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La refrescante sensación de llevar Colonia en la piel

Se vive en un estado de despreocupación permanente y tanto sus playas como los circuitos turísticos que tiene invitan a prolongar la estada




COLONIA DEL SACRAMENTO, Uruguay.- Hay un preconcepto que ha calado profundo en el inconsciente colectivo: Colonia, dicho así, a secas, arrebatándole parte de su nombre, siempre ha sido sinónimo de escapada. Es, indudablemente, una mirada mezquina.
Colonia es, hoy por hoy, una propuesta más que válida para unas vacaciones de largo aliento. Es la idea del descanso despojada de esas posturas ficticias que se adoptan en numerosos centros de veraneo donde predominan la pacatería y el cholulaje vulgar.
Pero más allá del ahora, una serie de proyectos culturales y turísticos de gran entidad que se concretará en un futuro cercano, le dará un impulso inusitado que no le quitará las sólidas características que hoy posee como destino.

Paso a paso

El cruce del Río de la Plata implica un viaje de 35 minutos en una nave de última generación (la Patricia Olivia, de Buquebús), provista de turbinas propulsadas de gas, lo que la convierte en la primera embarcación ecológica que realiza esta travesía y cuyos interiores (ya sea el salón de clase turista como el de primera) son muy similares a los de un avión, hecho que le garantiza al viajero una confortable estada a bordo.
Un río limpio llega manso hasta las extensas y anchas playas de fina arena que rodean ese imaginario triángulo de tierra sobre el que se levantó la ciudad, en 1680. Coníferas y eucaliptos se entremezclan confundiéndose a lo lejos, superando en altura las matas costeras.
Son kilómetros de playa que se escapan de la vista y es muy fácil apartarse del prurito que puede llegar a traer aparejada la idea de estar frente al río y no de cara al mar.
Es la zona de casas con un parque cuidado o cabañas en medio de los montes, cuyo alquiler, en temporada alta, es un 25 a 40 por ciento más barato que en cualquier otro balneario. Como parámetro, un característico quincho uruguayo con tres habitaciones, living, dos baños, cocina y parque, en la zona de Pinares de Hurtado, a 4 kilómetros del casco histórico (y a tres cuadras de la rambla), puede conseguirse por 550 dólares la quincena.
Así, en medio de ese ámbito, los días transcurren entre la letanía y una perpetua despreocupación. Vale la pena insistir en una cuestión: no hay modas ni caras famosas o posturas; no hay ejecutivos de película ni celulares en la arena ni términos absurdos; no hay movidas ni poses producidas o estudiadas.
Hay seres humanos cotidianos, decididos a ser felices olvidándose de todo, hasta de los que tienen al lado. Hay cuerpos reales, deseos reales, palabras reales, situaciones reales, asados reales, hechos comunes. Aquí se da esa suma de circunstancias que todos desean vivir, pero que sólo la gente entrañablemente común y feliz puede realizar.
Ese es el único estilo. No hay otro, y sería en vano buscarlo.
La playa de Ferrando tal vez se lleve las palmas en cuanto al número de visitantes durante los fines de semana, cuando su único parador se llena completamente y donde se pueden comer pamplonas o un pollo a la pizza muy bien servido por valores que no llegan a los 10 dólares.
En los días calmos y soleados, cuando se acentúa la bajante, Ferrando está refulgente: tiene unos 800 metros de largo por 40 de ancho de finísima arena; casi como si uno caminara sobre una inmensa extensión de bicarbonato.
Algo que no es atributo sólo de Ferrando, sino que se da en todas las playas: cualquiera que tenga hijos pequeños se siente gratificado de verlos retozar en el agua sin necesidad de estar poniéndoles salvavidas.
A muy pocos kilómetros, por la ruta 1, pasando el puente que está sobre el arroyo La Caballada, se abre un camino de tierra asentada que termina en la playa conocida como El Calabrés.
No tiene ningún tipo de infraestructura de servicios para el visitante, pero es uno de los lugares que está más abierto al río y donde todavía puede verse el viejo muelle que servía para transportar arena a la cercana Buenos Aires hasta que Perón, cuando con sus arrebatos nacionalistas combatía al capital -tal como cantaban, o siguen cantando, sus seguidores-, dijo basta porque se trataba de compañías fundamentalmente inglesas.
Estos muelles son una particularidad en cada una de las playas. Son estructuras de madera ya esqueléticas a las que la crecida del río tapa casi por completo, pero que durante los atardeceres les dan un toque especial a las puestas de sol. Por ejemplo, en La Arenisca, a 5,4 kilómetros de la vieja Plaza de Toros, el muelle es un dedo índice que marca el lugar exacto donde el sol va a caer, justo detrás de unas pequeñas islas.
Poco explorada y visitada, tiene ceibos y coronillas cuyas raíces fueron raídas por las aguas y están reclinadas sobre la arena; distintos tipos de árboles y arbustos forman galerías naturales y, como único servicio al visitante, un quiosco de los que Coca-Cola usaba como publicidad en las kermeses de pueblo vende gaseosas.

