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Las aguas bajan calientes

Géiseres, huellas en la montaña, truchas dignas de las mayores fantasías de un pescador. La región de Andacollo, a la sombra del volcán Domuyo, es un paraíso natural por descubrir




ANDACOLLO.- El noroeste de Neuquén es una región a la vez salvaje y llena de contrastes, donde los bosques se alternan con mesetas áridas y las praderas de altura, con montes espinosos. Pero cada rincón esconde sorpresas que sólo hay que animarse a descubrir transitando sus caminos de ripio y las huellas en medio de las montañas.
Además es una de las últimas regiones del mundo donde se practica la trashumancia de los rebaños: los pastores llevan a sus animales a las pasturas de la cordillera del Viento o los Andes, en verano, y regresan a sus hogares y campos en los valles en invierno, cubriendo a veces distancias enormes en largas semanas de viaje.
Andacollo es la pequeña capital de este rincón neuquino, que limita con Chile en su extremo noroeste. La ciudad se está abriendo de a poco al turismo, como despabilándose sorprendida por sus propias riquezas. En realidad tiene un poco de todo: pesca con mosca, trekking, monumentos naturales, yacimientos arqueológicos. La naturaleza y la historia fueron generosas con Andacollo y su región. ¿Será por eso que hasta viajan de otros planetas para conocerla? O al menos eso dicen algunos lugareños, que creen ver platillos voladores por la noche desde el vecino Mirador de la Puntilla, un alto en la ruta hacia los vecinos pueblos de Las Ovejas y Varvarco, y hasta se habla de fotos y encuentros cercanos del tercer tipo.

Las pintadas pehuenches

Esas historias alimentan el folklore local tanto como los cuentos de pistoleros y cuatreros que obran en la frontera con Chile y pasan el ganado robado de contrabando por las montañas. Sus anécdotas y los largos viajes de los piñeros (los rebaños de cabras se llaman piños, de ahí el nombre que se da localmente a los trashumantes) fomentan las charlas en las mesas del pueblo, al mismo tiempo que se debate sobre los avances que trae el desarrollo turístico: nuevas cabañas, proyectos de asfalto en las calles o el loteo de un barrio turístico donde se concentrarán hoteles, restaurantes y cabañas.
Andacallo es el punto de partida para un recorrido por la región. Pero Varvarco, un pueblito de apenas mil habitantes, distante unos 90 kilómetros, es la puerta de entrada a este valle que sube hasta los pies del volcán Domuyo, la mayor cumbre de la Patagonia (4709 metros).
Varvarco está formado por apenas unas manzanas que se estiran a ambos lados de una calle principal que tomó aires de bulevar con canteros de rosas en el centro. La casa del municipio, escondida detrás de un cerezo cubierto de frutos, permite conseguir un mapa de la región con los caminos de ripio a explorar en los alrededores.
La primera visita es a un lugar poco conocido fuera de la zona, el yacimiento de Colo Michi Co, considerado sin embargo por los arqueólogos como el mayor conjunto pictórico-arqueológico del país.
Está compuesto por unas 600 rocas pintadas y grabadas, testimonios de un grupo pehuenche que habitó la región en tiempos lejanos. El sitio está en proceso de estudio y se accede luego de una caminata de dos horas acompañada por un guía, mientras las autoridades de Varvarco y Andacollo esperan que el sitio cuente con protección o vigilancia para explotarlo turísticamente y salvarlo de las otras pintadas, las que dejan los turistas poco comprometidos con la preservación de los sitios naturales e históricos.
La siguiente etapa del recorrido, esta vez pasando Varvarco para subir a las montañas, es Los Bolillos, como se conoce al conjunto de rocas que aparece de repente al final de una huella, en una planicie que domina en altura el valle del río Varvarco. Allí el viento moldeó el paisaje a lo largo de tiempos geológicos, dejando al descubierto torrejones, agujas, conos y otras formas de rocas de colores que van desde el blanco hasta el rojizo.
El conjunto más grande y fotogénico se conoce como Los Monjes, por su lejana semejanza con las siluetas de monjes encapuchados en procesión. Como en muchas otras partes de la Argentina, la imaginación y la picardía bautizaron las rocas y formaciones geológicas. Entretanto abajo, en el valle, se ven una granja y el río que serpentea entre cipreses, formando una banda verde a ambos lados de su curso, en medio de los amarillos que dominan este árido paisaje.

