

DEAUVILLE, Francia (El País, de Madrid).- Deauville no existe. Es una visión, un sueño, un capricho. Una ciudad que sólo cobra vida en los ojos de quienes la miran y le devuelven con complacencia su imagen de lujo y refinamiento. Deauville no tiene historia, o muy poca. Sólo tiene recuerdos. No la invadió ningún bárbaro, no la diezmó ninguna epidemia, no la salpicó ningún drama. Su existencia, desde su nacimiento por una cabezonada hasta su consagración como imagen del glamour de la buena sociedad parisiense, ha sido la de una niña mimada, armada con esa seguridad que tienen las personas bien nacidas.
Deauville surgió de la imaginación de un hombre, el duque de Morny, hermanastro de Napoleón III, que quería jugar a las carreras a la orilla del mar. Desde Trouville, la futura hermana enemiga -ésta, una auténtica pequeña ciudad-, contemplaba la bahía y su pantano, bordeado por una inmensa playa de arena fina. Veía ya en su sueño el hipódromo, el hotel, el casino y las avenidas abarrotadas de afortunados amigos de París. Estamos en 1858 y Morny tendrá que esperar algunos años antes de poner nombre a su idea, el tiempo para reunir los fondos necesarios para desecar el pantano y construir la ciudad. En 1861 surgió de la arena. Dos años más tarde llegó el ferrocarril.
Exito inmediato
En 1864 se vio la terminación del casino, el Gran Hotel y la primera carrera de caballos en el hipódromo. En cuatro años, Deauville salió completamente armada de la cabeza de Morny. Tuvo un éxito inmediato, a pesar de la muerte del duque, en 1865.
Pero el final del imperio y el atractivo intacto de Trouville a los ojos de la buena sociedad condenaron a Deauville a la somnolencia. Hasta el casino quedó destruido por la falta de clientela. El despertador sonó en 1911 de forma inesperada, con Eugéne Cornuché. El fundador del restaurante Maxim´s de París, asiduo de Trouville, vio cómo se le negaba la construcción de un nuevo casino. Entonces cruzó el río Touques y ofreció sus tapetes verdes a Deauville, que no se hizo rogar. Pero Cornuché no se limitó a esto. Ofreció a los jugadores del casino un nuevo hotel de lujo.
Así, en 1912 se inauguraron el templo del juego y el inmenso hotel Normandy, de arquitectura anglonormanda, con buhardillas y pináculos. En 1913, por miedo a quedarse cortos, se añadió el Royal, segundo hotel de prestigio, también grande, más clásico.
Y ese año se abrió una tienda de sombreros y complementos, hoy día desaparecida, cuya ambiciosa propietaria apenas entendía de costura. Para que sus amigas se sintieran más cómodas, les confeccionaba trajes de chaqueta. Esta joven se llamaba Gabrielle Chanel, Coco para los íntimos. En 1915 fundó en Biarritz su primera casa de costura.
Deauville aprovechó la belle époque y empezó a cultivar su leyenda, con gran acompañamiento de artistas, estrellas y coronas. Todas las celebridades que contaran algo en París hacían este viaje. Colette, Sacha Guitry, Tristan Bernard, Van Dongen, Boudin, Dufy, Josephine Baker, Mistinguett o Maurice Chevalier hollaron sus adoquines y se abandonaron a su sopor. Pero estas celebridades necesitaban un escenario. Un lugar donde justificar la frase de Sacha Guitry: No venimos a Deauville para ver, sino par ser vistos . Estaban los hoteles, desde luego, pero era algo limitado. Las calles llenas de tiendas: chic, pero nada romántico. Deauville quería sus Campos Elíseos a orillas del mar. En 1923 se instalaron a lo largo de la playa las famosas planchas de azobé, una madera exótica considerada imputrescible. En otro sitio habría sido un simple paseo; en Deauville, Les Planches se ganaron la fama y se hicieron míticas.
La reina de la ilusión
¿Qué hay más natural, en estas condiciones, que el hecho de que Deauville, la artificial, la virtual, la reina de la ilusión y el glamour, haya acabado por acoger un festival de cine norteamericano, tras haber sido inmortalizada por el cine? En 1966, Claude Lelouch hizo de ella, con Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée, el tercer personaje de Un homme et une femme y recibió la Palma de Oro del Festival de Cannes. Deauville, filmada en invierno, se convirtió para una generación de cinéfilos en un lugar romántico, brumoso e irreal, donde el mar recuperaba por fin sus derechos.
Porque un esnobismo perfectamente asumido quería que Deauville, construida al borde de una playa magnífica, evitara el mar hasta el punto de darle la espalda. "Deauville me gusta porque está lejos del mar y cerca de París", ironizaba el escritor Tristan Bernard. "Deauville, distrito XXI de París", se añade a menudo. No faltan las ocurrencias para denunciar la huella permanente de la capital en la estación balnearia.
En Deauville hay que ir en busca del suave perfume de lo superfluo, que es lo único que da valor al verdadero lujo. Entrar en Normandy y en el Royal, dar una vuelta por las calles lujosas y gastar el dinero en el casino son etapas inevitables, pero insuficientes.
En realidad, la ciudad sólo reconoce un rey, el caballo, y sólo junto a él reina la clase, el auténtico chic de Deauville. Las ocasiones para admirarlo no faltan. Carreras en verano, cría de sangrespura que están entre los mejores del mundo, campeonato de polo en agosto, venta mundial de yearlings (sangrespura de un año)...
El caballo está aquí como en su casa. Alfonso XIII, apasionado de la equitación, venía por eso. Son este espíritu y esta belleza pura que irradian de los mejores partidos de polo, lo que hay que captar para comprender la magia del lugar. Por lo demás, Deauville no dejará de hacer suya la frase de Coco Chanel: "Que mi leyenda siga su camino, le deseo una vida larga y feliz".
Datos útiles
Cómo llegar
Está a 195 kilómetros de París, en auto por la autopista A-13. Hay enlaces diarios en tren ( http://www.sncf.fr ) entre París-Saint Lazare y Deauville-Trouville.
Alojamiento
* * * US$ 65
* * * * US$ 160
Los precios son por habitación doble.
* * * * US$ 160
Los precios son por habitación doble.
Gastronomía
Comida: US$ 25
Precios por persona.
Precios por persona.
Más información
Maison de la France, Avda. Roque Sáenz Peña 648, 9º piso (4345-0664). Atención de lunes a viernes, de 9 a 12.45.
En Internet
Roman Raynaldy
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