Más para disfrutar

Cuando el clima no acompaña, los visitantes pueden preguntarse: "¿Y ahora qué?" La ruta 1, que lleva a Montevideo, y la 21, en dirección a Carmelo, se abren como dos manos en posición de ofrenda. Cualquiera de las dos que se tome le ofrece al turista alternativas que están en un radio de 70 kilómetros y que sirven para efectuar numerosas paradas y pasar días enteros practicando miniturismo.
Sobre la ruta 1, en buen estado de conservación, pueden enumerarse las ofertas:
  • Granja Arenas. Este lugar no es recomendable para aquellos que se preocupan por la figura: distintas variedades de quesos y dulces pueden ser degustados en el salón de ventas.
Los empleados, a veces, inducen a una recorrida por salones donde la familia Arenas guardó en varias vitrinas su colección de llaveros, frascos de perfume, latas de bebida, lápices y otros elementos. Más allá de los gustos personales, esta parte de la visita es irrelevante.
  • Santa Ana. En medio de una región semiboscosa, este lugar de veraneo tiene toda la infraestructura como para que el visitante se sienta a gusto y pueda pasar un día de absoluta tranquilidad, aprovechando la pequeña costanera para realizar caminatas y comer mirando el río.
  • Nueva Helvecia, Colonia Suiza. Localidad centenaria que en estos momentos está en boca de todos debido a que el cine del pueblo fue comprado por los vecinos y se ha convertido en un lugar de culto para los visitantes. Claro, para muchos puede resultar extraño -hasta quijotesco- que el pueblo se una para defender algo que considera parte de su patrimonio. Más si se trata de un cine y no de un club de fútbol.
Esto tal vez demuestre el carácter que sus pioneros le han impuesto al lugar. Por algo desde su fundación comenzó a delinearse su perfil de lugar de privilegio en la fabricación de quesos y es allí donde hoy funciona la escuela de lechería. Su casco urbano tiene varios sitios de interés para el visitante primerizo, además de poseer su balneario, con casas de veraneo sobre la rambla.
Más allá de darse una vuelta por la Granja Hotel Suizo (el primer hotel turístico que se construyó en el interior deUruguay), hay dos visitas obligadas: el hotel Nirvana y el Molino Quemado .
Con 25 hectáreas de parque y construido en la década del 40, el hotel Nirvana es una isla de paz y recogimiento, ideal para ejecutivos, pensadores y creativos. Gran parte de sus habitaciones y pasillos está en etapa de reacondicionamiento. Todas las comodidades tienen vista al parque y su mobiliario conserva detalles de época.
Transitar por sus pasillos es revivir el pasado de Uruguay. Ciertos muebles (como uno de los escritorios utilizados para redactar cartas), utensilios de la vieja panificadora, elementos de labranza que se usaban en la antigua granja o, por ejemplo, la antigua plancha del hotel que decora el hall de entrada, le demuestran al visitante cómo puede sostenerse la historia cuando se combina un afán conservacionista de las costumbres con la delicadeza en la decoración.
El restaurante ofrece especialidades de la cocina suiza y pueden degustarse los panes que aún hoy se fabrican en el hotel.
Además, quienes se alojen pueden practicar equitación, andar en moto, disfrutar de la pileta o realizar distintos deportes. Informes por el 44052 (código 59855).
Apartado, el Molino Quemado todavía guarda entre sus ruinas la verdadera razón de su nombre.
Fue una obra de ingeniería hidráulica que comenzó a funcionar en 1876, pero cinco años más tarde se incendió y empezaron a generarse las leyendas. Todos lo conocen y es bueno escuchar las historias que hay al respecto de boca de los lugareños. Amores, pasiones, desengaños y dolor por la mujer perdida se entremezclan en los relatos.
Son sólo unas ruinas tiznadas, pero bien vale la visita cuando se quiere escuchar un relato ameno.

El triángulo del Oeste

La rotonda existente en la intersección de la avenida Aparicio Saravia (que allí cambia de nombre por Lorenzo Latorre) con la calle González Moreno marca el comienzo de la ruta 21 que lleva a Carmelo.
Allí mismo vale la pena detenerse para ver el edificio del viejo almacén de ramos generales Menéndez, donde todavía funciona el pequeño bar que mantiene las características de antaño y las únicas dos mesas en las que los parroquianos juegan al truco. El bar ocupa una cuarta parte de lo que fue en otras épocas el almacén.
Ya en la 21, en regular estado de conservación, a 30 kilómetros está la primera atracción: el Parque Anchorena.
Son 1370 hectáreas de parques y zonas boscosas donde puede verse la rica fauna autóctona y exótica, disfrutar de la historia y ver la residencia presidencial, casi al borde del Río de la Plata. Las visitas (de tres horas) son jueves y viernes, a las 9.30 y 14.30, y los sábados y domingos, a las 14.30. Informes por el (00598 522) 3104. A 55 kilómetros de Colonia está Conchillas, de riquísima historia. Allí, la modernidad es sólo un vestigio, es el delgado hilo que conserva al visitante atado a la realidad.
Se destaca inmediatamente el particular estilo de las casas, mandadas a erigir a fines del siglo pasado por la empresa inglesa C. H. Walker & Co. Ltd. para los empleados que extraían las piedras y la arena que se utilizaron para la construcción del puerto de Buenos Aires.
Esas casas, rústicas, alargadas, de gruesas paredes de piedras unidas con cal y barro, con techos a dos aguas de chapa, se conservan tal como entonces y mantienen el típico color amarillo.
Pero no sólo sus centenarias viviendas son dignas de ser visitadas. La historia de aquellos pioneros está grabada en las lápidas que miran al levante en una porción del cementerio y que bien merece ser recorrido antes de llegar al muelle, cinco kilómetros más adelante.
Finalmente, Carmelo, a unos 25 kilómetros de allí, tiene una propuesta en la cual también se conjugan edificios históricos con una bulliciosa zona de playas, con amarras para yates y veleros.
Una mera enumeración de propuestas que guardan, cada una de ellas, elementos que las convierten en seductoras salidas desde Colonia del Sacramento, la que conserva su barrio histórico, su vida propia. La que mira al futuro. La que mezquinamente es considerada como una ciudad para la escapada.
Por Marcos Caruso
Del Suplemento Turismo

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