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La vieja ruta de los artesanos no cambió

El camino que conecta la capital cordobesa y Carlos Paz con el valle de Traslasierra mantiene intactas sus costumbres




CORDOBA.- Allá abajo, el río Mina Clavero, como un tajo hendido en la montaña, serpentea entre los paredones rocosos de las quebradas. El viento silba con fuerza en esos cañadones salpicados de agua, a los que se conoce como Pampa de Achala.
El líquido brota entre las piedras y se acumula en los recodos, formando lechos limosos de tierra negra, con que los lugareños harán sus cántaros y vasijas, con las mismas técnicas desde tiempos inmemoriales.
De a ratos, el camino de las Altas Cumbres trepa por encima de las nubes, y todo lo que se ve son mantos brumosos suspendidos entre paredes montañosas de las que irrumpen helechos, plumeros, y flores silvestres.
Su trazado conecta a la capital cordobesa y a Villa Carlos Paz con el bucólico valle de Traslasierra.
Son 160 km asfaltados, que atraviesan un imponente escenario natural caracterizado por la gran heterogeneidad de las formaciones geológicas y la variedad, la riqueza y el colorido de los paisajes circundantes.
Pero convendrá apartarse de la moderna ruta en algún punto del recorrido y aventurarse por el viejo camino de tierra que unía las dos regiones, hoy ya casi abandonado.
Si se lo hace yendo desde Córdoba, puede ser a la altura de los parajes Giulio Césare, o de Villa Benegas. Si se decide emprender la travesía en sentido inverso, habrá que salir de Mina Clavero, pasar por el puente del Cura, La Divina Pastora, Villa Benegas y Giulio Césare, para después empalmar con el camino de las Altas Cumbres, que depositará al viajero en el punto de partida.
Un trayecto de unos 70 kilómetros, de tierra y en bastante mal estado, pero en los que el arrojo se verá recompensado con creces ante la sensación de haber retrocedido 500 años en el tiempo.
Por todos lados hay cursos de aguas, en cuyas márgenes los hombres amasan la greda con oficio ancestral. Lo que hoy se conoce como la Ruta de los Artesanos, fue el trazado de la antigua ruta que unía la capital cordobesa con el valle de Traslasierra y que continuaba las huellas de los caminos abiertos por el antiguo Imperio Incaico.
A uno y otro costado, apoyadas sobre las pircas que marcan los límites de ranchos, las artesanías están expuestas, casi olvidadas, a la vera del camino.
Porque ni un alma asoma en ese raro paisaje. Habrá que acercarse, golpear las manos y esperar. Es que el tiempo, aquí, no se cuenta con las agujas del reloj. Son pocas las familias que se quedaron para cumplir con el mandato de vivir en comunión con la tierra. Los apellidos criollos se repiten. Están emparentados entre sí, en relaciones de consanguinidad, desde hace muchas generaciones.
Conocen, como nadie, los secretos de la arcilla y confiesan sus ilusiones en forma de macetones y cacharros.
Trabajan con una técnica similar a la usaban en el siglo XVI los aborígenes, que fabricaban estatuillas antropomorfas, cántaros y vasijas de formas redondeadas. Modelaban las piezas de mayor tamaño sobre canastos que servían de horma. Pegaban trozos de barro amasado sobre las paredes exteriores de las cestas, que desaparecían durante la cocción. Antes, las alisaban con marlos. Nada cambió.

