
Locos por los barcos: mucho más que pasajeros frecuentes
Cuatro historias de apasionados de los cruceros, desde los que no bajan en ningún puerto hasta la señora que dio dos vueltas al mundo, y muchas travesías más. Retrato del crucerista serial
30 de septiembre de 2012

Tanto le gusta a Ernesto Schinca viajar en crucero, que desde diciembre hasta fines marzo, cuando termina la temporada de verano, directamente no baja de ellos. Es más: embarca en Buenos Aires rumbo a Brasil, vuelve a Buenos Aires, parte nuevamente a Brasil, regresa a Buenos Aires, y así una y otra vez, semana tras semana, sin pisar tierra firme ni una sola vez.
La verdad del cuento es que Ernesto y su mujer, ambos de 74 años y vecinos de Villa Urquiza, recorrieron buena parte del mundo a bordo de estos gigantes de mar.
"Conocemos todo. Desde San Petersburgo hasta Malvinas, pasando por Grecia, los mares del Norte y del Sur, el Mediterráneo o el Caribe... Cada lugar tiene su encanto, pero en los últimos años decidimos embarcar en Buenos Aires para evitar aeropuertos, transbordos, demoras, cancelaciones y todos los trastornos de un viaje en avión", explica.
Y lo cierto es que la gran pasión de los Schinca son los barcos en sí.
"Cuando la gente se baja nosotros nos quedamos a bordo. El barco queda solo y lo vivimos como propio", dice con indisimulado placer, y va más allá: "La diferencia entre pasajero y navegante es que este último se quiere comer el barco. Ése soy yo".
¿Qué hace el matrimonio en esas horas muertas hasta que regresa la masa de cruceristas?
"Jugamos a las cartas, dormimos siestas, tomamos un vermut, vemos películas. Lo que llamaría una solución para la salud, que no es otra cosa que relajarse", comenta este empresario del negocio de autopartes. "En el crucero colgás la percha y te olvidás de todo."
Los Schinca dejaron de veranear en Mar del Plata con sus dos hijos cuando descubrieron el mundo de los cruceros, en 1985 y a bordo del Costa Carla. Después vendría otro crucero, y otro más, y cuando se dieron cuenta ya llevaban más de ¡70! (primero en familia y después en pareja, cuando los hijos se independizaron, aunque tampoco faltaron viajes en el mar con los cuatro nietos).
Tanta fidelidad a una misma empresa tiene su recompensa, claro: además de los privilegios de ser un Perla Gold (máxima categoría de pasajero frecuente en Costa), están aquellos otros beneficios que traen los años de amistad con toda una tripulación.
"Para mi último cumpleaños, el 3 de marzo, me organizaron una sorpresa en un salón. Entré y allí estaba toda la oficialidad del barco, desde el capitán y el segundo capitán hasta el maître, los camareros, el director de hotel, el barman, la encargada de atención a clientes, todos. Incluso me cantaron el feliz cumpleaños con orquesta... Me quedé con la boca abierta."
Un caso especial
Al lado de otros pasajeros, Sebastián Arauz es apenas un iniciado en el mundo de alta mar. Su bitácora de viaje registra sólo 13 cruceros, pero su caso es especial porque 1) tiene 50 años, lo que lo convierte en un infante en comparación con la edad promedio del crucerista récord; 2) empezó a viajar en 2005, por lo que en cierto modo acaba de arrancar, y 3) su entusiasmo por los cruceros es tal que ya alcanzó la categoría Elite en la línea Princess Cruises.
"Mi primer crucero fue a Alaska y desde entonces me hice un fanático de este tipo de viajes", admite Sebastián, arquitecto de profesión y viajero de alma.
No importa que algunas travesías las haya hecho solo y otras en compañía de ocho amigos: las disfruta a todas por igual.
Estar sumergido en un jacuzzi con picos nevados alrededor, ver una película en una pantalla gigante a la luz de la luna -con cookies y pop corn libre-, conocer gente de todas las latitudes o tener una visión única y distinta de una ciudad ("la entrada a Río, La Valette o Nueva York es una maravilla") son algunos de los placeres de a bordo que destaca Sebastián.
Sin hablar de la constante buena predisposición de la tripulación ("suelo llevar alfajores o dulce de leche para algún tripulante argentino, que nunca falta") o del esmero y cuidado con que siempre se respetó su dieta celíaca.
"Además estuve en lugares a los que no sé si iría en un viaje tradicional, como Groenlandia, Malvinas, Malta o Gibraltar", se maravilla.
El hombre antepone, eso sí, algunas condiciones para elegir sus cruceros. Por empezar, los barcos deben ser relativamente chicos, para evitar multitudes. Después, los itinerarios sí o sí deben incluir días de navegación (aquellos en que no se toca ningún puerto), fundamentales para descansar y relajarse, sin la presión de tener que salir a recorrer un destino en pocas horas. Por último, el punto de partida o el de llegada deben ser lo suficientemente atractivos como para continuar el viaje por tierra, por su cuenta.
