PORTO ALEGRE.- No hay Carnaval ni samba ni playa de agua turquesa. Para el viajero desprevenido, el frío húmedo del invierno en Porto Alegre puede ser una sorpresa tanto como las costumbres de quienes moran en la capital de Rio Grande do Sul, el estado más austral de Brasil. A primera vista, lo inesperado será la similitud entre la cuna de Ronaldinho- ídolo del fútbol verdeamarelho- y las grandes ciudades argentinas. Aquí tal como allá, el paso es ajetreado en las avenidas en días de semana, pero el ritmo se vuelve cansino en los numerosos y extensos parques el sábado y domingo. En el casco céntrico, al telón de fondo lo dibuja la arquitectura camaleónica que combina edificios del colonialismo portugués con los del art nouveau.
El casi millón y medio de gaúchos (así se les llama a los oriundos de Río Grande) que habitan el área metropolitana del POA se parecen más a un montevideano o a un cordobés que al cliché del brasileño tipo que divulgan los folletos turísticos. El territorio del Estado formó parte del Virreinato del Río de la Plata y el 82% de la población de Porto Alegre es blanca, descendiente de europeos. Las semejanzas, sin embargo, no sólo se ven; también se escuchan. Muchos de los que se animan a hablar español -hijos, nietos o amigos de uruguayos- suenan casi igual a los criollos hispanohablantes. No vayas caminando, tomate un colectivo que yegás a tiempo , recomendó con ye sonora la recepcionista del hotel, mientras cebaba a escondidas un chimarrão .
La costumbre del mate en el sur de Brasil es tan popular como en Canelones y la gente acostumbra trasladar bajo el brazo el termo y la cuia (un porongo que tiene el doble de tamaño que el que se utiliza en la Argentina). Según un estudio de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, el 60% de los habitantes de Porto Alegre toma mate todos los días. Cualquier buen observador entiende que el que tiene un chimarrão es gaúcho, o de nacimiento o de alma, se lee en portugués en un cartel del mercado central. El mate de Porto Alegre sabe más amargo que el misionero y la erva (yerba) que produce Brasil es de un verde casi fosforescente.
Segunda coincidencia: la pasión por el churrasco. Por orgullo regional, ningún gaúcho ratificaría la leyenda que asegura que la mejor carne del mundo es la argentina y el típico plan dominical incluye asado y fútbol. Se escucha un grito de gol en plena caminata por el centro y nadie se asombra, ya que en Porto Alegre se transpira el clásico Gremio-Inter tanto como un Boca-River. Para variar, al clima de usual efervescencia botinera este año se le sumó la expectativa por la Copa del Mundo, de la que la ciudad será subsede. "La cidade es una cantera", comentó Peterson, un guía turístico, señalando una de las 70 obras que generó el Mundial.
Del mar ni noticias. Porto Alegre está rodeada por el Guaiba, al que cualquier gaúcho de ley describiría como el principal río de la zona desoyendo a la comunidad científica. Los que saben de hidrografía afirman que por las características de corrientes, vientos y vegetación, el Guaiba es en realidad un lago, pero los locales hacen más caso a la costumbre que a la ciencia y miran con antipatía a quienes lo catalogan de laguna. Los 85.950 kilómetros de agua marrón matizados con la aparición de algunos morros aislados trazan el horizonte gaúcho, de una quietud que contrasta con el resto de la ciudad. "Nadie puede pasar por aquí sin detenerse media hora a mirar la puesta del sol sobre el río", apuesta Manolo Doyle, un artista plástico y chef de San Isidro. Hace diez años Doyle adoptó a POA como su lugar en el mundo y convirtió su casa de la ribera en el restaurante Las Piedras (www.lapiedra.com.br). La terraza de este porteño tiene una de las mejores vistas de la ciudad.
La mejor forma de conocer al Guaiba, en tanto, es adentrándose con alguno de los barcos que salen desde la Ussina do Gasômetro, en la puerta central del Cais do Porto y en la Playa de Ipanema. Fuera del entorno natural, la riqueza de la ciudad para el visitante se revela en la permanente celebración de la cultura, la antigua y la joven. Así es común cruzarse al hombre gaúcho que va a hacer un trámite al centro con botas de caña alta y pañuelo al cuello, vistiendo los trajes típicos y escuchando en el estéreo de la chata melodías litoraleñas. Con alrededor de 20 reales sobrarán oportunidades para que el turista conozca a los artistas jóvenes, que despuntan el vicio en recitales organizados en plazas y viejas casonas convertidas en centros culturales.