Para ver y comprar

Llegar a lo de don Atilio López, por ejemplo, puede convertirse en un viaje hacia el pasado, donde la vida, la cultura y el paisaje parecen detenidos en el tiempo.
Si se sale desde Mina Clavero, hay que tomar la ruta 14, de tierra, y andar unos 10 km hasta arribar al puente del Cura (es a la altura del km 125). Allí se dobla a la derecha y se continúa por una huella flanqueada por profundas hondonadas de granito rosa: el rancho de adobe se verá en el medio de un valle fértil cruzado por un arroyo.
El esfuerzo vale la pena, porque ver trabajar a Atilio López y a sus hijos es penetrar en el oficio desde el fondo de la historia. Todo lo demás -la posibilidad de elegir y comprar una infinita variedad de piezas de la más auténtica cerámica negra- se dará, como en el mandato bíblico: por añadidura.
Pero desde Mina Clavero se puede emprender otro recorrido, de unos 40 km, que también llevará tras las huellas de estos auténticos alfareros.
Cruzando el puente sobre el río Panaholma, se ingresa en la Comuna de San Lorenzo. A partir de allí, y después de andar unos 8 km, se llega a la cascada de Toro Muerto. Se trata de una hoya natural de siete metros de profundidad, que se fue formando por la fuerza torrencial de una cascada de agua de más de 10 metros.
El sitio hace las delicias de los clavadistas y de los buscadores de tesoros, porque en las inmediaciones hay cuevas pictóricas del tiempo de los comechingones. A lo largo del camino también es posible comprar cerámicas de la zona, y ponchos y mantas tejidos en el telar. Del lado de Traslasierra, las Sierras Grandes reducen su perfil imponente, y desembocan en la ruta provincial Nº 14, columna vertebral de un circuito turístico salpicado de comarcas, donde también son perceptibles los vestigios de una cultura aborigen.
Si se dobla hacia el Norte, se llegará a las pintorescas, Mina Clavero y Cura Brochero, enclaves turísticos con buena infraestructura hotelera, y balnearios que se levantan entre desfiladeros de paredes rocosas o a la vera de mansos arroyos y ríos serranos.
Hacia el Sur, una tras otra, se sucederán -en algo menos de 40 km y a los pies del cerro Champaquí (2790 m)- las localidades de Nono, Las Rabonas, Los Hornillos, Los Pozos, Las Rosas, Las Tapias, San Javier y Yacanto.
El recorrido conjuga un entorno natural privilegiado, con la posibilidad de hacer turismo de aventura y de reanudar el shopping artesanal, esta vez de los más originales objetos en algarrobo, piedra sapo, palmera, mimbre, caña, así como hilados y tejidos en lana.

El dique La Viña

A la altura de Los Pozos se abre una ruta que conduce al dique La Viña. A lo largo de todo el camino se levantan, con sus típicos techos de paja, los puestos de venta de productos regionales.
Hay pasas de uva y frutas secándose al sol. Hay frascos de dulces, así como especias y yuyos serranos. Hay hongos de coco y de pino, y flores secas de increíbles formas y tamaños. Se venden muñecas, sombreros, canastos y bateas, fuentes y cucharones tallados en algarrobo colorado o blanco. El dique La Viña, de 1050 hectáreas sobre el río Los Sauces, es un lugar especial. Su paredón de 107 metros -el más alto de la Argentina- permite el embalse de una gran masa de agua, ideal para la pesca del pejerrey.
Desde Nono se pueden organizar distintos itinerarios. El lugar es un antiguo asentamiento aborigen que toma su nombre de dos cerros cercanos con forma cónica, por lo que Nono sería la voz indígena de pechos de mujer .
Uno de los atractivos turísticos es el Museo Rocsen -privado-, tanto por su colección de piezas de arqueología, de botánica y de ornitología como por los objetos extraños y exóticos que allí se exponen. Está abierto todos los días del año en un amplio horario. Paso de las Tropas es un balneario natural de gran belleza sobre el río Chico de Nono, rodeado de playas. El paraje recuerda el ingreso del general Paz por el lugar en 1830, para sofocar focos de insurrección de las montoneras federales.
La vegetación es abundante y la topografía, ideal para encarar desafíos, a pie o a caballo. Y los golfistas tienen su paraíso a pocos kilómetros: Yacanto.
La cancha, de 9 hoyos, está emplazada entre la sierra de los Comechingones y el valle de Conlara, con especies autóctonas, como talas y algarrobos, que le dan un sello particular. Es de un recorrido difícil y exigente, porque se camina contra la montaña.
El hotel -un legado de los ingleses que construyeron el ferrocarril al Pacífico- data de 1922. Todas las habitaciones tienen chimenea, y la galería da a un jardín de eucaliptos y pinos.
Yacanto es la escala ideal para recobrar energías antes de emprender el regreso o, mejor aún, desandar el camino de las Altas Cumbres y recorrer otro circuito -entre Villa Giardino y La Cumbre- donde las artesanías son una forma de vida para quienes decidieron acercarse definitivamente a la naturaleza.

