LE HAVRE.- Hace 40 o 50 años, a nadie se le hubiera ocurrido ir de paseo o hacer turismo en Le Havre. O quizá sólo para ver llegar y zarpar los grandes transatlánticos que vivían los últimos años de la edad de oro de los viajes en barco a través del Atlántico Norte, entre Normandía y Nueva York. ¿Por qué razón entonces hoy la ciudad recibe visitantes de todo el mundo? ¿Y por qué se ven estudiantes de Bellas Artes y Arquitectura sentados en las veredas o en los bares, dibujando los edificios grises y rectilíneos del centro local?
Para encontrar la respuesta a estas preguntas hay que remontarse a 1944, y más precisamente al 12 de septiembre de ese año, cuando la ciudad fue liberada por las fuerzas aliadas, un par de semanas después que París. Los soldados liberaron, en realidad, un gigantesco escombro: la mitad de las casas y de los edificios de Le Havre había sido barrida por los bombardeos, y más de 80.000 personas se había quedado sin techo.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, el puerto, en el estuario del Sena, no muy lejos de París y cerca de las costas inglesas, era uno de los más importantes de Francia y de la Mancha. El mismo nombre de Le Havre es una antigua forma de la palabra puerto. Tal vez no haga falta explicar entonces por qué su reconstrucción fue para los franceses una prioridad nacional.
A partir de 1945, la ciudad, con su centro, sus instalaciones portuarias, su costanera y sus edificios públicos, fue reconstruida bajo la conducción de un solo arquitecto, Auguste Perret, que realizó el sueño de muchos de sus colegas: construir su ciudad ideal a medida y con los medios a su disposición.
Un mundo de hormigón
El resultado es que Le Havre es hoy una de las ciudades más uniformes del mundo. Un mismo estilo, un mismo color y una misma estética. Curiosamente, se la puede mirar con distintos ojos: es a la vez la ciudad futurista, tal como se la concebía a principios del siglo XX, la urbe uniforme y gris de los mundos soviéticos o la rectilínea protagonista de las historietas. Sin duda Perret y sus discípulos quisieron construir un mundo nuevo, basado en múltiplos de 6,24 metros: esta dimensión es el número mágico o la cifra áurea de Le Havre, base para toda la reconstrucción. Se trata en realidad del largo máximo de las vigas de hormigón que se podían usar en aquel momento.
El resto del diseño fue condicionado por la densidad de población requerida en cada edificio, la exposición al sol de los departamentos, la aireación con espacios verdes. Otro imperativo, para reconstruir de manera eficiente, barata y rápida, fue la reutilización de las estructuras de madera para los encofrados de hormigón. Como si la hubiera dibujado sobre una página en blanco, sin vestigio alguno de la anterior Le Havre, Perret fijó la altura en 3,50 metros y logró una uniformidad que va desde las veredas hasta los árboles de los bulevares, todos plantados en la misma época.
El hormigón, que fue el elemento esencial en las obras, ya había sido trabajado por el estudio de los Hermanos Perret en París. Hasta la iglesia Saint Joseph está construida enteramente en este material. Es imposible que pase inadvertida, ya que su campanario forma como un faro en medio de los techos y las alturas uniformes de los edificios del centro: con 106 metros, es la construcción más alta, por encima de los 72 metros de la torre del Hotel de Ville.
Es aquí, en la sede del municipio, donde se concentran numerosos edificios públicos, pero además se puede subir y visitar un mirador que ofrece una vista sobre todo el centro. El panorama refleja lo que fue la mayor obra de reconstrucción en Francia una vez pasada la Segunda Guerra Mundial; un trabajo que duró de 1946 a 1956, pero que Perret no pudo ver concluido porque murió dos años antes del final de la obra. Un detalle para apreciar: en los magníficos jardines públicos, que ofrecen una perspectiva cuidada sobre los edificios, se puede distinguir en el nivel de las fuentes la antigua altura de la ciudad.
