La NBA, un programa que vale el doble
El mejor basquet del mundo tiene también su atractivo turístico; precios, reventa, ubicaciones y trastienda
26 de agosto de 2007
Hotel Emily Morgan, frente al Museo de El Alamo, en el centro de San Antonio, la ciudad donde un argentino es rey. Emanuel Ginóbili, por supuesto. Ocurrió en 2003, año de la primera coronación del bahiense como campeón de la NBA. "¿Cuánto cuesta una entrada en la reventa?", preguntamos en inglés al conserje del hotel, sólo para aportar un dato más a la crónica diaria. Y el hombre responde: "¿Qué ubicación prefiere?", mientras saca un hoja con el dibujo de SBC Center (ahora se llama AT&T) y expone a la vista del turista todas las plateas disponibles. "¿Pero si están agostadas?", replicamos en nuestra ignorancia.
En realidad queríamos saber cuál era el valor de un ticket de esos que se ofrecen en las esquinas cercanas al escenario del juego final, pero terminamos descubriendo otro detalle: que los astutos no sólo habitan nuestro país. "Estos boletos los vende una agencia que depende de la franquicia de los Spurs", contesta el empleado sin saber que algún día sería publicado.
Está claro, las entradas las agotan ellos mismos para lotearlas luego entre los contingentes que llegan a los hoteles a un precio superior. O, equivocadamente, a un periodista camuflado o que no se hizo entender en su pésimo inglés.
Lo que pasa es que en algunos estados norteamericanos, casi en la mayoría, la reventa no está penalizada, por eso en casi todas las series por el título de la NBA hay muchachones que ofrecen entradas a valores que nunca tienen techo y las anuncian de la manera más artesanal imaginable, con pedazos de cartones de cajas descartadas por los supermercados y escritas con marcador común.
Para no correr riesgos de que sean falsas o que el precio resulte muy elevado, es mejor adquirirlas por Internet, aunque, claro está, con unas semanas de anticipación si se trata de un partido de play-off. Con sólo ingresar en www.nba.com y luego buscar el nombre del equipo preferido, se encuentra la oferta con precios oficiales del boleto.
Y si bien son caras, hasta 150 dólares un lugar preferencial, el 10% del estadio, según disposición de la misma NBA, debe ofrecerse a un precio de 12 dólares. Si el presupuesto no da más que para eso, hay que prepararse para una contractura de cuello pues la cabeza quedará por largas horas aplastada por el techo, a no menos de 70 u 80 metros del rectángulo de juego. No está de más llevar anteojos con un buen aumento o largavista, que son muy comunes entre los del gallinero .
Para disfrutar de la NBA siempre es recomendable una ubicación media, a 15 o 20 metros del juego, pues allí no sólo podrá observar la increíble habilidad de los basquetbolistas, que parecen desafiar siempre la gravedad con su saltos felinos, sino también atender todo lo que ocurre cuando el partido se detiene.
Pero antes de ingresar en ese fascinante mundo, casi circense, hay que destacar algo más de las ubicaciones en el estadio. Primero, que una butaca de primera o segunda fila para una final puede superar los 2000 dólares en la reventa; segundo, que si usted hace ese gasto puede darse el gran gusto de contarle a sus amigos que tuvo de vecino o vecina a Jack Nicholson, Woody Allen, Spike Lee, Demi Moore, Pamela Anderson o Cindy Crawford, por ejemplo. Mucho más si elige el Staples Center de Los Angeles, donde con frecuencia aterrizan las grandes estrellas de Hollywood.
Los empresarios, en tanto, se alejan de los reflectores y las cámaras para encerrarse en las suites que tienen más comodidades que su casa. Uno o dos anillos circundan todos los estadios de la NBA con especies de cabinas vidriadas o abiertas que son propiedad de las grandes corporaciones norteamericanas. Por ejemplo, en el United Center de Chicago, la suite de United Airlines (claro, el patrocinador del estadio de los Bulls) se encuentra exactamente a la altura del medio de la cancha. Allí adentro hay de todo: plasmas gigantes que repiten las escenas del partido, heladera, microondas, sillones, una cama, baño y, por si fuera poco, cuenta con estacionamiento privado y acceso directo desde el playón del estadio. Un abono anual cuesta entre 500.000 y 700.000 dólares. Los empresarios se reúnen allí con sus clientes unas horas antes del partido, cenan, hacen negocios y después miran el juego.
El show... del público
Pero regresemos a la cancha. A ese parquet espejado que los periodistas podemos pisar una y mil veces hasta cinco minutos antes de que comience la lucha. Igualito que en la Argentina. En ese escenario se presentan artistas de todo tipo cada vez que el cotejo se interrumpe y hay descanso. Las mascotas (el 80% de las franquicias de la NBA tienen la suya) son muy histriónicas y entretienen a niños, jóvenes y adultos por igual. Las porristas también, suponemos que más que nada a los que no son niños. Por lo menos seis veces las rubias, morochas y la infaltable japonesa se cambian de atuendo, peor que una vedette en el teatro. No son tan esbeltas, eso sí; tampoco extremadamente bonitas ni son coordinadas en su coreografía. Pero hay que verlas, baten las porras como ninguna. Como si hubiesen nacido haciendo eso Bueno, son norteamericanas y lo hacen desde el college.
Pero también hay minirrecitales y juegos muy entretenidos en los que participa el público, especialmente en aquellos que se sugieren desde el gigantesco tablero electrónico ubicado en el centro del estadio. Y la gente se asocia tanto que se convierte en un espectáculo aparte. Tanto es así que uno, que ya vio bastante NBA, se entretiene más con las actitudes de los simpatizantes que con los divertimientos especiales que a veces son reiterados.
Analizar el comportamiento popular se convierte en un curso acelerado de sociología americana. En la última final, en Cleveland, donde Manu consiguió el tercer título de la NBA, el público miró el partido sentado y se puso de pie cada vez que se interrumpió y comenzó el show. Eso es la NBA. Así viven el basquetbol los norteamericanos. Y no hablamos de lo que comen y cuánto comen. Puede estar el partido tanto a tanto y faltar dos minutos, que ellos siguen gastando escalinatas subiendo y bajando con chatarras calientes y alcohol frío.
Una hora después de concluido el juego también puede uno sorprenderse con algo que no es un espectáculo, pero asombra: el basural y la cantidad de desperdicios (hog dog enteros y baldes por la mitad de cerveza) que quedan entre esos asientos por los que usted soñó alguna vez ocupar y por los que deberá pagar bastante. Pero lo vale. Es otro mundo y son dos o más espectáculos en un solo envase. ¡Ah, y si quiere ver a Manu y no tiene tickets, hable con el conserje de su hotel!