Cuentan quienes conocieron Punta del Este en los años setenta que en la puerta del viejo casino Nogaró, en el inicio de la calle Gorlero, pululaba un personaje bastante particular, apodado Pantano. La actividad principal de ese hombre era esperar a los jugadores que, pasada la medianoche, salían eyectados de la sala de juegos, desesperados por un billete más para seguir prendidos a la ruleta. Pantano se les acercaba rápido, como una serpiente cascabel, y se ofrecía a prestarles plata con tasas de interés que hubieran hecho parecer al mismísimo FMI una casa de beneficencia. Todos, tarde o temprano, caían en sus manos.
Hoy, 40 años después, ese vetusto casino estatal fue remodelado por completo con una inversión de 18 millones de dólares, que estuvo a cargo de la empresa propietaria del Hotel Mantra. Con más lujo que nunca, el recinto pasó a llamarse Nogaró by Mantra y desde hace unos días es un símbolo de la nueva Punta del Este. El otro, el viejo Nogaró, aquel de las alfombras amarillas por el whisky derramado, quedó en el olvido hace rato y parece que no se extraña para nada.
La nueva Punta del Este -guste o no- es la del boom inmobiliario. Pese a la crisis internacional, o gracias a ella, el balneario nunca dejó de ser refugio de las inversiones más despampanantes. Sin evidente planificación estatal, se edificaron en los últimos tres años toda clase de emprendimientos, desde torres gigantescas hasta faraónicos complejos frente al mar: Acquarela, Le Park, Torrelobos, Areia, Imperiale, Veramansa, Quay, Brava 28, Marenos y One, el proyecto más reciente de Atijas Weiss. Los nombres no terminan. En paralelo, los arquitectos más prestigiosos del mundo dejaron su sello: lo hizo Philippe Starck con los diez departamentos que componen Yoo; o Rafael Viñoly, con Acqua, en la parada 20 de La Brava.
Otro fenómeno imparable fue el de las chacras de mar, que poblaron José Ignacio, La Barra, Manantiales y Laguna del Sauce, en formato de exclusivas villas para millonarios, en las que invirtieron famosos de todo el mundo, como el productor estadounidense Simon Füller o la familia del actor británico Michael Caine. Una chacra de mar, para tener una idea, puede costar unos 7 millones de dólares.
Poco está quedando de aquella vieja Punta del Este, que tenía más eucaliptos que ladrillos, vidrios y casas hiperdiseñadas. En la Roosevelt, donde ahora están las torres de Le Parc y Torrelobos, se desplegaba antes un hermoso bosque de árboles altísimos, que algunos llamaban el bosque del ruso porque en la década del 90 el capitán de un barco de ese origen se había ahorcado de la rama más alta. Hoy, la zona es un obrador y, por momentos, casi un basural.
Tampoco sobrevivieron demasiados árboles en Rincón del Indio, donde el bandoneonista Astor Piazzolla pasaba sus veranos. Allí, en un chalet llamado El Casco, este genio se encerraba con su mujer para descansar, comer asados, recibir amigos y componer. Sólo había bosque y, a la noche, se oía el balanceo de los árboles y el llamado del mar, filtrándose entre las hojas.
En los últimos tres años, la inversión inmobiliaria deforestó zonas enteras de Rincón del Indio, La Brava, La Mansa y a lo largo de Roosevelt. A toda hora se ven máquinas removiendo tierra, echando más cemento, y en algunos lugares los nuevos edificios conviven a duras penas con chalets congelados en el tiempo, como aquel que refugiaba a Piazzolla.
Cuenta el dueño de una de las inmobiliarias más renombradas de Punta que los sucesivos intendentes de Maldonado se encargaron de otorgar habilitaciones en terrenos sin ningún tipo de regulación edilicia. El dato mete miedo: sólo en 2009 se construyeron 600.000 metros cuadrados en el departamento de Maldonado, principalmente en Punta del Este.
Mientras tanto, muchos íconos de la ciudad fueron oficialmente olvidados. Como el hotel San Rafael, un precioso edificio de estilo Tudor que hasta la llegada del Conrad era el centro de la noche de Punta del Este. El mes pasado, en un estado de abandono considerable y añorando la gloria perdida, fue sede de la convención anual de motoqueros Harley-Davidson. Resultó divertido, pero un poco decadente ver el viejo San Rafael convertido en escenario de un video ochentoso de heavy metal, a puro cuero y tachas motorizadas, bien a lo Motley Crue.
Claramente, este hotel, como el antiguo casino Nogaró, forma parte de un pasado que pocos añoran. El otro día, un mozo entrado en años de un bar de Gorlero me contó que Pantano había muerto hacía unos meses. Me lo dijo con una expresión un poco pícara, como un secreto, pero me pareció que en el fondo buscaba un cómplice para recordar el otro Punta del Este. Ese que ya no existe. Ese que también, alguna vez, fue un pueblito de pescadores.
Publicado por José Totah / 7 de febrero / 3.15 AM