Mis últimas vacaciones fueron en 2008. Hacía nueve años que no me tomaba un descanso así y lo aproveché para volver con Oscar Araiz al lugar donde habíamos estado la última vez: la isla griega de Santorini. Regresé ahí porque me encanta Grecia y porque tenía recuerdos maravillosos de la última estada.
Un día se nos ocurrió ir a tomar un café y leer los diarios. Los abrimos y vimos que el mundo se estaba cayendo a pedazos con una nueva crisis. Así que los cerramos y no los volvimos a leer por diez días. Básicamente, el programa era levantarse a la mañana y no hacer nada.
Me iba a desayunar, caminaba por la ciudad, iba a la playa o me quedaba leyendo un libro. Puse la mente en blanco. No me entraba un pensamiento. Estaba absolutamente relajada.
De todas formas, Santorini estaba mucho más turística que nueve años atrás. Antes, por ahí llegaba un crucero, los turistas pasaban el día en la isla y después se iban. Pero esta vez toda esa actividad se había multiplicado y ya no era un lugar tan exclusivo. ¡Pero igual seguía precioso y los griegos, encantadores!
En la isla hay una playa con arena volcánica y otra con arena blanca. Y si querés, tomás un barquito y te vas a visitar otra isla. Es un paraíso con el agua translúcida que te permite ver los peces en el fondo del mar.
Algo impresionante de Santorini es que está lleno de iglesias que permanecen siempre cerradas. Nunca vez a nadie adentro. Evidentemente no es un pueblo muy creyente. Las iglesias están de vista. Preciosas, todas blancas, con cúpulas azules. Pero en ninguno de los dos viajes conseguí entrar a alguna para conocerla por dentro.
Como la ciudad está construida en una montaña, el paisaje es muy escalonado. Todas los hoteles tienen terrazas y desde ahí ves las puestas de sol sobre el agua, algo sobrenatural. Es más: dicen que es el mejor lugar para ver una puesta de sol. A esa hora, todo el mundo anda con una copita de vino blanco en la mano.
Lo recuerdo y se me caen las lágrimas...
Por Renata Schussheim
Para LA NACION
Para LA NACION
Artista plástica y diseñadora, la autora presenta por estos días Splendor, espectáculo coescrito con Oscar Araiz y Jean François Casanovas. De miércoles a domingo, en el Maipo Club.
Cuestionario viajero
-¿Viajera o turista?
-Viajera. Como viajo por trabajo, mi rutina en el lugar adonde voy tiene que ver con el ritmo local. Si estoy adentro de un teatro me conecto con la gente, trabajo con ellos. Por ahí el fin de semana me voy a visitar un museo o me compro el diario y voy a leerlo a una plaza. Pero no hago la vida del turista.
-¿Cuál fue su viaje más largo?
-Durante casi todo 1976 estuve recorriendo México.
-¿Y el más exótico?
-Stromboli, una de las islas Eolias, que pertenece al archipiélago volcánico al norte de Sicilia, donde Roberto Rossellini dirigió Ya no creo en el amor (1954), con Ingrid Bergman.
-¿Hubo un viaje más espiritual?
-Sí, a Grecia.
-¿Alguna vez viajó como mochilera?
-¡Huy, sí!, cuando era muy jovencita. Me fui a la costa en carpa.
-¿Qué es viajar para usted?
-Desconectarme. Si bien el 99% de las veces viajo por trabajo, igual me desconecto, porque es una vacación de mi problemática porteña. Aunque trabaje, la alienación nunca es la misma que vivimos en esta ciudad.