuerzo y merienda cuesta 85 pesos.
La reserva se hace por el 940-9266 y 416-5048 con adicionales servicios de traslado.
Fácil acceso
Para quienes viajan en su automóvil desde la Capital Federal, pueden tomar la Autopista Sur (con dos peajes de 1,90 peso) hasta la rotonda (ahora puente) Gutiérrez o Alpargatas, y luego por la ruta 2 por breves kilómetros hasta su desvío por la ruta provincial 36 hasta el acceso a Vieytes, o sea el cruce con la ruta provincial 20, que se toma a la derecha en dirección a Chascomús.
Ese camino está mejorado con conchilla y en aceptable estado. Por él se recorren 23 kilómetros hasta que aparece a la derecha un cartel de La Josefina.
Da a un corto sendero que lleva hasta una tranquera blanca y un guardaganado.
Se desecha este último, se abre la tranquera y se recorren por dentro del campo 11 kilómetros en los que se pasan otra tranquera blanca y 4 guardaganados hasta que aparece el monte que rodea al casco de techos rojos.
Los que desechan viajar por la ruta 36 pueden seguir por la ruta 2 hasta el kilómetro 116,5 a la altura de Chascomús (con el agregado de los 9 pesos del peaje de Samborombón), para girar a la izquierda por la ruta provincial 20, por la cual se recorren unos 30 kilómetros.
Hay que pasar el puente sobre el Samborombón, aguas más abajo, y seguir unos kilómetros hasta el cartel que aparece a la izquierda.
Francisco N. Juárez
SEGUIR LEYENDO


Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo
por Redacción OHLALÁ!

Gala del Met: los 15 looks más impactantes de la historia
por Romina Salusso

Kaizen: el método japonés que te ayuda a conseguir lo que te propongas
por Mariana Copland

Deco: una diseñadora nos cuenta cómo remodeló su casa de Manzanares
por Soledad Avaca Cuenca