A punto de ebullición

El camino sigue luego para llegar al Cajón de Atreuco, un lugar de apariencia idílica donde, desde un puente sobre el arroyo Atreuco, se puede ver cómo el curso de agua se desliza por una hendidura entre dos paredones de roca, como si la montaña hubiese sido tallada por un hacha gigantesca. Al pie de la roca, al borde del agua, hay una granja donde una familia de pastores refugia sus cabras.
La etapa siguiente es uno de los puntos más altos del recorrido, y la que más está a las alturas de las promesas de la región. Los Tachos están a 2250 metros, ya casi al pie del macizo del Domuyo: allí no hay ni granja, ni casa, ni siquiera una casita de veranada para pastores. En Los Tachos hay apenas una suerte de estacionamiento natural donde se deja el vehículo para emprender una caminata de unos 15 minutos junto al flanco de montaña, por encima del arroyo Covunco.
De repente, contorneando un pliegue del relieve aparece una columna de vapor que brota del suelo, casi desde el lecho mismo del arroyo. Son géiseres escondidos en la inmensidad del paisaje, como secretos que se revelan sólo a los que sepan apreciarlos. El más grande lanza chorros de vapor y agua casi a punto de ebullición a unos cuatro metros. Su hermano menor arroja otro tanto a unos dos metros. Muy cerca hay una especie de fuente de aguas hirvientes que brotan a borbotones entre las rocas. Más raro aún, otra fuente sale de entre las piedras entre dos brazos del arroyo: este fascinante juego de frío y calor, de humo y agua, es la apoteosis del viaje. Aunque, por si faltaba algo, las extrañas algas que viven en estas aguas calientes forman islas de colores amarillo y verde muy intensos, en medio de los grises de las rocas.
Es difícil desprenderse de los géiseres para regresar, pero la expectativa de nuevos lugares por descubrir es un buen impulso. Siempre hacia el fondo del valle, se pasa por el paraje Villa Aguas Calientes, un terreno de camping que se beneficia de un spa totalmente natural. Allí las aguas bajan calientes desde la montaña: un arroyo trae agua a más de 70°C, muy sulfurosa, en medio de algas de colores estridentes; mientras tanto una cascada suma agua a unos 30°C en chorros que forman como un hidromasaje natural para quien se coloca debajo. Las dos corrientes se unen luego en una pileta natural desde donde se puede disfrutar la espléndida vista sobre las montañas de la comarca.
Un poco más lejos hay otros géiseres en Las Olletas, y el viaje termina en la capilla de Ahilinco, perdida en la montaña. Allí los piñeros, una vez por año, organizan una peregrinación y se reúnen para un festejo. Como siempre, la maciza presencia del Domuyo, con su corona blanca, domina el paisaje. Queda por visitar su área natural protegida para realizar trekking y -por qué no- animarse a subir hasta la cumbre. Pero es para otra excursión, lo mismo que la visita a la bellísima laguna Epulauquen.
Por Pierre Dumas
LA NACION

Datos útiles

Cómo llegar

  • LAN vuela Buenos Aires-Neuquén con hasta dos frecuencias diarias. Tarifas en económica desde $775 (final). www.lan.com desde Neuquén capital tomar la RN 22, que pasa por Plaza Huincul y Zapala, donde se empalma con la RN 40 hacia el norte para ir hasta Chos Malal. Allí se toma la RP 43 hasta Andacollo. Una parte de este último tramo no está asfaltado. Desde Andacollo hasta Varvarco se sigue por la RP 43, sólo de ripio. Entre Neuquén y Andacollo hay 460 kilómetros.

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por Redacción OHLALÁ!

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