

Juro que no estaba soñando esa mañana de febrero cuando vi a un diablo ayudando a un ángel a acomodar su equipaje, mientras un jugador de hockey sobre hielo se deslizaba con zapatillas por un andén bastante poblado. También observé mujeres policías con actitud de romper la ley, presidiarios que jamás habían cometido un delito, bebes con traje y corbata, adultos con pañales y baberos, y aunque hacía un frío ártico algunos hombres se mostraban con polleras hawaianas y ojotas.
Eran las 8 cuando subí al tren en la estación central de Francfort (Alemania) rumbo a Brujas, Bélgica. No, no era Halloween, pero, ¿qué sucedía?, me preguntaba. Viajaba junto a cientos de personas disfrazadas al ritmo de orquestas que tocaban sin parar. A mi lado se sentaron unos muchachos que al poco tiempo de acomodarse deglutieron una variada dotación de sándwiches, embutidos y aceitunas, que rebajaban con cerveza. Todos hablaban en idioma local y yo no sabía decir más que gutten tag -buen día-, así que me limité a observar lo que después me enteraría era el comienzo del Carnaval.
Hipnotizada por tal derroche de producción, decidí seguir a la manada y a la hora bajé súbitamente en Colonia, una de las cuatro ciudades más importantes del país germano. Era el primer día de una celebración que duraría una semana y es conocida mundialmente como una de las mayores fiestas callejeras de Europa. Por ese tiempo, los bares suelen permanecer abiertos las 24 horas, la capacidad hotelera se colma y las calles se llenan de gente con disfraces y espumantes brebajes.
A eso de las 11 me hallé en medio de la inauguración oficial. Llevaba mi valija a cuestas por toda la ciudad, asentada a orillas del río Rin, cuando quedé atrapada dentro de un vallado policial. Por suerte, el bullicio y la música a todo volumen camuflaron el molesto ruido de las rueditas del equipaje.
Aunque me iba a quedar una hora, terminé postergando mi salida hasta la media tarde. Y es que era un evento difícil de dejar atrás. Estaba frente a la catedral gótica más alta del mundo, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y todo a su alrededor era exceso de emociones y alcohol. Por todas partes surgían personajes extravagantes. Como Adán y Eva, caracterizados por una pareja voluptuosa que lejos estaba de andar comiendo manzanitas por el paraíso.
Entre otros, me topé con un ebrio que daba su bendición papal arrojando agua cual sumo pontífice de la Iglesia Católica. Al ver que la ciudad estaba inundada de alcohol, me pregunté si ese líquido de dudosa procedencia de verdad era H2O, cerveza o colonia de Colonia. Pero traté de no buscar sentido frente a todo ese absurdo. Después de todo, en esa ciudad que fue fundada años antes de Cristo, tanto Jesús como los Beatles estaban vivos y cantaban en alemán. Repito, no estaba soñando, simplemente era Carnaval.
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