
Las colinas y los montes de Harz se extienden por la Baja Sajonia mostrando un paisaje cordillerano cubierto por una exuberante vegetación. En medio de ese verdor esplendoroso está la ciudad medieval de Goslar, que hace más de mil años fue una zona minera tan importante que le valió el título de Ciudad Imperial de la Liga Hanseática.
Ahora, las minas están agotadas, pero este poblado encantador fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sus construcciones del Medievo se conservan intactas, lo que le confiere la apariencia de lugar encantado, como de cuentos.
Cuando la visitamos nos alojamos en un hotel del siglo XV frente a la Plaza del Mercado, donde un reloj con sus muñecos que emergen y desaparecen por tres puertitas (a determinadas horas) dan mayor relevancia a la música deliciosa de su tintineante carillón.
Nos llamó la atención la cantidad de brujas que pendían de las ventanas de muchas casas, y las que se ofrecían a la venta en las vidrieras de los negocios. Es que según la tradición, la gente del área de los montes de Harz tenían sus propios dioses antes de ser cristianizados (allá entre la quinta y octava centuria), como Wodan y Walpurga. Y entre sus ritos y celebraciones estaba la despedida del invierno y bienvenida a la primavera. Se suponía que en las cumbres de las montañas estaban más cerca de los dioses y allí celebraban en secreto. También se rumoreaba que las brujas se encontraban en el Brocken, la más alta cumbre de los Harz, adonde acudían sobre escobas o caballos voladores, cocinaban sus secretas pociones balsámicas y danzaban y flirteaban con los demonios. Todo en medio de la niebla a través de la cual se veían extrañas visiones de animales salvajes que emitían extraños sonidos. Cuentan que el poeta Goethe visitó la zona en el invierno de 1777 e incorporó todas esas figuras y sonidos en su Fausto: rumores de fantasmas y espíritus congregados en los Harz.
Hoy se despide al crudo invierno a fines de abril, con fuegos que arden para espantar el frío. Además cuelgan e intercambian brujas como regalo y la Walpurgis night se puebla de tragos, baile y diversión en medio de ese exótico medieval decorado.
Martha Genolet
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