De Villa Giardino a La Cumbre

En el Valle de Punilla, entre Villa Giardino y La Cumbre, hay otro camino de artesanos que vale la pena conocer. Sus protagonistas no están junto a la tierra desde hace varios siglos ni buscan el barro en el fondo de los ríos ni aplican técnicas ancestrales, como los alfareros de Traslasierra. Son, más bien, la síntesis visible de una nueva raza de gente que se cansó de vivir entre los apurones, el stress y el smog de las grandes ciudades, y dejó todo para empezar de una manera diferente.
El lugar elegido no podría ser más estimulante. Situado a 1100 de altura, sobre el valle del Pungo, este tramo de 13 km de tierra rodeado de sierras y cruzado por arroyos, está sembrado de artesanos que viven de lo que produce la tierra y elaboran con sus manos.
La forma de cultivo es orgánica y las conservas, quesos, dulces y licores naturales que elaboran no tienen aditivos ni conservantes. Algunos son maestros en el tallado de la madera; otros se dedican a los trabajos en cobre, alpaca, cuero, hilo, lana o cerámica.
Por eso, aunque la manera más rápida de unir Villa Giardino con La Cumbre es a través de la asfaltada ruta 38, vale la pena tomar este camino de tierra paralelo y meterse por senderitos angostos, bajar escaleras de piedra, trepar cuestas escondidas y no perderse ni una escala del itinerario, donde no sólo se podrán apreciar y comprar artesanías, sino también conocer historias de vida diferentes. Al terminar el recorrido, la sensación será de que valió la pena dejar los partidos de golf en La Cumbre, o las tardes de aladeltismo en los vertiginosos precipicios de Cuchi Corral, o cualquiera de las mil opciones que ofrece el Valle de Punilla a cambio de recorrer el umbrío sendero, en a armonía con la naturaleza.
Si se empieza en Villa Giardino, lo primero que se encontrará es La Lechuza, taller especializado en objetos de madera y muebles de campo.
El Manzano, en cambio, vende ropa ecológica, hecha con géneros teñidos con fibras naturales y botones de cerámica, de hueso y de madera. La Casa de Nora y Rafael organiza comidas campestres para grupos y vende licores, vinagres, encurtidos, hongos y chutneys caseros.
Vivero La Punilla vende ramos silvestres, hierbas y plantines cultivados con abonos orgánicos. Los domingos hacen pan casero.
El Mercadito La Punilla está a 5 km de Giardino y a 8 de la Cumbre. Reúne a vecinos de la zona que venden lo que producen: artesanías en cuero, alpaca, cobre y asta, y alimentos caseros. En una rueca hilan a mano lana de oveja. Abren a las 17.
La Esquina: hace trabajos en telar, en hilo y lana. Vende accesorios personales y objetos de decoración en metal y alpaca. Está abierto todos los días.
Guayrapá: ubicado a 4 km de la Cumbre. Hacen trabajos en plata con piedras semipreciosas.
Los Jardines de Yaya: granja biológica con más de 2000 árboles frutales. Los productos no tienen agroquímicos ni fertilizantes.
San Francisco del Pungo: casa de té y concert, a 2 km de La Cumbre. En temporada suelen actuar J. C. Baglietto, Julia Zenko, Donald, Silvina Garré y Fito Páez. Los Duendes del Pungo: punto de encuentro a la hora del té, y por las noches. Aquí empieza, o termina -según como se lo recorra-, este Camino de los Artesanos. Aquí no sólo se compran artesanías, quesos y salames, o licores de cítricos, sino que, con un poco de suerte, el visitante podrá disfrutar de un concierto de música de cámara, o la actuación de mariachis.
Carmen María Ramos

Opciones para descansar

Tanto en La Cumbre como en Villa Giardino hay buenas opciones para alojarse. En el primer caso, son hoteles de 3 estrellas con desayuno desde 40 pesos por persona, y cabañas y bungalows, con desayuno, a partir de 80, base doble.
La Secretaría de Turismo de la Municipalidad de La Cumbre (0548- 51154), también puede orientar sobre inmobiliarias, ya que la ciudad dispone de una variada oferta de casas en alquiler.
En Villa Giardino, algunas de las posibilidades son el apart Hotel Victoria (0548-91082), la Colonia Luz y Fuerza (0548-91077; 910489) o el Park Hotel Alto San Pedro (tel.0548-91010), con 35 habitaciones enclavadas en 23 hectáreas de bosque de pinares, cedros, castañas y alcornoques, con cancha de tenis de polvo de ladrillo, putting green y la opción de hacer paseos en Land Rover y 4x4 a las cuevas de Ongamira, a la cascada de Olaen o a Cuchi Corral.
Tarifa por día y por persona, con pensión completa, 90 pesos; con desayuno americano, 55.
En el mismo Camino de los Artesanos se levanta un nuevo complejo: Villa Naturaleza (0548-91670;91671). Son cabañas totalmente equipadas, con servicios centrales, cancha de tenis y campo de golf en construcción, pileta y caballos, dentro de un entorno serrano de 70 hectáreas.
Cómo llegar: desde Córdoba capital, por la ruta 20 (Autopista Villa Carlos Paz) o por la E-55 (camino de La Calera y ruta 38). Villa Giardino queda a 85 km del aeropuerto de Pajas Blancas, y La Cumbre, a 98.

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por Redacción OHLALÁ!


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