
El restaurant estaba lleno de gente. Entramos con Pedro, otra chica de la agencia y los clientes. Nos ubicaron en una mesa al lado de la ventana que daba a la calle. En cuanto entré hice un recorrido panorámico del lugar y no lo vi. Estuve entre aliviada y desilusionada. Ay, las mujeres, las mujeres. Al final nunca sabemos bien cómo sentirnos. Opté por concentrarme en la reunión, por ser simpática con los clientes, por cerrar lo que había por cerrar y ser productiva. Para cuando pedíamos los postres lo veo venir caminando por la vereda y mirar para adentro del lugar con interés. Enseguida me vio, saludó con la mano y sonrió. Después dobló los tres dedos del medio, estiró los otros dos y se los acercó a la oreja derecha como imitando un teléfono y con los labios dijo "Llamame". Le sonreí y seguí con lo mío, por supuesto absolutamente desconcentrada pensando cómo pretendía que lo llame si nunca tuve su teléfono. Cuando pasé por la caja había dejado un papelito con un número al lado de Mariano (subrayado con una doble línea). El maitre me lo alcanzó con cara seria antes de abrirme la puerta para salir.
Tengo el papelito acá arriba de mi escritorio. Yo nunca tuve muchos pruritos a la hora de llamar a los tipos pero en este caso no sé por qué le doy vueltas al asunto. ¿Qué hago, lo llamo para almorzar? ¿Le mando un texto?
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