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La otra cara de la Buenos Aires for export

Una ONG ofrece paseos a medida y gratuitos para quienes no vienen solamente a bailar tango o ver el Obelisco




El paseo empezó por el museo Quinquela Martín, en La Boca, y continuó por la Fundación Proa, a pocas cuadras. Pero cuando la diplomática sueca y sus dos amigas empezaron a preguntar por los distintos cortes de carne, Joaquín Brenman decidió que lo mejor era llevarlas a una carnicería, ver de qué se trataba esto de lomos, cuadriles y milanesas, y dejar la salida cultural para otro momento.
Brenman es presidente y uno de los fundadores de Cicerones, ONG que básicamente ofrece conocer Buenos Aires de forma diferente. No tiene guías profesionales, pero sí voluntarios, 70 en total, que acompañan a los visitantes a lugares poco tradicionales de la ciudad, o también a los más clásicos, pero con la mirada y perspectiva de un local. Siempre en forma gratuita, arman recorridos a medida según los intereses, caprichos u obsesiones de cada viajero.
Así, por ejemplo, hay quienes piden que los lleven a ver un partido en la Bombonera; otros que prefieren recorrer tiendas de moda vintage, algunos que buscan rastrear las huellas de la Buenos Aires judía, italiana, española.
Hay casos incluso más específicos, como el del panameño que pidió ir a todos los lugares relacionados con el poeta Roberto Juarroz ("Me tuve que poner en tema porque no lo conocía", reconoce Brenman), excursión que terminó en Banfield, donde vive la viuda de Juarroz (la señora, a su vez, resultó ser especialista en Samuel Beckett).
El titular de la ONG también rescata la historia del suizo que quería fotografiar afiches y pintadas de publicidades antiguas, esas del tipo Cinzano, lo que los llevó a un raid de mercados, negocios de artesanos y ferias callejeras.
Las anécdotas son tantas como las salidas que se han hecho, que en siete años ya suman más de 2000.
"Nos inspiramos en el modelo de cicerones que existe en Nueva York, Big Apple Greeters, que está formada por gente que ama su ciudad y que ofrece su tiempo libre para que otros también la conozcan, para que puedan hacer algo distinto en sus vacaciones", cuenta Brenman, que además es ingeniero y especialista en temas de medio ambiente.
Pero así como los cicerones porteños están abiertos a todo tipo de pedidos, también fijan sus límites. Una cosa es interiorizarse en la lucha de las Madres de Plaza de Mayo o hacer visitas a fábricas recuperadas y manejadas por sus empleados, como el Hotel Bauen ("un temazo argentino excepcional y caso de estudio en otros países", aclara Brenman). Y otra muy distinta es hacer lo que esta organización califica como "abordajes sin ética".
"No hacemos visitas a las villas." Brenman es tajante en este tema. "No queremos transformarlas en un zoológico", aclara.
Pero también dice que al final, más allá de los intereses particulares de cada visitante, todos coinciden en algo: "Quieren charlar, saber más sobre la vida cotidiana, las costumbres de los jóvenes, las relaciones de padres e hijos, cómo se vive acá..."
¿Si se forjan amistades?
"Sí, claro. Yo mismo me alojé en Montreal en casa de un visitante que acompañé en Buenos Aires. Y también está el caso inverso, el del voluntario que invitó a un grupo de viajeros a pasar Año Nuevo en su casa", cuenta Brenman.
Hablando de festejos, el cicerón también comparte una anécdota que tuvo como protagonistas a unos señores venezolanos.
"Cuando nos dijeron que buscaban chicas rumberas, nosotros les dimos un sermón y destacamos que no ofrecíamos ese tipo de servicios. Pero resultó que los malinterpretamos; al parecer, rumberas significaba simplemente alegres", jura.

Datos útiles

  • En Internet. www.cicerones.org.ar
  • El grupo forma parte de Global Greeter Network, una red global de cicerones que también funciona en ciudades de Australia, Estados Unidos, Canadá, Francia y Gran Bretaña. El 15, 16 y 17 de septiembre, La Haya será sede de un encuentro internacional de estas organizaciones.
  • Los paseos son organizados en grupos de hasta seis personas y duran de dos a tres horas. Los voluntarios hablan por lo menos dos idiomas (por ejemplo, ruso, japonés o hebreo); algunos están familiarizados con lenguajes de señas o también acompañan a visitantes con necesidades especiales.

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por Redacción OHLALÁ!


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