Por Pierre Dumas
Para LA NACION
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LA CUNA DE LOS IMPRESIONISTAS
Durante la visita a Le Havre hay que recorrer entonces el Ayuntamiento, el Hotel de Ville y la iglesia. Pero también se puede conocer un departamento típico de la época, que representa la vivienda ideal tal como se concebía en torno a 1940. Se trata de la Casa del Patrimonio, amoblada y ambientada por la Oficina de Turismo local. Mientras parte de Francia quedaba por reconstruir y muchos seguían viviendo en el campo sin comodidad alguna, sin duda estos departamentos eran más que lujosos por el solo hecho de tener cada uno una cocina equipada y un baño.
La visita es muy instructiva también para ver algunos detalles de la vida cotidiana en la Europa de aquellos años, cuando el mobiliario producido en serie prefiguraba el diseño de las décadas posteriores. La heladera, el lavarropas, el tocadiscos, la prensa, los juegos de la habitación de los chicos, son los testigos de los albores de la sociedad de bienestar y de consumo que se desarrollaría a pleno en buena parte de Occidente a partir de los años 50. Lo que en Francia se conoce como las trente glorieuses, las treinta gloriosas, tres décadas de milagro económico sin precedente y que por primera vez en la historia alcanzaron a todas las franjas de la población.
Sin embargo, esto no es todo. El Museo Malraux, con un diseño de vanguardia para su época, fue inaugurado en 1961 y tiene la mayor colección impresionista de Francia después del Museo d’Orsay en París. Es un modo de recordar que el impresionismo nació en el puerto de Le Havre, con las primeras telas de Boudin y la obra de Monet Impression soleil levant, que fue una auténtica revolución artística y dio su nombre al movimiento. El artista también vivió un tiempo en Sainte Adresse, un balneario pegado a la ciudad (que también conserva el recuerdo de Sarah Bernhardt y donde fue recibido confirmar fue recibido el gobierno belga?el gobierno belga en el exilio entre 1914 y 1918).
Desde hace un par de años, Le Havre ofrece un tercero y curioso circuito, en torno a las escenas de la película Disco, que tuvo mucho éxito en Francia y fue presentada también en las pantallas argentinas. Contaba la historia de un grupo de émulos de John Travolta que participaban en un concurso de baile disco. La Oficina de Turismo armó un recorrido que pasa por los lugares donde se filmó la película: la discoteca del personaje Jackson (Gérard Depardieu), en un sector industrial en proceso de renovación, y el barrio del Grand Large, con casitas proletarias sobre un barranco que domina la ciudad. No muy lejos está el estadio Deschasseaux, del Havre Athletic Club, el club de fútbol más antiguo de Francia.
En 2001 Le Havre recibió el título de Ciudad de Arte e Historia, y cuatro años después fue inscripta en el Patrimonio Mundial de la Unesco. Fueron los disparadores necesarios para atraer desde entonces a un nuevo flujo de visitantes, tal como lo hacían hace un siglo los turistas pioneros que subían a los grandes transatlánticos, que viajaban para disfrutar del clima y la luz de la región, y los impresionistas decididos a transmitir con el pincel los colores vitales de este puerto del norte de Francia.
DATOS ÚTILES
Informes
Oficina de Turismo de Le Havre, 186 boulevard Clemenceau, contact@lehavretourisme.com.En Internet: www.lehavretourisme.com.
Visita del centro, Patrimonio de la Humanidad: la Oficina de Turismo armó un recorrido que se puede hacer en cuatro horas caminando, para conocer los principales edificios.
El Museo Malraux abre todos los días, menos los martes, de 11 a 18. La entrada cuesta 5 euros para los adultos.
La Casa del Patrimonio se encuentra en 181 rue de Paris. Se visita los miércoles, sábados y domingos, de 14 a 17. Se recorre con un guía en grupos de hasta 15 personas. La entrada cuesta 3 euros para los adultos. Se organizan visitas gratuitas el primer sábado del mes.