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La ruta del ahorro

El norte, el centro y el sur del país, así como algunos lugares del exterior, tienen claves para viajar en forma económica; no importa la edad, pero, eso sí, hay que retemplar el espíritu




Históricamente, los jóvenes han apelado a los más variados recursos para recorrer el mundo en forma económica. Es habitual que descansen en habitaciones compartidas de un albergue, que se trasladen con servicios de bajo costo y que aprovechen las ventajas que otorgan los descuentos destinados a la gente de su edad.
Una semana de viaje en cualquier lugar de nuestro país y del mundo puede generar consecuencias diferentes en los bolsillos de cada uno, de acuerdo con el estilo de vida que se desee. El confort y el lujo se pagan; sin embargo, lejos del jacuzzi y el televisor en el cuarto, de la ventana para afuera la belleza del paisaje es la misma. Las familias y los viajeros independientes no tan jóvenes también tienen cada vez más ventajas para ingeniarse un viaje bien económico.
El alojamiento es un aspecto para evaluar, pero no el único. Existen hoteles y hosterías de tarifa accesible para todos si bien, de hecho, el mayor gasto del viaje puede surgir durante el día, en la comida y en los extras para disfrutar de un lugar.
Los apart hotel, los hospedajes, las cabañas, los bungalows y los campings, además de los albergues orientados principalmente a los jóvenes, son las variantes para que una familia programe una salida de una forma menos costosa de lo habitual.
Europa está a la vanguardia en la oferta de redes de alojamiento de Albergues de la Juventud, pero paulatinamente en la Argentina surgen opciones de hospedaje de categoría aceptable que consideran la necesidad de muchos viajeros, que no disponen de mucha cantidad de dinero.
Para el éxito de un viaje gasolero se deben también contemplar otros gastos, como el del transporte. Lugares que tienen sus principales atractivos turísticos a mucha distancia implican un costo más alto o una mayor necesidad de días mínimos de estada para poder visitarlos.
Para conocer la Mesopotamia, la costa del río Uruguay es ideal porque combina historia, naturaleza y muchas posibilidades de hacer economía. En el Noroeste, la Quebrada de Humahuaca y los Valles Calchaquíes agrupan arqueología, paisaje, cultura y destinos turísticos muy cercanos entre sí.
El desafío de un viaje gasolero se encuentra más que nada en la planificación. Una regla básica consiste en averiguar las posibilidades de traslados y alojamiento, así como el costo de las excursiones en el lugar. También elegir épocas fuera de la temporada de turismo permite obtener tarifas más bajas, descuentos adicionales por pago en efectivo y llevar a la práctica el regateo con buenos resultados. Hasta se puede acceder a mejor atención y una categoría mayor en materia de servicios.

Tafí con Valles Calchaquíes

Cuando el ómnibus abandona el llano tucumano, la niebla cubre la trepada a la montaña. Los ceibos y lapachos descuelgan lianas y largas ramas floridas. El camino, cerrado y sinuoso como una ruta de los Pirineos, no deja asomar lo que se viene. Antes de que el ómnibus culmine una curva a la izquierda, ya tiene que pensar en girar a la derecha otra vez.
La sinuosidad no tiene pausa. Las nubes se acomodan entre los árboles. Las plantas colgantes y los helechos invaden el borde de la carretera de montaña en la que apenas caben dos vehículos, cuando no menos. Al lado corre un río, entre piedras y cajones estrechos. El verde es brumoso y el sol se asoma sólo con la intensidad de la luna. De un lado, nada más que roca impregnada de verde; del otro, la quebrada del río Los Sosa.
La descripción de la ruta de pronto es errada cuando aparecen los alisos y el límite superior de la nube. El ómnibus la atraviesa y el sol recupera su brillo natural casi a los 2000 metros de altura. A partir de allí, y hasta completar la vuelta desde los Valles Calchaquíes hasta Salta, los valles de altura de la precordillera cautivan con su clima bondadoso, la dulce tonada de los lugareños, la comida regional, la cultura heredada de tiempos prehispánicos y un paisaje tan enérgico como el temperamento de estas tierras.
Las primeras localidades que aparecen en el circuito pertenecen a Tucumán. Son El Mollar y Tafí del Valle, dos pequeñas villas que los provincianos tienen como sitio de veraneo. Este valle fue, antes de la llegada de los españoles, nexo entre los principales asentamientos diaguitas de la región y las tribus nómadas que poblaron el llano. En 1700, la Compañía de Jesús se apropió de la zona y, 67 años después, con su expulsión, comienzan a asentarse los primeros estancieros.

Artesanos gastronómicos

Los tafinistos son especialistas queseros, aunque no es igual el queso de Tafí al quesillo para acompañar con dulce de cayote. El primero se amasa con pimienta negra u orégano, con ají y, a veces, con trocitos de jamón serrano; luego se lo estaciona durante meses en los zarcillos. Para el quesillo preparan la cuajada con la leche hasta que se forma el acedado. Después, la cuajada se corta en láminas y se baña en salmuera bien caliente, amasándola con los dedos y estirándola en forma alargada.
La ruta penetra los valles de altura y serpentea junto al río El Churqui hasta el abra de El Infiernillo, un paso de la ruta a 3000 metros de altura que en el período lluvioso es frecuentado por el alpapullo. Las laderas están cubiertas de pastizales verdosos y amarillentos, las cumbres están distantes porque se arriman a los 5000 metros de altura. El asfalto continúa el descenso hacia los Valles Calchaquíes y el valle de Santa María, en dirección sur. Un desvío más adelante y enseguida la aparición de la ruta 40, ripiada, donde sorprende el último hito tucumano, Colalao del Valle, pueblo de cantores y hacedoras de empanadas a cuchillo.
La corta detención del ómnibus alcanza para escuchar que la verdadera empanada criolla es la que se hace con la carne picada con el cuchillo y un par de requisitos más, como la cebolla de verdeo y la masa con harina y grasa de animal en salmuera.
El paisaje es más extenso. Cerca están las ruinas de Quilmes, y más próximas a Santa María, las de Fuerte Quemado, importantísimos asentamientos diaguitas luego invadidos por los incas peruanos. No tarda en llegar el asfalto. Se cruza Tolombón, cuyas ruinas fueron depredadas como tantas otras del Noroeste.
De los nogales y frutales se pasa rápidamente a la zona de viñedos, custodiada por frondosas hileras de álamos que ayudan a retener la humedad y a cortar la acción del viento seco. Las bodegas de Cafayate, que producen un blanco torrontés de sabor único, son el anticipo de un recorrido mágico por los pintorescas villas y caseríos de los Valles Calchaquíes.
San Carlos, Angastaco, Molinos, Seclantás y Cachi. Ricos en historia y cultura, habitados por arrieros trashumantes, pequeños agricultores del maíz y del ají, artesanos de la cerámica y con un pasado categórico incluso porque fue el lugar transitado por la primera expedición colonial desde el Alto Perú, si bien la Pachamama ya se encargaba desde entonces de resguardar las almas de los nativos.
Andrés Pérez Moreno

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por Redacción OHLALÁ!

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