¿Cruceros pendientes? "Unos cuantos. Me gustaría hacer los fiordos noruegos y Cabo Norte, aunque el que más me seduce es Land of the Midnight Sun, que se hace durante junio. Sale de Inglaterra y llega hasta la parte norte de Noruega, pasando por la isla Ny Alesund, a medio camino entre el norte de Noruega y el Polo Norte."
El señor de las millas
Miguel D. ya perdió la cuenta del número de cruceros que hizo, aunque de algo está seguro: estuvo en el viaje inaugural del Eugenio Costa (Barcelona-Buenos Aires) en 1967, y desde entonces no paró.
Cinco veces cruzó el Atlántico, cuatro pisó Malvinas y casi no le queda mar por surcar: desde el Negro hasta el Báltico, pasando por el Mediterráneo y el Caribe, prácticamente los conoce todos. Y si no, ya tendrá oportunidad de hacerlo dentro dos años, cuando concrete la vuelta al mundo.
Será para festejar sus 70 años, en una travesía de 120 días que lo llevará por los principales puertos de todos los continentes. Casado, dos hijos, cinco nietos, este viejo lobo de mar ha compartido viajes con amigos y familia, y lo más probable es que sea su mujer quien lo acompañe en la gira mundial.
"Me levanto cada mañana con un paisaje distinto en la ventana. Y descubro que no sólo existen países exóticos, sino que los estoy pisando", se maravilla este hijo de inmigrantes asturianos que, recuerda, hizo su primer transatlántico a los 7 años, en un viaje de línea cuya ruta era Buenos Aires-Barcelona-Buenos Aires.
"Ese no cuenta, era otra cosa -minimiza-. Había tres clases y el único divertimiento era ponerse una corbata y tener un globo en la mesa el día en que se cruzaba la línea del ecuador."
Ahora no, ahora es distinto. Los cruceros de hoy cuentan con teatro, baile, salones de lectura, casinos, juegos, gimnasio, spa, piletas y un sinfín de actividades como para no aburrirse jamás. Y si encima uno alcanza la categoría de pasajero frecuente, como por supuesto lo hizo Miguel, se suma un tratamiento preferencial y ciertos privilegios como, por ejemplo, la opción de comer en un salón con capacidad para no más de 25 personas (versus las 600 o 700 que usualmente colman los restaurantes en cada turno).
"Ya conozco a todo el personal del barco y ellos a mí. Me atienden, me llaman para ver cómo estoy, la verdad es que me siento muy cómodo, es como una familia", dice Miguel, e incluso cuenta que fue invitado por la empresa a la botadura del Costa Atlántica, en 2000, con la presencia de Gina Lollobrigida y todo. O que también conoció al tristemente célebre capitán Schettino, que encalló en enero de este año frente a la isla toscana de Giglio ("es muy buena persona", aclara Miguel).
Incidentes hubo algunos, claro, como un incendio en el Costa Romántica o un temporal gordo que soportó frente a las costas de Barbados, hace tiempo. "Son problemas de navegación y hoy apenas recuerdos. Lo importante es que el mar está lleno de misterios, y cada día debemos descubrir qué hay de nuevo detrás del horizonte. Ésa es la magia de los cruceros."
Una viajera para el Guinness
Pocas personas en el mundo deben haber viajado tanto como Susana Bockmann de Cianciarulo. Porque no sólo lleva 625 días de navegación y dos vueltas al mundo a bordo de cruceros, sino que esto de los viajes en barco empezó una vez que se agotaron aquellos en tierra.
Así es: junto a su marido y compañero de aventuras, Susana recorrió la Argentina de punta a punta, y después sumaría millas por América latina, Estados Unidos (Alaska incluido), Europa, Asia, África y Medio Oriente.
"Ojo que nunca hicimos más de un país por mes. Lo recorríamos en auto y caminando, porque para conocer una ciudad hay que caminarla. Eso de ver 14 países en 15 días es una locura; después vienen y te dicen que la Torre Eiffel está en Roma", ríe esta señora de ¡89 años! (y a 10 días de cumplir 90), licenciada en Geología y vecina de Caballito.
"Empezamos a viajar en cruceros para ir a lugares a los cuales era difícil ir por tierra", cuenta.
Para llegar a las islas Marquesa, esos pedacitos de paraíso desparramados en el Pacífico -que ellos habían conocido a través de los videos de Jacques Cousteau-, había que tomarse cuatro vuelos, por ejemplo. Y en ese entonces (años 70) tampoco había infraestructura hotelera para hospedarse allí.
De esta forma descubrieron el placer de la vida a bordo, sumado a nuevos destinos como la Antártida, los fiordos noruegos, el Nilo o las islas griegas, en muchas ocasiones con líneas que dejaron de existir (como la griega Epirotiki, la norteamericana Sunline o la argentina Elma).