Mercado con dios propio
La jornada en el Mercado Público Central arranca a las 5 de la mañana para Rafael, que vende 20 variedades de pescados en una de las lojas (tiendas) de 5 metros cuadrados. Carne congelada y salchichón por metro, especias, verduras y frutas se exhiben a centímetros de instrumentos musicales, tortas de exuberante crema chantilly, billetes de lotería, cómics, imágenes religiosas. Lo interesante del mercado de Porto Alegre, en la lista de los 10 más importantes del país, es que las 150.000 personas que lo visitan por día son tan inclasificables como los productos que oferta. El cazador de tendencias que busca diseño, la señora que persigue el precio de las arvejas, ancianos con carteles que dicen compro cabelo y unos pocos turistas rondan este edificio que ocupa más de una manzana en pleno centro gaúcho.
Si bien en la planta alta funcionan algunos restaurantes económicos (se come al paso por 15 reales), el corazón del mercado está abajo, más precisamente en el centro. Allí enterrado dicen los practicantes de religiones afro como la umbanda que duerme el Bará del mercado, el dios que abre caminos y trae abundancia. En su honor, los negros de Porto Alegre recorren caminos invisibles entre los negocios, tocando campanas y cantando bendiciones; vestidos de blanco, amarillo y rojo, y tomados de las manos. A nadie le sorprende el ritual, que es parte del paisaje. En sus orígenes (1860) el mercado era cosa de negros y los esclavos iban para llevar mercancías para sus dueños o para ser comprados y vendidos ellos mismos igual que cualquier alimento.
Parque con mayúscula
En vez de invertir la tarde del domingo refugiados en algún cafetín, los encuentros entre gaúchos son sobre césped y mate en mano, aunque eso signifique darle batalla a las temperaturas bajas. De hecho, el remedio casero para soportar el frío se llama Quentao, un vaso de vino caliente con canela y azúcar de sabor suave, que se consigue en puestos callejeros a 3 reales. "Para el gaúcho la vida social transcurre al aire libre y la ciudad tiene un árbol por cada habitante", indicó Luiz Fernando Moraes, secretario de Turismo de la ciudad.
El punto de encuentro por excelencia es el parque Farroupilha (Redençao para los locales), que con 370 metros cuadrados es el más popular y amplio. Para quienes no se conformen con una caminata distendida hay lago con botes de pedal, tren turístico, minizoo y parque de diversiones para los más chicos. Los sábados, en la avenida José Bonifacio montan la Feria Agro-Ecológica, donde se comercializan verduras sin pesticidas y decenas de variedades de miel pura. Los domingos, desde las 9, la extensión de la avenida alberga una feria de antigüedades con el espíritu de San Telmo.
Las sábanas revueltas, los zapatos a los pies de la cama y la máquina de escribir en punta. Así de espontánea se ve la recreación de la habitación del escritor Mario Quintana, un poeta gaúcho que vivió la parte más próspera de su vida en el hotel Majestic. Cuando el hospedaje quebró el Estado compró el edificio y lo transformó en la Casa de la Cultura que lleva su nombre, un polo cultural donde se pueden ver desde las obras de fotógrafos jóvenes, cine independiente y conciertos de MPB de la exquisita Adriana Calcanhoto hasta el grupo de rock melódico Papas da Língua, autor de varios hits en novelas y publicidades. Entre tanta ebullición artística vale la pena sentarse a tomar un café en la terraza del edificio rosado, sobre todo en las horas de sol.
Moinhos de Vento
No más de 20 cuadras con calzadas angostas y avenidas arboladas ocupa este barrio residencial, que fue el principal asentamiento de los productores de trigo en el siglo XVIII y hoy es núcleo de los cafés de moda y las tiendas de diseño. El único molino en pie está en el centro del Parçao, cuadrilátero verde de 11 hectáreas que donó el Jockey Club de Porto Alegre. Las calles típicas del vecindario más in -como lo califican los gaúchos- son Fernando Gomes o Calzada de la Fama, ideal para una noche con tacos y maquillaje. De tarde, las tiendas del bulevar Padre Chagas.
DATOS UTILES
Dónde dormir
Hotel São Rafael : uno de los más tradicionales de la ciudad, de cinco estrellas. Debajo del hotel hallaron una fuente de agua mineralizada que ahora se utiliza en la pileta y los jacuzzi de las suites.La habitación doble cuesta R$ 319. www.plazahoteis.com.br
Hotel Poa Residence: sencillo, económico y céntrico, a 6 km del aeropuerto. La habitación doble cuesta R$ 100.
Eko R esidence Hotel : utiliza energía solar y eólica, y promociona tarifas por fin de semana; de 4 estrellas. R$ 470 la habitación doble. www.residencehotel.com.br/site
Cómo llegar
Hasta octubre TAM ofrece aéreos por US$ 400 y Aerolíneas Argentinas por US$ 439.
Paseos
A 100 km de POA se encuentra Gramado, punto turístico más visitado de la Serra Gaúcha, un área poblada de colonias de inmigrantes suizos, alemanes y noruegos. A cada hora salen micros desde la terminal de ómnibus.
Marianela Bocanegra