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Las casas de Neruda son pura poesía

Cada residencia recrea un mundo de objetos exóticos y es una prolongación del arte del escritor chileno, premio Nobel en 1971




ISLA NEGRA.- Dijo Neruda de su casa favorita, la de Isla Negra: "En mi casa he tenido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. He edificado mi casa también como un juguete y juego en ella de la mañana a la noche".
" La casa... no sé cuando me nació. Era media tarde, llegamos a caballo por aquellas soledades... don Eladio iba adelante, vadeando el estero de Córdoba que se había crecido... Por primera vez sentí como una punzada, este olor a invierno marino, mezcla de boldo y arena salada, algas y cardos... Aquí, dijo don Eladio Sobrino (navegante), y allí nos quedamos. Luego la casa fue creciendo, como la gente, como los árboles..."
A 120 kilómetros de Santiago y a 70 de Viña del Mar, la residencia de Isla Negra fue construida como un juego, por partes y sin un plan preestablecido. Casa de añoranzas y huellas viajeras, la residencia se despliega sobre la costa como una lagartija. Está compuesta por dos alas unidas entre sí por una arcada de piedra. En el lado norte está la casa habitación, el dormitorio, el comedor, la famosa sala de los mascarones y el bar con los nombres de sus amigos muertos grabados en las vigas de madera del techo. En el lado Sur se encuentran el estudio y muchas de las colecciones del poeta.
Como una prolongación de su poesía, las casas de Neruda invitan a adentrarse en un mundo de objetos exóticos, de barquitos en botellas, colmillos de elefantes con escrituras antiguas o un inmenso globo terráqueo con antiguas fronteras. Sobre la mesa hay una brújula china, un sistema planetario, silbatos marineros, caracoles, libros sobre pájaros y plantas, un catalejo, un caballo de madera con tres colas, narraciones de viajes y las poesías del conde de Villamediana.
Al finalizar el recorrido puede visitarse la tumba del escritor, que junto a su mujer, Matilde Urrutia, descansan a orillas del Pacífico.

La Sebastiana

Cuando el poeta Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura en 1971, decidió buscar una casa en Valparaíso, le escribió a su amiga, la escritora Sara Vial: "Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Alada pero firme. Ni muy grande ni muy chica, lejos de todo pero cerca de la movilización, independiente, pero con comercio cerca. Además, tiene que ser muy barata. ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?" Con banderitas chilenas y empanadas, el 18 de septiembre de 1961 Neruda inauguró su casa La Sebastiana, la única que reunía todas esas condiciones en el cerro Florida de la ciudad puerto.
La apodó La Sebastiana en honor de Sebastián Collado, el constructor español que, después de trabajar durante varios años, murió sin verla terminada. Para muchos absurda, peligrosa y poco funcional, la casa permaneció deshabitada largos años. El último piso estaba destinado a pajarera y la terraza a un helipuerto "o posibles astronavegaciones", según agregó el poeta.
A los pies del cerro San Cristóbal, en Santiago, la casa Chascona parece una vivienda de hadas, un jardín encantado sobre la ciudad. Según relata en sus memorias, el poeta buscó en ella recuperar el entorno de su infancia, su tierra natal en el sur de Chile.
Cuando comenzó a construirla en 1953, era un edificio sencillo junto a una cascada. El dormitorio, en la parte alta, tenía un ventanal sobre el cerro desde donde el agua se precipita y forma un arroyuelo que corre bajo la casa.
"No ha sido fácil levantar estas casas, no sólo por los caprichos del poeta, sino porque a veces hubo que interrumpir las obras a la espera del dinero para pagarlas -recordó Germán Rodríguez Arias, arquitecto español refugiado en Chile que construyó La Chascona e Isla Negra. Es que Neruda financiaba sus casas con las ganancias exclusivas de sus poemas.
La trilogía compuesta por Isla Negra, La Sebastiana y La Chascona fue heredada por la Fundación Pablo Neruda, y actualmente pueden visitarse como casa museo. El horario de visita es de martes a domingos, de 10.30 a 14.30, y de 15.30 a 18. La entrada cuesta alrededor de 2,50 dólares.

Playa por playa

Reñaca: seis kilómetros al norte de Viña.
Dónde alojarse: una habitación doble en hoteles tres estrellas cuesta entre 50 y 70 dólares. El alquiler de departamentos para la temporada costará cerca de 600 dólares la quincena. También se alquilan cabañas para cuatro y cinco personas desde 45 dólares diarios.
Comer y beber: un menú con entrada de mariscos, principal y postre sobre los restaurantes de la playa Cochoa cuestan 12 dólares (incluye bebidas).
Discotecas: el precio de las entradas varía entre 6 y 12 dólares.
Concón: 17 kilómetros al norte de Viña del Mar.
Dónde alojarse: una habitación doble en el Playa Resort cuesta 119 dólares.
Cachagua: a 65 kilómetros al norte de Viña del Mar.
Cabalgatas: el alquiler de caballos cuesta 2 dólares la media hora.
Zapallar: 70 kilómetros al norte de Viña Donde alojarse el único y exclusivo hotel de este balneario es Isla Seca. La habitación doble cuesta 160 dólares, incluye desayuno y derecho a la piscina.
Comer y beber: el precio de un almuerzo completo en un restaurante especializado en pescados y mariscos oscila entre los 17 y 25 dólares.
Buceo: el bautismo de buceo cuesta 35 dólares, y el alquiler de un equipo completo cuesta 45 dólares.
Papudo: 82 kilómetros al norte de Viña.
Deportes náuticos: el alquiler de las motos de agua y jet-ski cuesta 10 dólares la media hora.
Gastronomía: en la zona de playa, los productos marinos son abundantes y muy variados. Se traen directamente del mar y se sirven en elegantes restaurantes.
La paila marina, una sopa hecha con una selección de frutos de mar, es uno de los platos más pedidos. Cuesta 12 dólares.
Actividades: se hacen paseos en botes pesqueros. Son tramos cortos y durante el trayecto, los pescadores cuentan sus aventuras en alta mar. Cuesta 35 dólares.
Alejandro Rapetti

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por Redacción OHLALÁ!

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