

Islandia siempre me pareció algo misteriosa. Sabía de su población descendiente de vikingos, de la existencia del fenómeno del vulcanismo con géiseres y surgentes de agua caliente (que puede llegar a los 100ºC) presente en su territorio, del frío que se dice que hace (Islandia, tierra del hielo), del sol de medianoche cuando en verano nunca oscurece...
Quise averiguar más y volé a Reykjavik, la capital, que significa bahía humeante, aprovechando un viaje a Europa.
Islandia es una tierra fascinante, llena de sorpresas, con paisajes inesperados, únicos: los extensos campos de lava volcánica, negros, desérticos y solitarios, son sobrecogedores; las playas negras de piedritas de lava y basalto, con el océano y el cielo azul profundo como horizonte, sorprenden. Las innumerables cataratas, con un caudal de agua que da vértigo, impactan. Las sagas de su historia atrapan y conmueven, y el clima, al menos en verano, es muy amigable por la corriente del Golfo. Hay en el país escasos 300.000 habitantes y un tercio vive en la capital.
Lejos de Reykjavik el paisaje está poblado de silencio y reinan la limpieza y la prolijidad. Los islandeses quieren mucho a su tierra, la cuidan e invitan al turista a respetarla.
Un ejemplo. En una zona volcánica cerca de una catarata había un carrito techado cargado con pequeñas piedras de lava y un cartel escrito en varios idiomas explicaba a los visitantes que esas piedras se podían llevar, pero, al mismo tiempo, sugería no recoger piedras del suelo y no tocar nada del paisaje porque había sido arreglado con mucho cariño y cuidado. Elegí una hermosa piedra, pequeña y ovalada, negra de un lado y con destellos dorados del otro.
Me llamaron la atención especialmente los géiseres, explosiones intermitentes de agua y vapor caliente, aprovechados en la actualidad para sus usos agrícolas e industriales ya que casi no producen polución atmosférica en el ambiente.
Las salidas del vapor están precedidas por un ruido sordo y una especie de burbujeo provenientes del interior de la tierra, y luego aparece el fascinante surtidor de vapor y agua que puede alcanzar hasta los 40 metros antes de desaparecer, tal como apareció, casi por arte de magia.
Mi semana en Islandia fue inolvidable, regalo para los ojos y el espíritu.
¿Descubrimientos para compartir? ¿Un viaje memorable? Esperamos su foto (en 300 dpi) y relato (alrededor de 2000 caracteres con espacios).
Envíe sus compañeros de ruta a la Redacción de Turismo del diario LA NACION, por carta a Bouchard 557, 5º piso (1106), Capital Federal, o vía e-mail a: turismo@lanacion.com.ar
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