Más de una vez, de vacaciones en una playa paradisíaca o en un pequeño pueblito de montaña, seguramente uno fantaseó con dejar todo e instalarse allí, poner un bar o dedicarse a hacer artesanías... para quedarse a vivir o al menos pasar unas temporadas en ese lugar tan especial.
Uno de esos sitios donde seguramente más de una vez se habrá oído Vengo a vivir acá es el pueblito de Ajijic, rodeado de montañas, a orillas del lago de Chapala en el estado de Jalisco, a 55 kilómetros de la ciudad mexicana de Guadalajara.
Este es el rincón del mundo elegido especialmente por norteamericanos y canadienses que huyen del crudo invierno de sus ciudades. La mayoría retirados, con una jubilación que les alcanza para vivir como un rey en México. También artistas, pintores y escultores que venden sus obras a los turistas que se acercan al pueblo. La comunidad de norteamericanos y canadienses asciende a 5000.
Estuve en Ajijic hace unos meses y me sorprendió que en las calles y los comercios se hable más inglés que español. Los carteles en los negocios están en inglés, venden marcas y productos importados, para que no extrañen ni la crema enjuague de su país, y hay varias inmobiliarias que ofrecen casas y lotes a precios astronómicos. En la plaza central, unas cuantas mujeres con pañuelo en la cabeza aseguran que leen el futuro..., pero en inglés.
¿Por qué Ajijic? Simplemente porque dicen que tiene uno de los mejores climas del mundo, con inviernos templados y, por supuesto, lo más importante, porque se puso de moda. De alguna manera es una alternativa a San Miguel de Allende, que desde hace años es la nueva casa de aproximadamente 10.000 extranjeros.
A simple vista, el pueblo es como los otros que rodean el impresionante lago de Chapala, el más grande de México.
Una plaza central y una antigua iglesia, que data de 1562, dominan la escena. Las calles son tan angostas que los ómnibus con turistas deben estacionar en la entrada al pueblo, pero las impresionantes construcciones de los extranjeros y el valor de los lotes distan bastante de otros lugares.
No hay demasiado para hacer, más que comprar mantas y vestidos tejidos a mano y recorrer el Malecón, la costanera recientemente renovada. Unas coloridas esculturas adornan la explanada, lugar de encuentro obligado para hacer una caminata.
Ideal para una vida relajada y sin sobresaltos... ¿quién pudiera? aunque Ajijic, en principio, no es lo mío. Siempre que tuve la fantasía de quedarme en otro lado fue en destinos de playa, con aguas cálidas y tranquilas, arena blanca y palmeras altas. Recuerdo especialmente la playa de Ponta das Canas, en Florianópolis, un aldea de pescadores lo suficientemente alejada de Canasvieiras donde pasé una de las mejores vacaciones de mi vida. Nunca volví, pero la idea sigue bastante presente, ¡aunque más no sea para otro veraneo!