En 1997, ya jubilados, hicieron su primer vuelta al mundo en Holland. Seychelles, la India, Mozambique, Sudáfrica, Hawai, Australia, Tailandia, Corea, China, Japón, Indonesia, Bali, y más, son algunos de los puntos que tocaron.
La segunda vuelta al mundo Susana la hizo en 2000, ya viuda.
"Cuando mi marido murió, hace 15 años, estuve dos años sin ganas de viajar, con una enorme tristeza. Entonces mi médico me sugirió que hiciera un crucero, donde yo no conocía a nadie y nadie me conocía a mí, ya que los amigos seguían nombrando y recordando a mi esposo."
Gracias a ese viaje terapéutico , Susana recuperó las ganas de viajar y, sobre todo, de disfrutar. "En los cruceros me encanta quedarme sentada mirando el mar. A veces veo delfines y peces voladores, es una maravilla."
También, dice, disfruta enormemente de la pileta, del sol, de las conferencias a bordo, de la lectura, de los espectáculos nocturnos ("cine no, el cine lo dejo para Buenos Aires"), de la comida, claro, e incluso del gimnasio.
"Son tantas las actividades que se brindan a bordo del crucero que hay lugares del barco a los que habré ido una sola vez porque no me alcanzó el tiempo..."
Desde luego que sí hubo espacio para hacerse amigos, de esos que han perdurado a lo largo de los años. "Sigo en contacto con gente de Polonia, Estados Unidos, México, Holanda o Suiza. Nos hablamos por teléfono para las Fiestas, los cumpleaños y ese tipo de cosas", comenta.
¿Si le gusta viajar sola? "Totalmente. En el crucero, además, jamás estoy sola. En cambio en un hotel sí lo estaría. ¿Y adónde iría a la noche?"
Su próximo crucero será el 20 de noviembre, de Buenos Aires a Valparaíso (en 2011 fue a Río y el anterior, al Amazonas). Seguramente, unos cuantos camareros filipinos e indonesios del Holland la reconocerán y, con su característica cordialidad, la llamarán por su nombre: "Señora Susana, ¡bienvenida a casa!"
RECORD MUNDIAL
Cuando Bea Muller enviudó en 1999, a los 86 años, no lo dudó: vendió todas sus pertenencias en Nueva Jersey y fijó su nueva residencia en la cabina 4062 del Queen Elizabeth 2, donde vivió hasta que el crucero se retiró de la flota, en 2008 (ahora funciona como museo en Dubai).
"Tengo servicio de mucama, excelente comida durante las 24 horas, un centro médico, spa, computadoras, peluquería, actividades culturales y, lo mejor de todo, baile y bridge", justificó la mujer, que luego volvió a tierra para escribir su libro, Mi vida en el paraíso (sobre sus años a bordo, desde luego). Según había dicho, en el Queen Elizabeth gastaba lo mismo que le hubiera salido vivir en un geriátrico en Florida, con la diferencia que en el barco no la trataban como una viejita senil.
Pero el de Muller no es el récord mundial. La línea Cunard tuvo una pasajera previa, Clair MacBeth, que vivió a bordo durante 14 años.
Los beneficios de pertenecer
Los programas de pasajeros frecuentes también tienen su versión marina. A diferencia de las millas que se juntan con los pasajes de avión para hacer otros viajes gratis, en el mundo de los cruceros, lo que se obtiene son beneficios a bordo y la posibilidad de pertenecer a un selecto grupo de pasajeros. Algo así como un club, pero con miembros de distintas categorías.
En general, las compañías tienen tres o cuatro clases de tarjetas, y se asciende de categoría según los puntos que se obtengan. Éstos se acumulan por cada noche a bordo y por los consumos que se hagan (bebidas, excursiones, compras) en los cruceros, siempre de la misma naviera, claro. Por ahora no hay alianzas, sólo se busca fidelidad a la compañía.
Cada una tiene su propia tabla; algunas suman de a un punto y otras, de a 100, por ejemplo. Otras por cantidad de cruceros realizados. Para alcanzar la máxima categoría (tarjeta Black, Pearl Gold, Elite, Club Pinnacle, etcétera, según el programa de cada compañía) es necesario haber pasado muchas noches en altar mar.
Entre los beneficios, que van aumentado según se ascienda de categoría, se destacan descuentos a bordo, embarque y desembarque preferencial, cócteles exclusivos con el capitán, amenities, regalos como botellas de champagne, canasta de frutas y servicio de lavandería gratuito, entre muchos otros, según cada compañía.
Los pasajeros se pueden asociar de manera gratuita, como los programas de los aviones, y empezar a sumar puntos con cada viaje. Pertenecer, está claro, tiene sus privilegios.
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